Pero el señor Thorne se negó en redondo a ocuparse del trabajo sucio de su hijo. Tres días más tarde se presentó en la granja, atendiendo al ruego de Norman. En el interior de la cabaña, a cobijo del viento, Norman balbuceó la historia de nuevo y después le pidió a su padre que hablara con Elsie en su nombre.
El señor Thorne lanzó una mirada cargada de desaprobación a las condiciones en que vivía su hijo.
– No puedes meter a una esposa aquí.
– Lo sé…, pero Elsie no quiere escucharme, papá. Tal vez a ti te haga caso.
– Quizá sí, pero me parece una forma muy rastrera de terminar la relación. Creí que te había educado para que fueras más sincero, hijo.
– y así es, pero…
– Estoy muy decepcionado contigo, Norman. Eres metodista y has sido educado en la fe cristiana. Nunca deberías haberla invitado a que viniera aquí a solas.
– Ya lo sé, pero…
– Creí que tenías más cabeza.
– Pero nunca hicimos nada, papá.
– ¿Estás seguro?
– Absolutamente. Lo que ella dice podría haber sucedido el primer verano que pasamos aquí. Hubo ocasiones en que estuvimos a punto de hacerlo. -Apretó un puño contra el otro-. Está mintiendo. Si ha visitado a un médico, me como el sombrero.
El señor Thorne suspiró.
– Entonces no fijes fecha alguna hasta pasadas las Navidades. Si lo que afirma es cierto, en primavera resultará obvio. Si no es así, puedes romper con ella sin el menor remordimiento.
– Pero no sabes cómo es -repuso Norman, abatido-. El domingo, cuando se presentó aquí, tenía previsto quedarse hasta que me casara con ella. ¿Qué hago si lo intenta de nuevo?
– Demuéstrale quién manda -dijo el señor Thorne con sensatez-. Sé tú quién da las órdenes. Imponte y devuélvela al tren.
Norman se frotó los nudillos.
– No la has visto nunca enfadada. Es como una loca… la emprende a gritos..
– Creí que tomaba pastillas para los nervios.
– No, el domingo no había tomado nada. No paraba de pegarme.
– Estás metido en un buen lío, hijo -suspiró el señor Thorne-. Pero no digas que no te lo advertí.
Un nudo de lágrimas atenazó la garganta de Norman_
– ¿Qué puedo hacer? -preguntó con la voz rota-. Ni siquiera me gusta… Y estoy totalmente seguro de que no quiero casarme con ella.
– Entonces sigue posponiendo la boda. Es lo único que está en tu mano hacer. Aparte de rezar para que tengas razón y no esté encinta.
– De eso estoy seguro, papá. No me hace falta rezar.
– Entonces lo haré yo -dijo el señor Thorne, poniéndose de pie-. No soy tan arrogante como tú, Norman. Es Dios quien decide cuándo y cómo nace un niño.
– Supongamos que Elsie está esperando -le decía Norman a Bessie aquella misma noche-. Nadie se creerá que no es mío. Tendré que casarme con ella lo quiera o no.
– No lo está.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ni siquiera consiguió que te acostaras con ella. Él apoyó la frente en sus manos.
– No es tan fea, Bess.
– Muy bien. Digamos que algún otro hombre ha mostrado cierto interés por ella. ¿Por qué iba a querer casarse contigo y no con él?
– Quizá ya esté casado.
Bessie soltó una risa sofocada.
– ¡Venga, Norman! ¿Dónde iban a hacerlo? ¿En la cama de sus padres? ¿En la de su mujer?
– Es asqueroso.
– Bien, pues entonces la única posibilidad habría sido un polvo rápido en un callejón. ¿Acaso es una prostituta?
– No seas tonta.
– Tú eres el tonto, Norman. Elsie no puede estar embarazada. Tu padre tiene razón. Debes mostrarte firme y probar que es un farol… Aunque te haga la vida imposible mientras tanto…
Blackness Road
Crowborough
Sussex
3 de diciembre de 1924
Querida Elsie:
Hoy he tenido visita de mi padre. No desea una boda precipitada y dice que debemos esperar a que pase Navidad. Espero que lo entiendas.
Tuyo, Norman
9
Kensal Rise, norte de Londres.
Viernes, 5 de diciembre de 1924
La peluquera le hizo un recogido en la nuca en forma de espiral. Después dispuso el resto de la melena en rizos suaves que acariciaban el rostro de la chica.
– ¿Vas a algún sitio especial? -le preguntó, señalando la maleta de fin de semana que había a los pies de Elsie.
Elsie se miró en el espejo. Había pedido un corte nuevo que desviara la atención de sus gafas. ¿Había funcionado? ¿Estaba guapa?
– A Sussex -respondió.
– Yo fui a Brighton una vez.
– Me voy a casar allí.
– ¡Qué bien! -dijo la mujer-. Supongo que resulta más barato en temporada baja. ¿Cuándo es el gran día?
– Mañana.
– ¡Vaya por Dios! ¿Y quién es el afortunado?
– Norman Thorne -dijo Elsie-. Es granjero… Con casa propia y todo.
La mujer sonrió.
– Lo único que tenía yo eran dos habitaciones y un barrendero. ¿En qué me equivoqué, eh? -Apoyó las manos en el rostro de Elsie-. ¿Cómo te ves, querida? ¿Te gusta?
– Oh, sí. Norman no me reconocerá. -Elsie subió la maleta hasta su regazo y apartó el neceser en busca del monedero-. ¿Cuánto es?
– Seis peniques será suficiente.
La peluquera no pudo evitar reparar en lo pequeña que era la maleta. Un vestidito de bebé, dos pares de zapatos y el neceser. Se preguntó qué clase de chica se dirigiría a su nuevo hogar sin bragas de repuesto.
En el monedero había aún menos. Una vez Elsie hubo pagado el corte de pelo, sólo quedaban un par de peniques y un billete de tren. Aun así… una peluquera no tenía ningún derecho a cuestionar la palabra de una clienta.
¡Pero, por Dios! Cómo habría deseado decide a aquella chica delgaducha que el vestido de punto verde le sentaba fatal. Y que las uñas mordidas y la desesperación que mostraba tras las gafas de carey eran lo mejor para apagar el ardor de cualquier amante.