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La palabra mago deriva literalmente del griego, que a su vez la tomó por sucesivas derivaciones de las lenguas de Persia, Media, Caldea y Asiria. Significa «el que hace prodigios» y se aplicó a los miembros de las ocultas órdenes sacerdotales de Persia, Media y Caldea, que fueron adeptos místicos y ocultos maestros. La historia antigua rebosa de referencias a estas corporaciones cuyos individuos fueron los seculares custodios del oculto conocimiento del mundo y los inestimables tesoros de enseñanzas esotéricas que hoy posee la humanidad proceden de las manos de los magos, quienes guardaron los sagrados fuegos del misticismo y mantuvieron viva la llama. Al pensar en la tarea de los magos acuden a la memoria los versos de Eduard Carpenter, que dicen:

«¡Oh!, no dejéis extinguir la llama. Cuidadla siglo tras siglo en las oscuras criptas y en sus sagrados templos. Que alimentada por puros místicos de amor, no se extinga la llama.»

El título de mago tenía muy alta estima en aquellos días, pero cayó más tarde en descrédito por su creciente aplicación a los hechiceros u operantes de obras malignas o de «magia negra». Sin embargo, la Nueva Enciclopedia Internacional dice acertadamente:'

«El término está empleado por Mateo en su verdadero sentido aplicado a los sabios que de Oriente vinieron a Jerusalén para adorar a Cristo. Este suceso es muy significativo porque la doctrina mesiánica estaba desde muy antiguo establecida en el zoroastrismo.»

La misma Enciclopedia dice de los Magos que «creían en la resurrección, en la vida futura y en la venida de un Salvador».

Para comprender la índole de los magos en relación con su oculta taumaturgia, conviene estudiar la siguiente definición que Webster da de la palabra magia:

«La oculta sabiduría atribuida a los magos, respecto a las fuerzas ocultas de la naturaleza cuyos secretos poseían y dominaban.»

Así se ve fácilmente con cuánta razón afirmamos que los sabios o magos que vinieron a adorar al niño Jesús eran en realidad representantes de las grandes fraternidades místicas y órdenes ocultas de Oriente, es decir, adeptos, maestros y hierofantes. Por lo tanto, tenemos en ellos los ocultos y místicos taumaturgos, los hermanos de alto grado de las grandes logias orientales de oculto misticismo, que aparecen en los albores de la historia de la cristiandad y denotan vivísimo interés por el mortal nacimiento del egregio Maestro, del Maestro de Maestros, cuya venida habían esperado por tanto tiempo. Y todos los místicos y ocultistas se complacen y justamente se enorgullecen de que los magos de Oriente, los enviados desde el centro de los místicos círculos esotéricos fuesen los primeros en reconocer la divina naturaleza de aquel humano infante. A los sedicentes cristianos, para quienes todo cuanto atañe al misticismo y ocultismo del cristianismo les duele, les llamamos la atención hacia este íntimo enlace entre los Maestros y el MAESTRO.

La Estrella de Oriente

Pero el relato místico comienza mucho antes de la visita de los Magos a Belén. Dijeron los magos: «¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.» ¿Qué significan las palabras: «hemos visto su estrella en Oriente?».

Para la mayoría de cristianos la «estrella de Belén» significa una refulgente estrella que de súbito apareció en el cielo como un faro de luz, que milagrosamente guió los pasos de los magos en su dilatado camino, hasta que se detuvo sobre la casa donde estaba el niño Jesús, a la sazón de edad de entre uno y dos años. Creen generalmente los cristianos que guió constantemente a aquellos hábiles místicos, ocultistas y astrólogos en su viaje desde el lejano Oriente, en el que tardaron cosa de un año, y que después los condujo a Belén, donde se detuvo sobre la casa de José y María. Lástima que durante tan largo tiempo haya oscurecido un hermoso suceso místico esta vulgar tradición de la ignorante multitud, y que por lo evidentemente inverosímil y anticientífica motivara la burla de millares de gentes respecto de la verdadera historia de la «estrella de Belén». A las tradiciones místicas les toca disipar las nubes de ignorancia que encubren esta hermosa historia y restablecerla en la mente de los hombres como un natural y científico suceso.

El error de la «estrella ambulante» deriva de las supersticiones y absurdas ideas de muchos cristianos de los tres primeros siglos posteriores a la muerte de Cristo. Estos cuentos se interpolaron en los manuscritos legados por los discípulos y muy luego se consideraron parte integrante de los auténticos evangelios y epístolas, aunque los modernos exégetas están depurándolos de tan groseras y caprichosas interpolaciones. Conviene advertir que los exégetas afirman que las más antiguas copias manuscritas del Nuevo Testamento datan de por lo menos tres siglos después de los escritos originales, de los que son copias de copias, indudablemente añadidas, alteradas y adulteradas por los copistas. Esta afirmación no es gratuita, sino plenamente comprobada por los exégetas y por la alta crítica, a cuyas obras remitimos a cuantos duden de nuestra afirmación.

La parte del versículo 9 del capítulo 2 de San Mateo, que dice:

«y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño», es una caprichosa interpolación en la historia de los Magos, según saben las Órdenes místicas y ocultas a cuyas tradiciones y registros es contraria semejante interpolación, como también contraria a la razón y a las leyes científicas, habiendo sido causa del incremento de los llamados «infieles.» que no pueden creer en tal patraña.

Toda persona inteligente sabe que una «estrella» no es un tenue punto centelleante en la llamada bóveda celeste, aunque así lo creyeran las gentes de la antigüedad y aún siguen creyéndolo hoy día los ignorantes. Las personas cultas saben que una «estrella» es, o bien un planeta de nuestro sistema solar, análogo a su hermana la Tierra, o bien potente sol, probablemente muchas veces mayor que nuestro sol y a millones de millones de kilómetros de distancia de nuestro sistema solar. Sabemos también que los planetas tienen invariables órbitas, y definido curso, con tal exactitud, que pueden predecirse sus movimientos con siglos de antelación o de postergación. Y asimismo sabemos que los lejanísimos soles y centros de sistemas solares análogos al nuestro tienen su lugar en el universo y sus universales relaciones y movimientos. Todos cuantos han estudiado siquiera los textos escolares de astronomía saben estas cosas; y, sin embargo, se les incita a que engullan el absurdo de la estrella que fue delante de los Magos durante cerca de un año, y al fin se detuvo sobre la casa de Jesús para señalar el término de la investigación. Compararemos ahora este anticientífico cuento con las tradiciones y leyendas de los místicos, y que cada cual escoja.

Si hubiera aparecido semejante estrella, seguramente que los antiguos historiadores mencionarían en sus textos el insólito acontecimiento, porque en aquel entonces había en Oriente sabios y eruditos, y era la astrología una ciencia cuidadosamente estudiada, por lo que es seguro que vieran la estrella y anotaran el suceso en sus escritos y lo mencionaran en sus tradiciones.

Pero no se encuentra ni la más remota alusión a tal estrella en la bibliografía de los pueblos de Oriente ni en los documentos de los astrólogos. En cambio, se ha conservado otra tradición según vamos a ver.

En realidad, hubo una «estrella de Belén» que guió los pasos de los magos a la casa del niño Jesús. Tenemos las siguientes pruebas de ello: