Las enseñanzas ocultas nos dicen que cuando finalmente desapareció Jesús de la vista de sus discípulos, ascendió a los planos superiores, donde rápidamente se desprendió de los cuerpos astral, mental y de cuantos había usado el alma para su manifestación, excepto el más sutil, pues si hubiera desechado todo vestigio de individual existencia de su alma, inmediatamente se sumergiría en el único Espíritu, en el Absoluto, del que procedía, y la entidad Jesús hubiese desaparecido en el océano del único Espíritu. Pero renunció voluntariamente a este supremo estado hasta la consumación de los siglos, a fin de terminar su obra de Salvador del mundo.
Retuvo su más sutil vehículo, la mente espiritual en el superior matiz de expresión, para trabajar individualmente en bien de la humanidad. Y así existe todavía, consustancial con el Padre, aunque en apariencia como entidad separada.
Pero conviene advertir que ya no existe el Jesús hijo de José y María, pues desapareció su personalidad al desechar los vehículos inferiores y sólo subsistió su individualidad, su verdadero ser, el PRINCIPIO CRÍSTICO.
Significamos con esto que cuando un alma alcanza el supremo estado espiritual cerca de la absoluta identificación con el Espíritu Único, ya no es una personalidad sino que existe como un principio; pero este principio no es una fuerza mecánica e inanimada sino un vívido y conscientemente actuante principio de vida. Esta oculta verdad no puede explicarse en lenguaje humano, porque no hay palabras adecuadas a la explicación. Tan sólo indirectamente cabe dar alguna idea de dicha verdad.
Jesús existe hoy día como Cristo que positivamente vive y actúa, pero no está limitado a cuerpo alguno dando a esta palabra «cuerpo» su ordinaria acepción. El Cristo está entremezclado con la vida de la humanidad, inmanente en todo ser humano que ha existido, existe y existirá mientras el hombre sea hombre. No sólo reside en quienes han vivido y vivirán desde que dejó su cuerpo físico, sino en todos cuantos vivieron antes de que viniese al mundo. Se comprenderá esta aparente paradoja al recordar que las almas no «mueren», sino que tan sólo «pasan» al plano astral, de donde reencarnan oportunamente. También pasó el Cristo al plano astral y allí reside a la par que en el plano físico, porque doquiera estén las almas de los hombres, allí está Cristo trabajando perpetuamente por la redención y la salvación de la raza.
En el plano astral influye en las mentes de las almas que allí residen y las exhorta a que desechen las escorias de los deseos terrenales y enfoquen su atención en las cosas del espíritu, a fin de que reencarnen en más favorables condiciones. En el plano físico también influye en la mente y en el corazón de los hombres para que pongan su atención en lo alto. Su propósito es siempre lograr la liberación del espíritu de las ligaduras materiales, el reconocimiento del verdadero ser. Así vive Cristo en el corazón de los hombres y diariamente sufre y en la cruz se sacrifica, y así seguirá sufriendo y crucificándose hasta salvar y redimir al último hombre.
Este admirable sacrificio de Cristo excede al físico sacrificio de Jesús el hombre. No es posible imaginar ni aun la más leve angustia de ser tan excelso que voluntariamente vive en los corazones y en las mentes de los hombres, tan sumido como nosotros en la materia, conocedor de la posibilidad que toda alma tiene de alcanzar las cosas superiores, y sin embargo ve constantemente con indecible sufrimiento que los hombres sólo piensan y obran arrastrados por las incitaciones de su naturaleza inferior. ¿No supone esto una refinada tortura? ¿No resulta la agonía de la cruz insignificante sufrimiento en comparación de esta horrible agonía espiritual? Se indigna el cristianismo frente a la crueldad de los judíos que crucificaron al Salvador, y sin embargo diariamente lo crucifica con mil veces mayor tortura por su persistencia en las locales sensualidades de pensamiento y acción.
El poderoso adelanto moral del mundo desde la muerte de Jesús, aunque el presente no es más que débil presagio del futuro, tiene por causa principal la enérgica influencia de Cristo en la mente y el corazón de los hombres. El sentimiento de la paternidad de Dios y la fraternidad humana es cada día más intenso en el mundo de los hombres y nos ofrece ejemplo de la actuación del Cristo, el Salvador y Redentor del género humano.
Los más sublimes sueños de las almas exaltadas de la actual generación sólo son imperfectas visiones de lo que a la humanidad le reserva el porvenir. La obra de Cristo está todavía echando brotes, pero la flor y el fruto convertirán la tierra en un lugar mucho más glorioso que el cielo imaginado por los creyentes en pasados siglos. Pero aun estas bendiciones futuras palidecen en comparación de la vida que aguarda a la humanidad en los planos superiores cuando se haya mostrado merecedora de gozada. Y perpetuamente trabaja y sufre y se angustia Cristo en sus esfuerzos por realzar a la humanidad, aunque sea en corto grado, en la espiritual escala de la existencia.
Siempre está Cristo con nosotros y si reconociéramos su presencia seríamos capaces de escuchar la férvida y amorosa respuesta que da a nuestra hambre y sed espiritual para saciarla y satisfacerla. En nuestro interior mora el Cristo siempre respondiendo al clamor de: «Cree en Mí y serás salvo». ¡Qué promesa tan hermosa cuando se comprende su significado! ¡Cuán abundoso manantial de fortaleza y consuelo se alumbra en el alma humana que comprende la Verdad subyacente en las enseñanzas! El cristianismo místico brinda el Mensaje de Verdad a cuantos lean estas líneas ¿Quién lo aceptará?
Confrontemos ahora las enseñanzas del cristianismo místico sobre Cristo el Salvador, con las correspondientes de la ordinaria teología ortodoxa.
Por una parte vemos que Jesús, el Dios-Hombre, escoge deliberadamente la misión de ser el Salvador y Redentor del mundo, y desciende al círculo del karma terrenal, renunciando al privilegio de su divinidad y asumiendo las penalidades del género humano, no sólo para sobrellevar los sufrimientos corporales sino también para clavarse durante siglos y siglos en la Cruz de la Huma nidad, de modo que su espiritual presencia elevara al hombre a las cumbres de su esencial divinidad.
Por otra parte tenemos la descripción de un Dios colérico, con pasiones y temperamento puramente humanos, deseoso de vengarse de la humanidad que él mismo había creado, condenándola al fuego eterno del infierno. Pero después, el mismo Dios engendra un Hijo y lo envía al mundo para que muera en la cruz y sea la víctima expiatoria, como divino Cordero cuya sangre aplaque la cólera divina y lave los pecados del mundo.
Comparando ambas enseñanzas, ¿no se echa de ver al punto cuál es la genuina?
La primera dimana de la pura fuente del conocimiento espiritual. La segunda brotó de la estrecha mente de teólogos ignorantes que, incapaces de comprender las místicas enseñanzas, forjaron un sistema teológico adecuado a la cortedad de sus alcances, y crearon un Dios que no era más que el reflejo de su cruel naturaleza animal que exigía, lo mismo que ellos, sangre, tormento y muerte, para aplacar una indivinísima cólera y venganza.
¿Cuál de ambas enseñanzas está más acorde con los instintivos vislumbres de nuestro verdadero Yo? ¿Cuál de ambas merece la aprobación del Cristo interno?
El credo cristiano
La Iglesia cristiana reconoce tres credos: el de los Apóstoles, el de Nicea y el de Atanasio. De los tres se usan comúnmente los dos primeros, pues el tercero no es tan conocido y se usa raramente.
El Credo de los Apóstoles, el más usado, parece que tal como ahora se reza es posterior al de Nicea, y muchas autoridades opinan que es una corrupción de la original profesión de fe de los primeros cristianos.