Выбрать главу

Cuando colgó, le dijo triunfaclass="underline"

– Era Uddevalla. Han encontrado los datos de Elsa Forsell. Iba conduciendo cuando se produjo un accidente en el que chocó de frente con otro vehículo, en 1969. Había bebido. Y adivina cómo se llamaba la mujer que murió en dicho accidente…

– Sigrid Jansson -susurró Gösta emocionado.

Patrik asintió.

– ¿Vienes conmigo a Uddevalla?

Gösta resopló sin más. Por supuesto que pensaba acompañarlo a Uddevalla.

– ¿Adonde se han ido Patrik y Gösta? -preguntó Martin después de una visita al despacho vacío de Patrik.

– A Uddevalla -dijo Annika mirando a Martin por encima de las gafas.

La recepcionista siempre había sentido debilidad por Martin. Tenía un aspecto de cachorro y un toque de ingenuidad que despertaban su instinto maternal. Antes de que conociese a Pia, Martin se había pasado muchas horas con ella hablando hasta la saciedad de sus problemas amorosos y, aunque Annika se alegraba de que ahora tuviese una relación estable, había ocasiones en que echaba de menos aquellas charlas.

– Siéntate -le ordenó. Martin obedeció. Nadie en la comisaría era capaz de desoír una orden de Annika. Ni siquiera Mellberg-. ¿Qué tal estás? ¿Todo bien? ¿Estáis a gusto en el piso? Cuéntame -lo exhortó con una mirada severa. Para su asombro, vio una amplia sonrisa asomar al rostro de un Martin incapaz de estarse quieto en la silla.

– Pues verás, voy a ser padre -le soltó sonriendo más aún. Annika sintió que el llanto acudía a sus ojos. No por envidia ni por tristeza ante lo que ella no podía tener, sino de pura alegría sincera por Martin.

– ¡¿Qué me dices?! -exclamó riendo mientras se enjugaba una lágrima que ya le rodaba por la mejilla-. ¡Dios, qué mema soy! Mira que ponerme a llorar -se excusó algo avergonzada, aunque se percató de que también Martin estaba emocionado-. ¿Para cuándo?

– Para finales de noviembre -respondió Martin sin dejar de sonreír. Annika se alegraba de verlo tan feliz.

– Para finales de noviembre -repitió-. ¿Quién lo iba a decir? Pero bueno, ¿qué haces ahí como un pasmarote? ¡Dame un abrazo! -dijo extendiendo los brazos. Martin se le acercó y le dio un fuerte abrazo. Siguieron hablando del evento un rato más, hasta que Martin se puso serio y la sonrisa se borró de su semblante.

– ¿Crees que llegaremos al fondo de todo esto?

– ¿Te refieres a los asesinatos? -preguntó Annika antes de menear la cabeza con gesto vacilante-. No lo sé -confesó-. Empiezo a temer que Patrik se haya metido en camisas de once varas en esta ocasión… Esto es… demasiado -dijo al fin.

Martin asintió.

– Sí, yo también he pensado lo mismo -aseguró-. Por cierto, ¿qué iban a hacer en Uddevalla?

– No lo sé. Patrik me dijo que habían llamado por lo de Elsa Forsell y que él y Gösta tratarían de conseguir más información. Que luego me lo explicarían. Desde luego, una cosa es segura, parecían absolutamente resueltos.

Aquello despertó enseguida la curiosidad de Martin.

– Deben de haber averiguado algo importante sobre ella -apuntó reflexivo-. Me pregunto qué será…

– Ya nos lo contarán por la tarde -dijo Annika, aunque tampoco ella pudo evitar las elucubraciones sobre qué los habría hecho salir de forma tan apresurada.

– Sí, seguramente -convino Martin levantándose para volver a su despacho. De repente, sintió un anhelo inaudito de que ya fuese noviembre.

Cuatro horas tardaron Patrik y Gösta en volver de Uddevalla. Annika supo que traían noticias decisivas en cuanto los vio entrar por la puerta de la comisaría.

– Nos reunimos en la cocina -dijo Patrik escuetamente mientras se dirigía a su despacho para quitarse la cazadora.

Cinco minutos más tarde, estaban todos congregados.

– Hoy se han producido dos hechos decisivos -comenzó, mirando a Gösta-. En primer lugar, Gösta ha descubierto que en la página del libro de Elsa Forsell se veía un nombre grabado sin tinta. El nombre de Sigrid Jansson. Además, hemos recibido una llamada de Uddevalla, donde hemos estado recabando toda la información existente. Y todo encaja.

Hizo una pausa, bebió un trago de agua y se apoyó en la encimera de la cocina. Todas las miradas se clavaron en él, a la espera de oír lo que les diría a continuación.

– Elsa Forsell iba conduciendo cuando se produjo un accidente con una víctima mortal. Sucedió en 1969. Igual que las otras víctimas, también ella estaba bebida y le cayó un año de cárcel. El coche con el que colisionó lo conducía una mujer de unos treinta años, que llevaba en el coche a sus dos hijos. La mujer murió en el acto, pero los niños salieron milagrosamente ilesos. -Hizo una pausa para conseguir mayor efecto, antes de continuar-: La mujer se llamaba Sigrid Jansson.

Los demás contuvieron la respiración. Gösta asintió satisfecho. Hacía mucho que no se sentía tan orgulloso de su trabajo.

Martin levantó la mano para decir algo, pero Patrik lo detuvo:

– Espera, hay más. Al principio creyeron, como es natural, que los niños que iban en el coche eran hijos de Sigrid, pero existía un problema: Sigrid no tenía hijos. Era una mujer solitaria que vivía en el campo a las afueras de Uddevalla, en la casa de su infancia, que habitó desde la muerte de sus padres. Trabajaba de dependienta en una tienda de ropa elegante de la ciudad, era educada y siempre dispensaba un trato agradable a los clientes, pero los compañeros de trabajo a los que interrogó la policía dijeron que era introvertida y, por lo que sabían, no tenía ni parientes ni amigos con los que relacionarse. Y, desde luego, no tenía hijos.

– Pero… ¿de quién eran entonces? -preguntó Mellberg rascándose la frente con visible desconcierto.

– Nadie lo sabe. No había ninguna orden de búsqueda de dos niños de esas edades. Y nadie los reclamó. Era como si hubiesen surgido de la nada. Y cuando fueron a inspeccionar la casa de Sigrid, la policía vio que, desde luego, allí vivían dos niños. Hemos hablado con uno de los policías que llevaron la investigación, que nos contó que los niños compartían una habitación abarrotada de juguetes y con mobiliario infantil, decorada como un dormitorio para niños, pero Sigrid jamás tuvo ningún parto, según demostró la autopsia. Además, hicieron análisis de sangre y comprobaron definitivamente que no era familia de los niños y tampoco sus grupos sanguíneos coincidían.

– De modo que Elsa Forsell es la fuente de todo -dijo Martin pensativo.

– Sí, eso parece -respondió Patrik-. Parece que el accidente de Elsa Forsell puso en marcha la cadena de asesinatos. Y, en consecuencia, el asesino empezó con ella.

– ¿Dónde están esos niños ahora? -preguntó Hanna, formulando en voz alta lo que todos tenían en mente.

– Estamos intentando averiguarlo -dijo Gösta-. Los colegas de Uddevalla tratan de conseguir la documentación de los Servicios Sociales, pero parece que puede llevarles tiempo.

– O sea, que tendremos que trabajar partiendo de la información de que disponemos -confirmó Patrik-. Pero el punto de referencia es que Elsa Forsell constituye la clave de este caso, así que nos centraremos en ella.

Todos salieron de la cocina, pero Patrik llamó a Hanna.

– ¿Sí? -preguntó. Al ver su palidez, Patrik se reafirmó en su decisión de hablar con ella.

– Siéntate -le pidió, al tiempo que se sentaba él mismo en una de las sillas-. Oye, ¿estás bien? -Se preocupó escrutando su semblante.

– Bueno, no mucho, si he de ser sincera -afirmó bajando la mirada-. Llevo varios días sintiéndome fatal, la verdad, como si fuese a tener fiebre.

– Sí, ya he notado que no tenías muy buen aspecto. Creo que debes irte a casa y descansar. No le haces un favor a nadie fingiendo ser superwoman, aguantar y seguir trabajando cuando estás enferma. Es mejor que te lo tomes con calma, así recobrarás las fuerzas.

– Pero la investigación… -comenzó a protestar Hanna. Patrik se puso de pie.