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Patrik sentía que todo le daba vueltas. En un primer momento, le costó interiorizar la información. Luego, en una fracción de segundo, tomó conciencia de lo que implicaban las palabras que acababa de oírle decir a Vilgot Runberg. Lillemor, la joven Barbie, era hija de la segunda víctima. Y, ocho años atrás, había visto al asesino.

Cuando Mellberg entró en el banco, se sentía más seguro y más feliz de lo que se había sentido en muchos, muchos años. El, que detestaba gastar dinero, estaba a punto de invertir doscientas mil coronas sin el menor atisbo de duda. Y es que iba a comprarse un futuro. Un futuro con Rose-Marie. Siempre que cerraba los ojos, algo que, a decir verdad, sucedía cada vez más a menudo en horario laboral, percibía el olor del hibisco, el perfume a sol y agua marina, y el aroma de Rose-Marie. No alcanzaba a comprender la suerte que había tenido y lo mucho que su vida había cambiado en tan sólo unas semanas. En junio irían juntos al apartamento por primera vez y pasarían allí cuatro semanas. Ya contaba los días.

– Quisiera ordenar una transferencia de doscientas mil coronas -le dijo a la cajera entregándole el impreso con el número de cuenta. Sentía cierto orgullo. No eran muchos los que habían conseguido ahorrar tanto dinero con un sueldo de policía, pero granito a granito… Ahora disponía de unos ahorros respetables. Rose-Marie tenía la misma cantidad y el resto podían pedirlo prestado, según propuso ella misma. Sin embargo, cuando lo llamó el día anterior, le advirtió que era importante que se diesen prisa, pues había otra pareja interesada.

Mellberg saboreó sus palabras, «otra pareja». Quién iba a decirle que formaría una pareja, a sus años… Rió para sus adentros. Desde luego, él y Rose- Marie también podían competir con los jóvenes en la alcoba. Rose-Marie era maravillosa en todos los sentidos.

Ya estaba a punto de darse la vuelta y marcharse una vez finalizada la transacción, cuando se le ocurrió una brillante idea.

– ¿Cuál es el saldo actual de la cuenta? -le preguntó ansioso a la cajera.

– Dieciséis mil cuatrocientas coronas -le respondió la mujer. Mellberg se lo pensó un nanosegundo, antes de tomar la decisión.

– Quiero un reintegro. Me lo llevo todo al contado.

– ¿Al contado? -le preguntó la cajera asombrada mientras él asentía con firmeza. Un plan había cobrado forma en su cabeza y, cuanto más lo pensaba, más apropiado se le antojaba. Con gesto ampuloso, se guardó el dinero en la cartera y volvió a la comisaría. Jamás habría podido imaginar que se sentiría tan bien gastando dinero.

– Martin. -Patrik entró jadeante en el despacho del colega, que se preguntó qué habría ocurrido-. Martin -repitió al tiempo que se sentaba para recobrar el aliento.

– ¿Te has rayado como un disco? -bromeó Martin sonriente-. Creo que deberías cuidarte ese jadeo.

Patrik desechó la broma con un gesto y, por una vez, no aprovechó la oportunidad de hacer unos chistes.

– Están relacionadas -declaró inclinándose sobre Patrik.

– ¿Quiénes están relacionadas? -Martin se extrañó al ver a Patrik tan alterado.

– Las dos investigaciones -reveló Patrik triunfal.

Martin se sintió más confuso aún.

– Ajá… -respondió vacilante-. Ya hemos constatado que el denominador común es la conducción bajo los efectos del alcohol… -Frunció el entrecejo tratando de comprender sobre qué deliraba Patrik.

– No, no esas investigaciones, sino las dos investigaciones independientes que llevamos. El asesinato de Lillemor guarda relación con los demás. Es el mismo asesino.

A aquellas alturas, Martin ya estaba convencido de que Patrik se había vuelto loco de atar. Se preguntó preocupado si se debería al estrés. La gran cantidad de trabajo de las últimas semanas, combinada con el nerviosismo por la boda. Eso podía pasar en las mejores familias…

Patrik pareció adivinar lo que pensaba y lo interrumpió irritado.

– Te digo que están relacionadas, escucha.

Le expuso brevemente lo que le había revelado Vilgot Runberg y el asombro de Martin fue creciendo a medida que hablaba. No podía creerlo, resultaba demasiado inverosímil. Miró a Patrik intentando asimilar todos los datos.

– Es decir, la víctima número dos es un tal Jan-Olov Persson que, a su vez, era padre de Lillemor Persson. Y Lillemor vio al asesino cuando tenía diez años.

– Exacto -confirmó Patrik aliviado al ver que Martin lo captaba por fin-. ¡Y coincide con lo que escribió en el diario! Recuerda que decía que le sonaba la cara de alguien, aunque no sabía de qué. Un breve encuentro ocho años atrás, cuando ella sólo contaba diez, no puede quedar nítido en el recuerdo.

– Pero el asesino cayó en la cuenta de quién era y temió que se le refrescase la memoria.

– Sí, y por eso tuvo que matarla antes de que pudiese identificarlo y lo relacionáramos con el asesinato de Marit.

– Y, a la larga, con los demás asesinatos -remató Martin entusiasmado.

– Así es, ¿verdad que sí? -preguntó Patrik con la misma alegría.

– De modo que si damos con el asesino de Lillemor, resolveremos también los demás asesinatos -concluyó Martin más calmado.

– Sí. O al contrario, si resolvemos los otros casos, daremos con el asesino de Lillemor.

– Sí. -Ambos guardaron silencio unos minutos.

Patrik sentía deseos de gritar «¡Eureka!», pero comprendió que no era muy apropiado.

– ¿Con qué contamos para investigar en el caso de Lillemor? -fué la pregunta retórica de Patrik-. Tenemos los pelos del perro y la grabación de la noche del asesinato. Tú le echaste otro vistazo el lunes, ¿no? ¿Viste algo más que fuese de interés?

Algo empezó a moverse en el subconsciente de Martin, pero lo que quiera que fuese se negaba a emerger a la superficie, de modo que terminó por negar con un gesto.

– No, no vi nada nuevo. Sólo lo que contenía el informe conjunto de Hanna y mío. Patrik asintió despacio.

– Entonces, nos pondremos a repasar la lista de los dueños de galgos españoles. Annika me la entregó el otro día. -Se levantó-. Voy a comunicarles las novedades a los demás.

– Sí, ve -le respondió Martin ausente. Seguía intentando recordar qué le había pasado inadvertido. ¿Qué demonios era lo que había visto en la grabación? ¿O qué no había visto? Cuanto más se esforzaba, tanto más parecía escapársele la idea. Exhaló un suspiro. Más le valía dejarlo por el momento.

La noticia causó en la comisaría el mismo efecto que una bomba. En un primer momento, todos reaccionaron con la misma suspicacia que Martin, pero a medida que Patrik fue exponiéndoles los hechos, fueron aceptándola. Una vez informados todos los colegas, Patrik volvió a su escritorio para diseñar una estrategia de cómo continuar.

– Menuda noticia -le dijo Gösta desde el umbral de la puerta.

Patrik asintió sin pronunciar palabra.

– Ven y siéntate aquí -lo invitó. Gösta obedeció-. Sí. El único problema es que no sé cómo voy a desbrozar esta maraña -admitió Patrik-. Había pensado repasar la lista que confeccionaste con todos los dueños de galgos españoles y echarle un vistazo a los documentos que nos han enviado de Ortboda -añadió señalando los faxes que tenía sobre la mesa y que había recibido diez minutos antes.

– Sí, hay cosas que hacer -suspiró Gösta con una mirada a todos los papeles que cubrían las paredes-. Es como una tela de araña gigantesca, pero sin guía que nos lleve al lugar donde se encuentra la araña.

Patrik soltó una risita.

– Vaya, Gösta, menudo símil, no sabía que tuvieses una vena poética.