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Seguido de sus discípulos se marchó Jesús a campo abierto para difundir las alegres nuevas e infundir en los corazones la paz que trasciende toda comprensión.

LECCIÓN VI. EL TRABAJO DE ORGANIZACIÓN

Salió Jesús de Capemaum seguido de un tropel de lisiados a cuyas súplicas de curación no podía atender, porque le hubieran convertido en un sanador profesional en vez del Instructor que predicaba el Mensaje de la Verdad.

Trasladóse a otra parte del país con sus discípulos y fieles adherentes que siempre iban adonde él.

Sin embargo, no desistió enteramente de su obra de curación, que consideraba incidental en su ministerio, sin consentir que interrumpiera sus predicaciones y enseñanzas. Los relatos evangélicos hablan de notables curaciones que realizó Jesús por entonces, pero los pocos casos mencionados son eventuales incidentes que impresionaron al público entre centenares de otros casos no tan notorios.

La curación de la lepra es uno de los más notables. Era la lepra una hedionda enfermedad muy temida de las gentes de los países orientales, y al infeliz que la padecía lo trataban como a un paria de quien todos huían cual de una cosa impura y pestífera.

En la comarca donde estaba enseñando Jesús había un leproso, quien sabedor del admirable don salutífero atribuido al joven instructor, determinó presentarse a él en súplica de favor. No se sabe cómo logró el leproso llegar a través de la gente en presencia de Jesús, pero fue necesaria de su parte mucha astucia, porque a los leprosos no se les permitía ponerse en contacto con la gente. De un modo u otro, el leproso consiguió enfrentarse con Jesús cuando éste paseaba meditabundo apartado de sus discípulos.

La repugnante criatura mostró su repulsivo cuerpo en que se retrataban la miseria y el dolor humanos, encarándose con el Maestro le suplicó que ejerciera en él sus salutíferos poderes. Ni la más leve duda tenía el leproso de que Jesús era capaz de curarlo y su rostro resplandecía de fe y esperanza. Contempló Jesús ardientemente las descompuestas facciones del leproso que brillaban con el fuego de una ferviente fe como rara vez se ve en el rostro humano, y conmovido por aquella confianza en sus poderes e intenciones, dirigióse hacia el leproso contraviniendo las leyes del país que prohibían semejante trato. No contento con esto, impuso las manos en la impura carne, desafiando les leyes de la razón, e impávidamente se las pasó después por el rostro, exclamando: «Sé limpio». El leproso sintió una extraña conmoción en sus venas y nervios, y parecía que todos los átomos de su cuerpo hormigueasen con peculiar sensación de ardoroso prurito. Vio que sus carnes tomaban el rosado color de las personas sanas. Desapareció el entumecimiento de sus miembros y notó positivamente el estremecimiento de la corriente vital que con increíble rapidez formaba nuevas células, tejidos y músculos. Permanecía Jesús con las manos sobre la carne del leproso, para transmitirle la corriente de vitalizado prana, tal como una batería acumuladora carga un aparato eléctrico. Toda la operación estaba presidida por la potentísima y disciplinada Voluntad del ocultista Maestro.

Después le ordenó Jesús al ya sanado leproso que fuese a mudarse de ropa y cumplir con la ley de purificación, presentándose a los sacerdotes para recibir el certificado de limpieza. También le mandó que nada dijera acerca de los pormenores de la curación. Algún motivo tendría Jesús para evitar la notoriedad que le hubiese allegado la divulgación de tan maravillosa cura.

Pero ¡ay! que era demasiado pedir a la condición humana, y así fue que el ya sano leproso echó a correr, y saltando y brincando de alegría esparció a gritos la gozosa noticia de su maravillosa curación, para que todos supiesen cuán gran beneficio había recibido. A pesar de lo ordenado, entonó en alta voz las alabanzas del Maestro que tan inaudito poder había demostrado sobre la inmunda plaga que le había tenido entre sus garras hasta pocas horas antes. Con extraños gestos y llameantes ojos no se cansaba de relatar el caso, que de labio en labio se fue derramando hasta conocerlo la ciudad toda y su campo. Imaginemos que tal suceso ocurriera hoy en una población rural de nuestro país y comprenderemos la excitación ocasionada por la cura del leproso.

Sucedió entonces lo que Jesús había previsto al prohibirle que divulgara la noticia. Excitóse toda la comarca y numeroso gentío se agolpó en tomo de Jesús y sus discípulos, pidiendo a voces nuevos milagros y prodigios. Los curiosos amigos de las violentas emociones sobrepujaban en número a los que Jesús quería instruir. Multitud de enfermos y lisiados le rodeaban en súplica de curación. Se repitieron las escenas de Capernaum. Los leprosos acudían en tropel desafiando la ley y la costumbre, y las autoridades estaban fuera de sí, conturbadas y coléricas. No sólo se mostraban hostiles a Jesús los gobernantes y sacerdotes, sino también se concilió animadversión de los médicos que veían su ejercicio arruinado por aquel hombre, a quien tildaban de charlatán e impostor que amenazaba alterar la salud pública, sólo segura en manos y cuidado de los médicos. Así es que Jesús hubo de marcharse de aquel lugar a otro nuevo escenario.

Mucho llamó la atención lo ocurrido en Galilea mientras predicaba Jesús en una casa. A mitad del sermón, él y los oyentes quedaron sorprendidos por la aparición de una comitiva que llevaba tendido en una litera a un pobre paralítico, y lo bajaban desde el tejado circundante del patio central de la casa. Los amigos del paralítico habían ideado el medio de izar la litera desde la calle al tejado y después bajada hasta el patio, con objeto de que tan insólito artificio no pudiese menos de llamar la atención del Maestro. Refiérese que las gemebundas súplicas del paralítico y la fe que había inspirado tan enérgico esfuerzo a los amigos, despertaron el interés y la simpatía de Jesús, quien suspendiendo el discurso hizo otra de aquellas instantáneas curaciones sólo posibles a los más adelantados adeptos de la medicina espiritual.

Después ocurrió el caso de la Fuente de Betseida, una comarca abundante en aguas medicinales, frecuentada por los enfermos anhelosos de recobrar la salud. Los impedidos por lisiaduras o enfermedad iban a los manantiales llevados por sus parientes o por sus criados, quienes se abrían paso a empujones dejando atrás a los débiles. Andaba Jesús por entre el gentío y llamóle la atención un pobre baldado, tendido en su camilla lejos de las fuentes. No tenía parientes o amigos que lo llevasen ni dinero para pagar a un sirviente, ni tampoco le era posible ir por sí mismo. Llenaba aquel lisiado el aire con los quejidos y lamentaciones de su mala suerte. Acercóse Jesús, y llamándole la atención con enérgica mirada de autoridad y poder, le gritó con imperiosa voz: «Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa». El paralítico hizo con pronta obediencia lo que se le mandaba, y con gran sorpresa suya y de los circunstantes vio que le era posible moverse libremente como un hombre bueno y sano.

También esta curación despertó vivísimo interés en las gentes al par que la hostilidad de los sacerdotes. Parece que aquel día era sábado, en el que la ley prohibía curar a los enfermos, y además el paralítico había hecho un trabajo mecánico al cargar a cuestas con el lecho según el mandato del sanador. Los mojigatos, azuzados por los sacerdotes, empezaron a insultar a Jesús y al ya curado enfermo, a la manera de los beatos hazañeros de todos los países y de todas las épocas, incluso la nuestra. Aferrados a la letra de la ley, aquellas gentes desconocían su espíritu, y esclavos del formulismo no echaban de ver el significado subyacente en las fórmulas y ceremonias.