Pensé en ir en busca del doctor Turle y en pedir a alguien que llamara a la poli_ía. Después me di cuenta de la situación en que me hallaba. Había mucha gente que sabía que no quería casarme con Elsie. ¿Quién iba a creer que no la había matado? La única opción posible era enterrar su cadáver y fingir que no la había visto.
Saqué el hacha y, a la luz del fuego, le corté las piernas y la cabeza. Lo hice porque creí que sería más fácil enterrarla en trozos pequeños. Metí la cabeza en una caja de galletas y envolví el resto con periódicos. Excavé unos hoyos junto al corral, cerca de la puerta, y enterré a Elsie.
Luego quemé su ropa y limpié la cabaña. He tenido miedo de contar la verdad. Elsie siempre decía que se mataría si yo la abandonaba, pero nunca imaginé que llegara a hacerlo.
Firmado: Norman Thorne
12
Comisaría de Crowborough. 16 de enero de 1925
El inspector jefe Gillan apoyó las manos cruzadas sobre la mesa.
– ¿Qué fue de la cuerda de tender?
– La quemé junto con su ropa.
– ¿Por qué lo hiciste? ¿Y por qué conservaste las joyas?
Norman se frotó los ojos con los nudillos.
– Cuando la despedacé, puse todas sus cosas sobre la cama… después me olvidé de ellas. Estaba totalmente desnuda… sin nada puesto. -Tomó aire-. Las encontré al empezar a limpiar… pero para entonces ya estaba demasiado cansado para cavar más hoyos. Era más sencillo echar la ropa al fuego y esconder las joyas en el trastero de las herramientas.
– Enterraste la maleta.
– No quise quemar el vestido de bebé. No me pareció bien.
Gillan le ofreció un cigarrillo.
– La autopsia demostró que no estaba embarazada. Al menos en eso decías la verdad.
– Lo sé.
– Pero todo el resto es mentira, Norman. Ella no se colgó. Y no hay el menor indicio de que las vigas sostuvieran el peso de ningún cuerpo. Son de madera de pino: debería apreciarse la marca de la presión de la cuerda.
– Yo sólo puedo decirle lo que encontré.
– Entonces explícame cómo se rompieron el reloj y las gafas.
– Tal vez las rompiera ella misma. Era muy torpe.
– No me sirve.
– Quizá las aplasté yo cuando me senté en la mesa. O tal vez las pisara Elsie sin querer después de quitárselas. -Norman apoyó la cabeza en las manos-. Veía menos que un murciélago… pero creía que estaba más guapa sin ellas.
– ¿Y era verdad?
– No.
Gillan pasó el dedo por un pedazo de papel que tenía delante.
– El cadáver estaba en buen estado porque hizo frío y fue enterrado esa misma noche. La autopsia encontró moretones en la cara de Elsie. ¿La golpeaste?
– Por supuesto que no. Yo nunca le puse la mano encima.
– Pero discutiste con ella.
– Eso no implica que le pegara, señor Gillan. No le habría hablado de la discusión de haberlo hecho. Se desplomó como un saco de patatas cuando corté la cuerda. Yo estaba subido a una silla y no había forma de sostener el peso. Creo que se golpeó la cabeza con la cómoda. ¿Podría eso haber causado las magulladuras?
– No tengo idea. No soy un experto. -El hombre de Scotland Yard repasó una línea del informe con el dedo índice-. Según esto, ella murió dos horas después de tomar una comida ligera.
Norman se inclinó hacia delante, con la ansiedad dibujada en el rostro.
– Eso demuestra que no la maté. Estaba viva cuando salí de la cabaña a las nueve y media.
– Sólo tenemos tu palabra.
– Pero no cenamos hasta después de las ocho y media. Primero fui a casa de los Cosham, y luego mantuvimos la discusión sobre Bessie, antes de que yo empezara a cocinar.
– No hay ningún testigo que lo confirme, Norman. Los Cosham habían salido, y tú y Elsie estabais solos.
– ¿Cómo iba a saber que los Cosham se habían ausentado sin haber ido a su casa?
Gillan se encogió de hombros.
– Había transcurrido un mes entre esa noche y el día en que hiciste tu declaración. Cualquiera podría habértelo dicho.
Norman se secó el sudor de las manos en los pantalones.
– Pero si ella no se colgó… y yo no la golpeé… ¿cómo dice la autopsia que murió?
Gillan se tomó su tiempo antes de contestar. Ése era el único detalle que le preocupaba.
– Según la autopsia, murió de una fuerte impresión. -¿Qué significa eso?
– Fallo en el sistema nervioso. Se le paró el corazón y falleció.
Norman le miró fijamente.
– ¿Quiere decir que murió de nervios? ¿Cómo pudo suceder? Siempre estuvo delicada de eso… pero nunca al borde de la muerte.
– Depende de lo que le hicieras. El informe sugiere que la golpeaste repetidas veces en la cara y luego la dejaste morir. Si no te hubieras ido, si te hubieras quedado con ella para ayudarla, ahora no se te acusaría de asesinato.
– ¡Pero yo no hice nada, señor Gillan! Tiene que creerme. Las cosas sucedieron tal y como expliqué en mi declaración.
Gillan retiró su silla hacia atrás.
– En ese caso no debiste haberle cortado la cabeza.
Resulta más fácil apreciar marcas de cuerda si el cuello está intacto. -Se incorporó-. Trataste a esa pobre chica con el mismo desprecio que se muestra ante un pollo muerto. Y a la policía eso no nos gusta nada, Norman.
13
Prisión de Su Majestad, Lewes. 3 de marzo de 1925
A medida que se acercaba la fecha del juicio, la defensa empezó a preocuparse por el estado mental de Norman. Ponía toda su fe en Dios y parecía ignorar el peso de las pruebas que tenía en su contra. Sir Bernard Spilsbury, el patólogo más célebre de Inglaterra, había realizado la autopsia y sostenía con firmeza la acusación de asesinato.
El doctor Robert Bronte era el médico citado por la defensa. Había efectuado una segunda autopsia y estaba dispuesto a declarar que había hallado marcas de cuerda en el cuello de Elsie. También aduciría que la «muerte por impresión nerviosa» no llevaba de forma directa a la sospecha de asesinato. No había prueba alguna de que la muerte de Elsie fuera provocada. Ni de que alguien hubiera podido predecir un colapso nervioso.