El detective Beck cogió la taza de té que Norman le tendía.
– ¿Tiene alguna idea de lo que puede haberle sucedido?
N orman volvió a negar con la cabeza.
– Pensé que igual se había quedado dormida en el tren y no se había despertado hasta llegar a Brighton. Toma pastillas para los nervios, y a veces se duerme en los lugares más insospechados.
– Pero no se habría quedado en Brighton, ¿verdad? Norman hizo una mueca.
– No lo sé. Tal vez intente llamar la atención dándonos un susto. A veces actúa de manera muy extraña.
El detective Beck informó de esta conversación a su inspector.
– ¿Qué le has sacado? -preguntó el hombre.
– Es un chico joven. Da la sensación de que se esfuerza por salir adelante. Ese sitio tiene más aspecto de porqueriza que de granja avícola. Pero es bastante agradable y te mira a los ojos cuando contesta a las preguntas.
– ¿Crees que dice la verdad?
– Contrasté su declaración con el señor y la señora Cosham y éstos confirmaron 10 que decía. También visité a los Coldicott e hicieron lo mismo. Pero no acabo de creerme que Bessie Coldicott sea una conocida tan casual como él afirma. Es muy guapa y hablaba de la granja de Thorne como si la conociera bien.
– Interesante. -El inspector se rascó la nariz-. Según el señor Cameron, su hija estaba embarazada de Thorne. ¿Bessie es lo bastante atractiva para hacer que el chico deseara haber tomado más precauciones?
– Desde luego que sí -dijo secamente Beck-. Si hablamos de aspecto físico, no hay comparación.
La foto de Elsie apareció en los periódicos aquel fin de semana, bajo la frase: «¿Alguien ha visto a esta mujer?».
Dicho anuncio provocó que dos cultivadores de flores de Crowborough se acercaran a la comisaría. Dijeron a la policía que habían visto a alguien que respondía a la descripción de Elsie a las cinco y diez del día de su desaparición. Caminaba en dirección a la granja avícola Wesley.
En esta ocasión un equipo de detectives se presentó en la granja de Norman. Le preguntaron si tenía alguna objeción a que efectuaran un registro de los gallineros.
– Por supuesto que no -les respondió éste-. Quiero hacer lo que esté en mi mano por ayudarles.
El inspector envió a sus hombres a registrar los gallineros mientras él entraba en la cabaña con Norman. Rehusó sentarse y tampoco aceptó una taza de té. En su lugar, se movió por la estancia, abriendo cajones y examinando la ropa de Norman.
Hizo a Norman las mismas preguntas que le había formulado el detective Beck y recibió idénticas respuestas.
– Tiene usted buena memoria, señor Thorne.
– Llevo una vida bastante aburrida. No hay mucho que recordar.
– De manera que la última vez que vino Elsie fue el domingo, 30 de noviembre.
– No he vuelto a veda desde ese día -dijo Norman. El inspector le observó durante un instante.
– ¿Y cuántas veces ha visto a la señorita Coldicott en ese tiempo?
– Sólo una -respondió Norman con sinceridad. Bessie se hallaba en la cabaña un día en que un periodista se acercó a la puerta. Norman ocultó su presencia saliendo a la calle a recibido, pero Bessie se había asustado.
– No quiero salir en los periódicos -dijo ella después de que el periodista se hubo marchado. Temblaba.
Norman intentó consolarla.
– No -dijo ella, apartándole-. No puedo volver a verte hasta que todo esto haya pasado. No voy a dejar que el escándalo salpique a mi familia, Norm -dijo, antes de desaparecer en la oscuridad sin decir adiós.
El inspector parecía estar leyendo lo que pasaba por la mente de Norman.
– Me han dicho que ha recibido la visita de varios periodistas, señor Thorne.
– Yo no los invité. No paran de acudir.
– Pero les mostró los alrededores y dejó que le sacaran fotos con los pollos.
Norman se encogió de hombros con un gesto de resignación.
– ¿Qué otra cosa puedo hacer? Si me niego, dirán que tengo algo que ocultar. Están apostados en la puerta, esperando a que salga.
El inspector sintió lástima por el muchacho, tampoco a él le gustaba la prensa.
– No es una situación fácil. ¿Qué son esas manchas? -dijo, señalando la mesa.
– Sangre y vísceras -dijo Norman-. Es aquí donde mato y desplumo a las gallinas. A veces las despedazo y les arranco la cabeza. Depende de lo que quiera el cliente. Cuando me ocupo de todo un lote, se ensucia mucho.
– ¿Dónde cuelga las aves?
– De una viga, en uno de los cobertizos vacíos. -Levantó la vista-. A veces de ésta.
El inspector siguió la dirección de su mirada.
– ¿La viga donde guarda los sombreros?
– Sí. Los aparto un poco para que haya espacio.
– ¿Cómo llega hasta allí?
– Me subo en una silla.
– ¿Me permite?
Norman empujó una silla en dirección a él.
– Como guste.
El inspector se encaramó y miró la viga.
– Está muy limpia. La de arriba está cubierta de polvo… pero ésta no.
– Me cuesta más llegar arriba. Si guardara algo allí, no podría bajado.
– Pero no hay ni una pluma, señor Thorne. Parece haber realizado un espléndido trabajo de limpieza.
– Hago lo que puedo. Un hombre no debería dejar que se lo coma la mugre sólo porque vive solo.
El inspector descendió y devolvió la silla a su lugar, bajo la mesa.
– Pero el exterior le importa menos, ¿no? Los pollos parecen haber estado revolcándose en la tierra.
– Son las gallinas. Se rascan por los gusanos.
«Este chico tiene respuestas para todo», pensó el inspector. Observó a Norman con atención antes de formular la siguiente pregunta.
– ¿Por qué iba Elsie caminando sola por Blackness Road el día en que desapareció, señor Thorne?
Norman abrió mucho los ojos.
– No le entiendo.
– Dos testigos la vieron a las cinco y diez. Dicen que se dirigía hacia aquí.
– No podía ser Elsie.
– La reconocieron gracias a la foto que usted nos facilitó.
– Bueno, pues nunca llegó -repuso Norman en voz baja e inexpresiva-. Juro sobre la Biblia que no he vuelto a ver a Elsie Cameron desde finales de noviembre.
Blackness Road
31 de diciembre