– ¿Hanna? Soy yo, Patrik. Estoy con otros compañeros. ¿Está todo en orden?
Nadie respondió.
– ¿Lars? Sabemos que estás ahí con tu hermana. No cometáis ninguna tontería, no acabéis con más vidas.
Seguían sin responder. Patrik empezaba a ponerse nervioso y le sudaba la mano con la que sostenía la pistola.
– ¿Hedda? ¿Cómo estás? ¡Hemos venido a ayudarte! Lars y Hanna, no le hagáis daño a Hedda. Hizo algo horrible pero, creedme, ya ha pagado por ello. Mirad a vuestro alrededor, observad cómo vive. Su vida ha sido un infierno a causa de lo que os hizo.
El silencio por respuesta. Patrik lanzó una maldición para sus adentros. Luego, alguien entreabrió la puerta. Patrik agarró bien la pistola y, con el rabillo del ojo, vio que tanto Martin como Gösta hacían lo propio.
– Vamos a salir-dijo Lars-. No disparéis. Si lo hacéis, la mato.
– Vale, vale -asintió Patrik intentando sonar tranquilo.
– Dejad las armas, quiero verlas en el suelo -ordenó Lars. Ellos seguían sin poder verlo por la ranura de la puerta.
Martin miró a Patrik inquisitivo y éste asintió y dejó su pistola en el suelo. Gösta y Martin siguieron su ejemplo.
– Dadle una patada -les dijo Lars con voz sorda.
Patrik dio un paso al frente y apartó de una patada las tres pistolas.
– Haceos a un lado.
Una vez más, obedecieron y, tensos, aguardaron el siguiente paso. Muy despacio, centímetro a centímetro, se fue abriendo la puerta. Patrik esperaba ver a Hedda, pero fue Hanna quien apareció. Aún se la veía enferma, sudorosa y con fiebre. Sus miradas se cruzaron y Patrik no pudo por menos de preguntarse cómo se había dejado engañar de aquel modo. Cómo logró Hanna esconder durante tanto tiempo y tras una fachada de normalidad la podredumbre que llevaba dentro. Por un segundo, le pareció leer en su semblante el deseo de darle una explicación, pero Lars la empujó hacia delante y entonces vieron la pistola con la que le apuntaba a la sien. Patrik la reconoció: era el arma reglamentaria de Hanna.
– Moveos, venga, un poco más allá -masculló Lars, en cuyos ojos Patrik no halló más que odio y negros pensamientos.
Miraba como aturdido de un lado a otro y algo le dijo a Patrik que Lars había abandonado la máscara, que ya no era capaz de seguir viviendo una doble vida. La locura -o el mal, o como queramos llamarlo- le había ganado la batalla a la parte de su personalidad que sólo deseaba llevar una existencia normal, tener un trabajo y una familia.
Se alejaron un poco, Lars pasó por delante de ellos con Hanna delante, a modo de escudo. La puerta de la casa estaba abierta de par en par y, tras echar una ojeada, Patrik comprendió por qué no había utilizado a Hedda. Horrorizado, vio que estaba atada a una silla. Le tapaba la boca el mismo tipo de cinta adhesiva cuyos restos habían detectado en las otras víctimas, con un agujero en el centro: el espacio justo para introducir por él el cuello de una botella. Hedda había muerto como vivió. Llena de alcohol.
– Comprendo que desearais la muerte de Hedda, pero ¿y los demás?
– Ella se lo llevó todo. Cuanto teníamos. Hanna la vio por casualidad y ambos supimos lo que había que hacer. Así que murió a causa de aquello que destrozó nuestras vidas, a causa del alcohol.
– ¿Te refieres a Elsa Forsell? Sabemos que fue la responsable de la muerte de Sigrid, la mujer con la que vivíais.
– Estábamos bien -aseguró Lars con voz chillona. Iba retrocediendo despacio hacia el embarcadero-. Ella se ocupaba de nosotros. Y juró que nos protegería.
– ¿Quién, Sigrid? -dijo Patrik moviéndose despacio hacia Lars y Hanna.
– Sí, nosotros no sabíamos cómo se llamaba. La llamábamos mamá. Dijo que eso era, nuestra nueva madre. Y vivíamos bien. Ella jugaba con nosotros. Nos abrazaba. Nos leía.
– ¿El cuento de Hansel y Gretel?. -preguntó Patrik sin dejar de avanzar despacio hacia el muelle. Vio con el rabillo del ojo que Gösta y Martin lo iban siguiendo.
– Sí -confirmó Lars antes de pegar la boca a la oreja de Hanna-. Nos leía. Ese cuento. Hanna, ¿recuerdas lo maravilloso que era? ¿Lo hermosa que era? ¿Lo bien que olía? ¿Te acuerdas?
– Sí, lo recuerdo -asintió Hanna y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaban llenos de lágrimas.
– Eso fue lo único que pudimos conservar después de su muerte, aquel cuento. Queríamos demostrarles lo poco que queda cuando destrozamos la vida de alguien.
– De modo que no os bastó con Elsa -continuó Patrik sin apartar la mirada de los ojos de Lars.
– Eran muchos los que habían hecho lo mismo. Tantos… -dijo Lars sin rematar la frase-. Cada nueva ciudad a la que nos mudábamos… en cada nueva ciudad había que hacer limpieza.
– Matando a alguien que, conduciendo borracho, hubiese provocado la muerte de otra persona.
– Así es -respondió Lars sonriente-. Sólo entonces podríamos vivir tranquilos. Cuando hubiésemos demostrado que no pensábamos tolerarlo y que no habíamos olvidado. Que no puede ser que uno destroce la vida de alguien y luego siga viviendo como si tal cosa.
– ¿Tal y como hizo Elsa después de haber provocado la muerte de Sigrid?
– Exacto -afirmó Lars, cuya mirada se volvió más sombría aún-. Como hizo Elsa. -¿Y Lillemor?
Ya casi habían ganado el embarcadero y Patrik se preguntaba qué harían si Hanna y Lars lograban llegar al barco de salvamento, que era mucho más veloz que el otro. En tal caso, no conseguirían darles alcance. Sin embargo, el patrón parecía haber caído en la cuenta, porque empezó a retroceder alejándose del embarcadero, de modo que sólo quedase allí la embarcación más pequeña.
– Lillemor-resopló Lars-. Una persona necia e inútil. Exactamente igual que el resto de la basura con la que me vi obligado a trabajar. Jamás la habría reconocido por su aspecto, pero recordaba el nombre y la ciudad de la que procedía. Sabía que teníamos que hacer algo.
– Así que les contaste a los demás que Lillemor andaba hablando mal de ellos, para crear el caos y distraer su atención de ti, ¿no?
– Vaya, no eres tonto del todo -sonrió Lars dando el primer paso atrás en el embarcadero. Por un instante, Patrik sopesó la posibilidad de lanzarse sobre él, pero, aunque comprendía que el que Lars retuviese a su hermana como rehén era una pantomima -después de todo, habían llevado a cabo los crímenes los dos juntos-, no se atrevió. No tenía ningún arma, estaba arriba, en la colina, junto con las de Martin y Gösta, así que Lars y Hanna tenían ventaja.
– Fui yo quien llamó a Lars -intervino Hanna con voz bronca.
– Lo sabemos -dijo Patrik-. Estaba grabado. Martin lo vio, pero no comprendimos…
– No, claro, ¿cómo ibais a comprender? -repuso con una sonrisa tristona.
– O sea, que Lars fue a buscarla después de tu llamada, ¿no es así?
– Sí -respondió Hanna subiendo despacio al barco. Se sentó en el banco del centro, mientras Lars se acomodaba junto al fueraborda y giraba la llave de arranque. Nada sucedió. Lars frunció el entrecejo y probó una segunda vez. El motor emitió un chirrido, pero no se puso en marcha. Patrik observaba desconcertado los intentos de Lars, pero al echar un vistazo al barco de salvamento, que se balanceaba a una distancia prudencial de la isla, comprendió lo que sucedía. El patrón sostenía a la vista de todos, el tanque de combustible y Patrik entendió enseguida que había vaciado el depósito. «Un tipo diligente, el tal Peter», se dijo.
– No tienes combustible -dijo Patrik aparentando una tranquilidad que no sentía-. Así que no hay nada que puedas hacer. Los refuerzos ya vienen en camino, de modo que lo mejor será que os rindáis y evitéis que nadie más resulte herido. -Al propio Patrik le sonó ridículo, pero no encontraba el modo adecuado de expresarse, si es que existía alguno.
Sin pronunciar una palabra, Lars soltó el amarre y empujó el barco de una patada lejos del embarcadero. Enseguida entró en la corriente y empezaron a deslizarse despacio por las aguas.