– Ya lo tengo.
Dan había dado el paso, por fin. Se había puesto en contacto con una inmobiliaria situada al otro lado de la calle y ya había resuelto llamar al número de teléfono que veía todos los días desde la ventana de su cocina. Una vez en marcha la rueda, todo resultó sorprendentemente fácil. El joven que atendió la llamada le dijo que podía pasarse enseguida, y a él le iba de maravilla, porque no quería prolongarlo más sin necesidad.
Después de todo, lo de la venta de la casa ya no se le hacía tan doloroso. Todas las conversaciones que había mantenido con Anna, el infierno que, según supo, había vivido con Lucas, todo aquello lo hizo recapacitar y considerar sus esfuerzos por conservar la casa como… ridículos, a decir verdad. ¿Qué importaba dónde viviese? Lo principal era que las niñas fuesen a verlo. Que él pudiese abrazarlas y acariciarlas de vez en cuando y oírlas contar cómo habían pasado el día. Todo lo demás no importaba lo más mínimo. Y en cuanto a su matrimonio con Pernilla, era agua pasada. Había tomado conciencia de ello ya hacía mucho, pero no estaba preparado para afrontar las consecuencias. Sin embargo, había llegado la hora de cambiar radicalmente. Pernilla tenía su vida, y él la suya. Sólo esperaba que un día recuperasen la amistad que había sido la base de su matrimonio.
Pensó en Erica. Sólo faltaban dos días para su boda. Y eso lo hacía sentirse bien, en cierto sentido. El hecho de que ella siguiese adelante, igual que él. Se alegraba tanto por ella… Hacía muchos años que ellos dos formaron pareja, cuando eran jóvenes, dos personas totalmente distintas. Pero habían conservado la amistad a lo largo de los años y Dan siempre deseó para ella aquello, precisamente. Hijos, una vida en pareja, una boda en la iglesia, algo con lo que él sabía que ella siempre soñó, por más que nunca lo hubiese admitido. Y Patrik era perfecto para ella. Tierra y aire, así los veía Dan. Patrik tenía los pies totalmente en el suelo, era estable, juicioso, tranquilo. Y Erica era una soñadora, siempre con la cabeza en las nubes, aunque tan valiente y tan inteligente que no se permitía despegarse demasiado de la realidad. Estaban hechos el uno para el otro.
Y Anna. Últimamente había pensado mucho en ella. Anna era la hermana a la que Erica siempre había sobreprotegido porque la consideraba débil. Lo curioso era que para Erica, ella era la más práctica de las dos, mientras que Anna era una soñadora. Sin embargo, a lo largo de las últimas semanas, durante las cuales había tenido la oportunidad de conocerla a fondo, Dan comprendió que era totalmente al contrario. Anna era la más práctica de las dos, la que veía la realidad tal como era. O, al menos, había aprendido a hacerlo durante sus años con Lucas. En cualquier caso, Dan se había percatado de que Anna dejaba que Erica conservase su visión ilusoria. De alguna manera, Anna comprendía la necesidad de Erica de sentirse como la responsable, la que siempre se había encargado de su hermana pequeña. En cierto modo, así era, pero al mismo tiempo, Erica había infravalorado a Anna y seguía considerándola una niña, como si ella fuera su madre.
Dan se levantó para ir a buscar la guía telefónica. Ya era hora de empezar a buscar piso.
Reinaba en la comisaría una atmósfera de abatimiento y desesperación. Patrik los había convocado a una reunión en el despacho del comisario jefe. Todos estaban cabizbajos y en silencio, incapaces de asimilar lo incomprensible. Patrik y Martin habían llevado al despacho el vídeo y el televisor. En cuanto informó a Martin, éste comprendió qué se le había escapado cada vez que vio el vídeo de la última noche de Lillemor.
– Tendremos que revisarlo todo paso a paso antes de hacer nada -dijo Patrik, rompiendo así el silencio-. No podemos cometer ningún error -añadió. Todos asintieron, comprendían perfectamente lo que quería decir-. La primera bombilla se me encendió cuando descubrimos que faltaba un nombre en la lista de los dueños de los perros. Cuando Gösta confeccionó la lista y Annika emparejó los nombres con las direcciones, había ciento sesenta nombres. Pero luego, cuando Annika me la paso en el disquete, sólo figuraban en la lista ciento cincuenta y nueve. Faltaba el nombre de Tove Sjöqvist, con domicilio en Tollarp.
No se produjo reacción alguna, de modo que Patrik continuó.
– Volveré sobre ello, pero esa circunstancia hizo que una de las piezas del rompecabezas encajase en su lugar.
Todos sabían lo que Patrik iba a decir, y Martin cerró los ojos y se cubrió la cara con las manos, con los codos apoyados en las rodillas.
– A mí me sonaba algo relacionado con las ciudades en las que fueron asesinadas las víctimas, y cuando por fin comprendí de qué se trataba, no me ha llevado mucho tiempo descubrir la conexión.
Hizo una pausa y carraspeó, antes de proseguir:
– Las ciudades de las víctimas coinciden al cien por cien con los lugares en los que Hanna ha trabajado -dijo quedamente-. Yo había visto la lista en su solicitud, antes de que la contratáramos, pero… -Alzó los brazos en gesto impotente y dejó que Martin continuase.
– Había algo en la grabación de la noche en que murió Lillemor que me llamó la atención y, cuando Patrik me contó lo de Hanna… Bueno, será mejor que lo veamos.
Le hizo una seña a Patrik, que pulsó la tecla de reproducción. Ya habían seleccionado el minuto exacto de filmación, de modo que no tardó en verse en la pantalla la disputa, seguida de la aparición de Martin y Hanna. Se veía a Martin hablando con Mehmet y con los demás. La cámara registró luego el momento en que Lillemor echó a correr hacia el centro, desesperada y totalmente ignorante de que se precipitaba hacia su propia muerte. Después, la cámara enfocó a Hanna hablando por el móvil. Patrik congeló ahí la imagen.
– Y eso era lo que me llamaba la atención, aunque no lo comprendí hasta tarde. ¿A quién llamó? Eran cerca de las tres de la madrugada y los únicos que estábamos de servicio éramos ella y yo, de modo que no podía estar hablando con ninguno de vosotros -explicó Martin.
– Tenemos una lista de sus llamadas y constatamos que se trataba de una llamada saliente. Que hizo a su casa. Para hablar con Lars, su marido -confirmó Patrik.
– Pero ¿por qué? -repuso Annika, poniendo en palabras el mismo desconcierto que reflejaban las caras de todos los demás.
– Le pedí a Gösta que mirase el registro de personal. Hanna y Lars tienen, ciertamente, el mismo apellido. Pero no son marido y mujer. Son hermanos. Mellizos.
Annika contuvo la respiración y un desagradable silencio se hizo en la sala, después de la bomba que Patrik acababa de soltar.
– Hanna y Lars son los mellizos desaparecidos de Hedda -aclaró Gösta.
– Sí -asintió Patrik-, aún no hemos obtenido la información de Uddevalla, pero apostaría todo lo que tengo a que los niños se llamaban Lars y Hanna, y que, en algún momento de sus vidas, cambiaron el apellido por Kruse. Probablemente, los adoptaron.
– ¿Así que llamó a Lars? -preguntó Mellberg, al que parecía costarle un poco seguir el hilo.
– Creemos que llamó a Lars, que fue a recoger a Lillemor. Incluso puede que Hanna le dijese que Lars la recogería. Él conocía a los participantes y ninguno habría pensado que constituía una amenaza.
– Además de que Lillemor había escrito en su diario que había reconocido a alguien que le resultaba desagradable. Y ese alguien es, seguramente, Lars Kruse. Lo que Lillemor recordaba era el encuentro con la persona que había matado a su padre. -Martin frunció el entrecejo.
– Sí, pero no olvides que la joven confesaba no saber de qué lo conocía, no lograba conectar a la persona de Lars con aquel recuerdo. Y ni siquiera estaba segura de reconocerlo. En el estado en que se encontraba, seguro que habría aceptado con gratitud la ayuda de cualquiera, con tal de verse lejos del equipo de televisión y de los participantes que se habían metido con ella. -Patrik dudó un instante, al cabo del cual prosiguió-: No tengo pruebas de ello, pero creo que pudo ser Lars quien iniciase la bronca de aquella noche.