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Aquellas gentes no eran capaces de comprender cómo podía vivir un hombre sin cuerpo físico, y para ellos la vida futura significaba la resurrección de sus cuerpos, muertos que vivirían de nuevo. Según ellos, los cuerpos muertos permanecerían en tal estado hasta el Gran Día, en que volverían a vivir. No hay entre tales gentes enseñanza alguna relativa al alma que deja el cuerpo para vivir en planos superiores. Nada de esto sabían aquellas gentes, incapaces de tan altas ideas e ideales, porque eran materialistas y estaban identificados con sus queridos cuerpos animales, y creían que milagrosamente recobrarían la vida sus cuerpos muertos en un tiempo futuro, cuando volviesen a vivir en la tierra.

Si consideramos el moderno conocimiento relativo a la naturaleza de la materia y que la constituyente hoy del cuerpo de una persona puede mañana formar parte del de otra, pues la materia se está transmutando y retransmutando continuamente para formar los cuerpos de los hombres, animales y plantas y constituir los gases químicos, y las combinaciones de los cuerpos inorgánicos, resulta la «resurrección del cuerpo» lastimoso desvarío de la mente de un primitivo e ignorante pueblo y en modo alguno una enseñanza espiritual. Desde luego que cabría la duda de que tal cosa se les enseñare a los cristianos de aquel tiempo, a no ser por los fidedignos testimonios históricos y la huella que esta enseñanza dejó en el llamado «Credo de los Apóstoles» en la frase que dice: «creo en la resurrección de la carne» que diariamente se reza en las iglesias, pero que ya apenas se enseña hoy día y muy pocos cristianos la creen, pues la mayoría la desconocen o niegan.»

Dice el doctor James Beattie:

«Aunque el género humano ha tenido siempre la creencia en la inmortalidad del alma, la resurrección del cuerpo fue una doctrina peculiar del primitivo cristianismo.»

Y declara S. T. Coleridge:

«Algunos de los más influyentes autores cristianos de los primeros tiempos fueron materialistas, pues enseñaban que el alma era material y corpórea. Parece que en aquel entonces eran pocos los creyentes en la inmaterialidad del alma según el concepto de Platón y otros filósofos; pero los teólogos cristianos ortodoxos tildaban esta idea de impía y contraria a las Escrituras. Justino Mártir arguyó en contra de la naturaleza platónica del alma. Y aun algunos autores de más cercana época no han vacilado en adherirse a la opinión de los primitivos ortodoxos. Así dice el doctor R. S. Candlisch: "Volveremos a vivir en el cuerpo, en este nuestro cuerpo, con todas las esenciales propiedades y para todos los propósitos prácticos del en que ahora vivimos. Yo no he de vivir como un fantasma, un espectro o un espíritu, sino que entonces viviré como vivo ahora en el cuerpo"»

La Iglesia primitiva insistió con tanto empeño en la doctrina de la resurrección de la carne, porque la esotérica escuela de los gnósticos sostenía lo contrario, y el partidista espíritu de la mayoría los empujó al extremo opuesto, hasta que rotundamente negaron toda otra idea e insistieron en la resurrección y reviviscencia del cuerpo físico. Masa pesar de que la oficial adopción de esta grosera teoría fue perdiendo poco a poco su valimiento, aunque todavía persiste su sombra en las palabras del credo, su espíritu se retrajo y desvaneció ante la progresiva idea de la inmortalidad del alma que vuelve una y otra vez al mundo hasta lograr la victoria.

Dice el profesor Nathaniel Schmidt, en su artículo sobre el particular en una prestigiosa enciclopedia: «…La doctrina de la natural inmortalidad del alma humana fue parte tan importante del pensamiento cristiano, que el dogma de la resurrección de la carne fue perdiendo su viril significado y no está incluido en ninguno de los sistemas filosóficos trazados por los pensadores cristianos en los tiempos modernos». Sin embargo, la Iglesia continúa repitiendo las ya insulsas palabras: «creo en la resurrección de la carne». Aunque en realidad nadie cree en ella, su recitado y la declaración de fe es todavía indispensable requisito para el ingreso en la Iglesia cristiana. De tal modo persisten las ideas y fórmulas entre los vivientes.

De lo dicho se infiere fácilmente por qué los primitivos cristianos de fines del siglo I daban tanta importancia a la concepción y nacimiento físico de Jesús, pues para ellos el cuerpo físico de Jesús era el mismo Jesús. Lo demás es pura consecuencia, incluso el nacimiento virginal y la resurrección física. Confiamos en que el lector haya comprendido esta parte del tema.

Hemos conocido muy devotos cristianos que se estremecían a la idea de que Jesús hubiese nacido como los demás hombres de un padre y una madre humanos. Se figuraban que esto tenía toques de impureza. Semejante idea deriva del prejuicio que disputa por impuro cuanto se refiere a la santidad de las funciones naturales en que todo es puro. ¡Cuánta perversión de criterio supone el tildar de impuras las sagradas paternidad y maternidad humanas!

El hombre verdaderamente espiritual ve en la divina trinidad de Padre, Madre e Hijo, algo que le da al hombre un vislumbre de su divina naturaleza, que con el tiempo despertará en la humanidad. Cada uno de los hechos de la vida de Jesús simboliza y es tipo de la vida individual de cada alma y de toda la humanidad.

Todos tenemos nuestro huerto de Getsemaní, a todos nos crucifican y ascendemos a los planos superiores. Tal es la oculta enseñanza del nacimiento virginal de Jesús. ¿No es más valiosa y al menos un concepto de la mente humana muy superior a la leyenda del virginal nacimiento físico?

En sucesivas lecciones expondremos los pormenores de las enseñanzas ocultas referentes a la divina naturaleza de Cristo, o sea el Espíritu encarnado en forma humana, y entonces se verá más claramente la índole espiritual del virginal nacimiento de Jesús.

A los cristianos primitivos se les instruyó en la verdad relativa al nacimiento virginal, aunque sólo a los bastante inteligentes para comprenderla. Pero después de la muerte de los principales instructores, los que les sucedieron mostraron excesivo celo en convertir a los gentiles, cuya influencia se fue poco a poco sobreponiendo a las originales enseñanzas, y el virginal nacimiento físico de Jesús y la resurrección de la carne se declararon artículos de fe y de vital importancia por los ortodoxos dogmatizantes. Se han necesitado siglos de lucha mental y de espiritual desenvolvimiento para que la Luz de la verdad iluminara este oscuro punto de la fe; pero la obra está ya en libre marcha y las más esclarecidas mentalidades de dentro y fuera de la Iglesia cristiana, ya empiezan a desechar la vieja leyenda como una gastada reliquia de los tiempos en que las nubes de la ignorancia eclipsaban la Luz de la Verdad.

Terminaremos la lección transcribiendo el siguiente pasaje del eminente teólogo doctor Campbell, en su Nueva Teología.

«Pero ¿por qué vacilar en este asunto? La grandeza de Jesús y la valía de su revelación al género humano no se acrecientan ni disminuyen en modo alguno por la manera de venir al mundo.

Todo nacimiento es precisamente tan admirable como pudiera ser un nacimiento virginal, y tan directa obra de Dios. Una concepción sobrenatural no tiene nada que ver con la valía moral y espiritual de la entidad que se supone viene al mundo de tan insólita manera.