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A partir de ese día, la vida de Norman se escapó de su control. Bessie empezó a ir a Ía cabaña todas las noches después del trabajo. Y, sin los rígidos puntos de vista de Elsie acerca de condones y promesas de boda, no pasó mucho tiempo antes de que empezaran a practicar el sexo. El contraste entre aquellos brazos suaves y acogedores y el miedo rígido que invadía a Elsie no podía ser mayor.

¿Cómo podía haber sentido algo por Elsie alguna vez?

Intentó hacer acopio de valor para contarle la verdad. Escribió cartas que nunca envió. Incluso viajó a Londres a principios de octubre para decírselo a la cara. «Se acabó, Elsie. Ya no te amo. Hay otra persona.»

No pudo hacerlo. Ella se le pegó como una lapa, sonriendo sin motivo alguno. Cuando él la acusó de estar borracha, ella se rió.

– No es eso, tonto -dijo ella en tono zalamero-. El médico me ha recetado pastillas para los nervios.

– ¿Qué clase de pastillas?

Elsie sacó un frasco del bolso.

– No 10 sé, pero me sientan muy bien. Ya no sufro tanto por todo.

Norman leyó la etiqueta.

– ¿Qué diablos significa «sedantes», Else?

– No lo sé -repitió ella-. Pero ahora estoy bien. Podemos casamos cuando quieras.

– Ésa no es…

– Ya lo hablaremos a finales de este mes -dijo ella alegremente-. Lo tengo todo previsto. Ya he escrito al señor y la señora Cosham para reservar una habitación. Nos divertiremos mucho, cielito.

– Pero…

– ¿Pero qué, cielito?

– Hará frío -dijo él, resignado.

Norman le dijo a Bessie que su padre venía a pasar el fin de semana.

– Quiere ver con sus propios ojos cómo funciona la granja -mintió-. Se lo debo, Bess. Al fin y al cabo, me dio el dinero para arrancar.

– ¿Y por qué no quieres que lo conozca?

– Claro que quiero… pero todavía no. Le he dicho que trabajo a todas horas para levantar el negocio.

– ¿Te avergüenzas de mí, Norman?

– Desde luego que no. Pero ¿qué va a pensar si te ve aquí? Se dará cuenta de que no puedo quitarte las manos de encima.

Bessie se giró para mirarlo.

– Eso es verdad. Eres peor que Satán.

– Pero Satán lo hace con todas las gallinas… -sonrió Norman-, y yo sólo contigo.

Ella posó un dedo en sus labios.

– Será mejor que no me mientas, Norman. Si descubro que me engañas, te abandonaré.

– Eso no pasará -dijo él-. Para mí eres la única, Bessie. La rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él. Pero por encima de su hombro contempló abatido la cortina que protegía su ropa.

Elsie la había cosido la primera vez que visitó la granja.

Limpió para eliminar cualquier rastro de Bessie. Cabellos rubios. El olor de su perfume. Uno de sus peines. Rescató las sábanas sucias del nido y tuvo que lavarlas para que desapareciera el hedor a gallina. Quedaron de un tono gris, pero no revelaban que habían estado sin usar durante siete semanas.

La pulcritud de la cabaña fue lo primero en que reparó Elsie.

– ¿Lo has hecho por mí? -preguntó. Parecía complacida.

– Quería que la vieras en buen estado, Elsie. La última vez que viniste estaba mugrienta.

– No me importó. Sé cuánto tienes que trabajar, amorcito. Cuando viva aquí la tendré como los chorros del oro.

. Él cambió de tema con brusquedad.

– ¿Cómo están tus padres?

– Igual. -Ella frunció el ceño-. La señora Cosham dijo que la sorprendía verme. Es un poco raro, ¿no crees? Reservé la habitación hace varias semanas.

Norman se giró para poner la tetera al fuego.

– Me preguntó si seguíamos prometidos. ¿Por qué iba a decir algo así, cielito?

Él hizo un esfuerzo por encogerse de hombros.

– No lo sé. Tal vez se pregunta por qué no has venido tanto este año.

– ¿Le has hablado de mis nervios? ¿Sabe que tomo pastillas?

– No.

Elsie se sentó en la cama.

– Mejor. No pienso volver a tomarlas. Detesto estar atontada a todas horas.

– Pero si te sientan bien…

– Eres tú quien me hace sentir bien, Norman. ¿Te acuerdas del verano pasado? Fue tan perfecto… Solos tú y yo en nuestra casita.

– Eso fue el año anterior -dijo él-. El año pasado fue cuando te despidieron… y cuando tus hermanos se casaron.

– Hacíamos el amor a todas horas, cielito. No puedes haberlo olvidado.

– Nos limitamos a cuatro besos y cuatro caricias. No es lo mismo que hacer el amor.

Ella le miró fijamente.

– Nos acostamos juntos, Norman. Estuviste a punto de dejarme embarazada.

Norman la miró con el ceño fruncido.

. -Es imposible estar a punto de dejar embarazada a una chica, Else. O 10 está o no. En cualquier caso, nunca corrimos el riesgo de tener un bebé. Te negaste a hacerlo hasta después de la boda.

– Eso no es cierto.

Él se encogió de hombros.

– Creías que estaba tan desesperado por acostarme contigo que me casaría sólo por conseguirlo.

De repente los ojos de Elsie adoptaron una expresión de perplejidad.

– Mientes.

– Sabes que no miento -le dijo él-. No te niego que me hubiera gustado, pero… -Volvió a encogerse de hombros mientras caminaba hacia la puerta-. El mejor verano fue el de antes de prometemos. Entonces fuiste muy feliz. ¿Te importa ocuparte del té? Tengo cosas que hacer fuera.

Elsie malinterpretó todos los esfuerzos de Norman por mantenerla oculta. Creyó que el hecho de que fuera a recogerla a casa de los Cosham antes de que amaneciera obedecía a su ansiedad por verla, y que era ese mismo ardor la causa de que la retuviera en la cabaña hasta bien entrada la noche. Ni siquiera el súbito uso por parte de Norman de apelativos como «cielito», «amor» o «cariño» despertó sus sospechas.

«Hoy no podemos ir a la ciudad, amor…» «Quédate en casa, cielo. No soporto ver cómo te ensucias las manos…» «Es una fiesta que cocines para mí, cariño…»

Norman era consciente de que se estaba comportando con crueldad, pero culpaba a Elsie.de ello. Si ella hubiera sido medianamente normal, él no habría dejado de quererla. Debería haber captado sus indirectas y haberle abandonado hacía ya tiempo. ¿Cómo se suponía que debía comportarse un chico sujeto a una promesa que no quería mantener?