Las ideas sobre la inmortalidad del cuerpo físico son producto de materialistas mentes no acostumbradas a pensar en los planos superiores de vida e incapaces de comprender lo que sean. Terrenos y mundanales son estos conceptos e ideas, y en cuanto el cristianismo las repudie como inútiles cascarones, experimentará la reviviscencia de la genuina espiritualidad que tan necesaria juzgan las almas devotas y por la que fervorosamente ruegan.
Están las iglesias tan aferradas al concepto materialista, que ningún predicador se atreverá ni a insinuar siquiera la existencia de planos de vida superiores al físico, porque lo acusarían de «espiritista» o de creer en fantasmas y aparecidos. En nombre de la Ver dad preguntamos: ¿es la enseñanza de que el hombre es un ser espiritual incongruente con la doctrina de Cristo y los relatos evangélicos? ¿Debemos repudiar esta creencia y suplantada por un paganizante credo en la resurrección del «cuerpo físico» de los muertos, en la inmortalidad del des integrado cuerpo mortal de largo tiempo desechado? ¿Cuál es la enseñanza verdaderamente espiritual? ¿Cabe alguna duda respecto de cuál lo sea en una mente que quiera pensar por sí misma? Deplorable es que las iglesias ortodoxas no se rindan a la verdad y cesen de excomulgar a quienes afirman la existencia del alma independientemente del cuerpo físico.
¿De qué serviría el alma si para que los muertos gocen de inmortalidad necesitan que resuciten sus cuerpos físicos? ¿En dónde están ahora las almas que esperan la resurrección de sus cuerpos en el último día? ¿Están las almas de los muertos unidas a sus cuerpos?
Si no lo están, forzosamente han de vivir independientemente del cuerpo, y si así es, ¿por qué han de verse obligadas a recobrar sus des integrados cuerpos si no los necesitaron durante su vida desencarnada? ¿Qué les sucederá a los que en vida tuvieron cuerpos deformes, contrahechos o enfermizos? ¿Se les forzará a vivir eternamente en ellos? ¿Habrán de recobrar los viejos y achacosos sus desgastados cuerpos? Si no, ¿qué necesidad tienen de cuerpo físico en la vida futura? ¿Tienen los ángeles cuerpo físico? Si no lo tienen, ¿por qué han de necesitado las almas en los planos superiores? Si reflexionamos sobre estas cuestiones nos convenceremos de cuán materialista es el vulgar concepto cristiano comparado con el del cristianismo místico, que enseña la evolución espiritual desde los planos inferiores a los superiores de la existencia allende el débil concepto de los hombres de hoy día.
Enseñan las tradiciones ocultas que, durante los cuarenta días de la aparición de Jesús en cuerpo astral, comunicó muchas verdades superiores a sus discípulos, y aun dicen que sustrajo a algunos de ellos de sus cuerpos físicos y les mostró los planos superiores de existencia. También les informó acerca de la verdadera naturaleza de la misión que le había traído al mundo, que entonces veía más claramente por haberse desvanecido la nube de su cuerpo moral.
Díjoles qué la positiva obra de sus discípulos era sembrar las semillas de la Verdad sin esperanza de inmediatos resultados, pues el fruto no madurada hasta pasados dos mil años. El transcurso de los siglos había de ser como la preparación del terreno para la magna obra de la Verdad y que en lejanísimo tiempo llegada la fructificación.
También les habló de su segunda venida, cuando la real Verdad de sus enseñanzas fuese evidente para la humanidad y la iluminase la verdadera Luz del Espíritu, pues su obra mantendría viva la llama del Espíritu, que iría pasando de generación en generación a sus discípulos.
Estas y otras muchas cosas les enseñó antes de ascender a los planos superiores.
Y los místicos enseñan que todavía vive Jesús en el mundo entre todas las almas vivientes de la tierra, esforzándose en conducidas al reconocimiento de su verdadero ser, del interno Espíritu. Está siempre con nosotros como un Espíritu residente, un Consolador, un Protector, un Hermano mayor.
¡No se ha ido de nosotros! ¡Está aquí ahora y siempre con nosotros en positiva comunión espiritual!
¡Verdaderamente resucitó el Señor de la mortal forma a la inmortal existencia espiritual!
LECCIÓN IX. LAS ENSEÑANZAS INTERNAS
La primera y principal fase de las internas o enseñanzas esotéricas del cristianismo místico, es la relacionada con el misterio de la vida de Jesús. Las enseñanzas externas o esotéricas sólo dan un deficiente concepto de la verdadera vida y naturaleza del Maestro, en cuyo torno han levantado los teólogos un edificio de especulación dogmática. El misterio de la vida de Jesús constituye el tema de importantes enseñanzas internas de las místicas y ocultas fraternidades, que lo consideran como el fundamento de las demás enseñanzas. Por lo tanto, trataremos de esta fase del asunto.
En primer lugar debemos tener en cuenta que el alma de Jesús era diferente de las almas de los otros hombres. Nació de una virgen no en el sentido comúnmente aceptado, sino en el sentido oculto, según explicamos en la lección II. Su alma surgía nueva de manos del Creador y no había estado obligada a luchar en repetidas encarnaciones por manifestación y expansión en bajas y viles formas. Estaba incontaminada y tan pura como la Fuente de que procedía. Era un alma virgen en toda la extensión del calificativo.
De esto se infiere que no estaba ligado por el karma de pasadas encarnaciones, como las almas ordinarias. No le oprimían lazos kármicos ni tenía semillas de deseo y acción que, plantadas en anteriores vidas, pugnasen por brotar en la suya. Era un espíritu libre, un alma independiente; y por lo mismo, no sólo no estaba ligado por karma alguno personal, sino que por naturaleza estaba libre del karma colectivo de la raza y el mundo.
La carencia de karma personal entrañaba la carencia de deseos personales que atan al hombre a la rueda de las ambiciones egoístas. No deseaba engrandecimiento ni gloria personal, y por naturaleza estaba completamente libre para trabajar por el bien de la raza como externo observador y auxiliador sin sujeción forzosa a los dolores y tristezas de la vida humana. Pero él quiso sufrir voluntariamente, según veremos.
La absoluta carencia de karma le eximía de la necesidad de pasar por los humanos dolores que son parte del karma colectivo. Hubiera sido completamente capaz de vivir libre en absoluto de las penas, tribulaciones y pruebas comunes a todos los hombres por el karma de la raza humana. Si quisiera, escaparía de la persecución, de las torturas físicas y mentales y aun de la misma muerte. Pero él quiso sufrir todo ello de su propia voluntad, para cumplir la obra que ante sí veía como Salvador del Mundo.
Para que Jesús desempeñara su función como Redentor y Salvador de la humanidad era necesario que cargara sobre sí el karma de la raza, o sea que acumulara sobre su cabeza «los pecados del mundo». Antes de levantar la carga que pesaba sobre el linaje humano, debía ser un hombre entre los hombres.
Para comprender esto más claramente, conviene advertir que un alma como la de Jesús, libre de karma, no estaba sujeta a las tentaciones, ansiedades, deseos y demás estados de ánimo propios del hombre ligado al karma de pasadas encarnaciones, que como internas semillas de acción pugnan por educirse y manifestarse.
Con su libre alma hubiera sido Jesús un externo observador de las cosas del mundo sin recibir la influencia de ninguno de los mundanales incentivos de la acción. En tales circunstancias hubiera auxiliado al mundo como maestro e instructor; pero no fuera entonces capaz de realizar la magna obra de redimir al mundo en su altísimo significado espiritual, según veremos más adelante. Le era necesario cargar con el peso de la vida terrena para salvar a los moradores de la tierra.
Las enseñanzas ocultas nos dicen que durante su estancia en países extranjeros, fue Jesús tan sólo un instructor sin la más leve idea de su verdadera misión. Pero gradualmente fue recibiendo toques de iluminación que le dieron a conocer su genuina naturaleza y la diferencia entre él y los demás hombres. Entonces se convenció de la formidable obra que le aguardaba en la redención del linaje humano y reconoció la necesidad de compartir el karma de los hombres para llevar a cabo su plan. Por lentos grados adquirió este convencimiento, y tomó su definitiva determinación al recibir de mano de Juan el bautismo en el desierto.