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La doctrina secreta del cristianismo no tuvo su origen en Jesús, quien por su parte también fue iniciado en los Misterios que se enseñaban desde muchos siglos antes de su nacimiento. Así dice san Agustín: «Lo que llamamos la religión cristiana existió entre los antiguos y nunca cesó de existir desde el principio de la raza humana hasta que Cristo tomó carne, cuando la verdadera religión ya existente se empezó a llamar cristianismo».

Transcribimos unos cuantos párrafos de un conocido escritor sobre temas religiosos, con cuyos puntos de vista en este particular estamos conformes, aunque discrepemos en otros particulares. Dice así:

«Cabe afirmar sencillamente que ya no se enseñan estas doctrinas en las iglesias. ¿Cómo es esto? Porque el cristianismo ha olvidado gran parte de sus originarias enseñanzas y se satisface hoy con la parte restante, que es muy corta con relación a lo que primitivamente conoció. Se dirá que el cristianismo tiene todavía las mismas Escrituras. Es cierto; pero estas Escrituras enseñan algo que está hoy olvidado ¿Qué significan las constantes referencias a los Misterios del reino de Dios la frecuente declaración de Jesús a los discípulos de que sólo a ellos les era dado conocerlos y que a los demás les había de hablar en parábolas? ¿Por qué emplea siempre Jesús los términos técnicamente peculiares de las enseñanzas esotéricas de la antigüedad? ¿Qué significa san Pablo al decir: "hablamos sabiduría entre los perfectos", palabra esta ultima aplicada a los que habían alcanzado cierto grado de iniciación? Repetidamente emplea san Pablo términos igualmente técnicos, pues habla de la “sabiduría de Dios en misterio, la que Dios ordenó antes del principio del mundo y que no conocen los príncipes de este mundo". Desde luego que no hubiera sido verdadera esta afirmación de Pablo si únicamente se refiriese a las esotéricas enseñanzas del cristianismo que abiertamente predicaban a todas las gentes. Los inmediatos sucesores de san Pablo, los Padres de la Iglesia, sabían perfectamente bien lo que significaban las afirmaciones de su predecesor, pues todos ellos usan precisamente la misma fraseología. San Clemente de Alejandría, uno de los primeros y más insignes, nos dice que "no es lícito revelar a los profanos, los Misterios del Verbo".»

Otra consideración nos demuestra claramente lo mucho que se ha olvidado de las primitivas enseñanzas. La Iglesia sólo procura hoy que las gentes sean piadosas y señala la santidad como la meta y corona de su propósito. Pero en los primeros tiempos requería mucho más, pues cuando un hombre alcanzaba la santidad, es decir cuando ya era perfecto, entonces lo consideraba capaz de recibir las enseñanzas que hoy día no puede dar porque ha olvidado el antiguo conocimiento. La Iglesia primitiva señalaba tres etapas disciplinarias: purificación, perfección e iluminación. Hoy día se satisface con la purificación y a lo sumo con la perfección o santidad, porque no tiene iluminación que dar.

Dice Clemente de Alejandría:

«La pureza es tan sólo un estado negativo, principalmente valioso como requisito de la intuición. El purificado por el bautismo e iniciado después en los Misterios menores, en los que adquirió los hábitos de reflexión y dominio propio, está ya maduro para los Misterios mayores, para la Gnosis o científico conocimiento de Dios». En otro lugar añade: «El conocimiento es algo más que la fe. La fe es el sumario conocimiento de apremiantes verdades, a propósito para las gentes ocupadas en los negocios del mundo; pero el conocimiento es la fe científica».

Orígenes, discípulo de san Clemente de Alejandría, habla de la fe popular e irracional que conduce a lo que él llama cristianismo material, basado en el relato evangélico en oposición al cristianismo espiritual contenido por la Gnosis de Sabiduría. Al tratar de las enseñanzas fundadas en los relatos históricos exclama Orígenes: «¿Qué mejor método podía trazarse para auxiliar a las masas?» Mas para los prudentes y discretos señala siempre las enseñanzas superiores, que sólo se comunican a quienes han demostrado ser dignos de recibirlas. Estas enseñanzas no se han perdido. La Iglesia las desechó al expulsar a los insignes doctores gnósticos; pero se han conservado a pesar de todo, y precisamente estamos ahora estudiando esta Sabiduría que para nosotros soluciona todos los problemas de la vida, nos traza una racional norma de conducta y nos sirve de verdadero evangelio de buenas nuevas recibidas de lo alto.

San Pablo indica la existencia de la doctrina secreta, al decirles a los corintios: «De manera que yo, hermanos, no puedo hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños de Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales» (1 Corintios 3, 1-3).

Jesús dijo: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, porque sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mateo 7, 6).

Sobre estas palabras de Jesús, escribe san Clemente de Alejandría: «Aun ahora temo, según se dijo "echar perlas a los puercos, porque no las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen". Porque difícil es exponer las realmente puras y transparentes palabras relativas a la verdadera Luz, ante brutales e incultos oyentes».

En el siglo I de la era cristiana, los instructores cristianos empleaban frecuentemente la denominación de «Misterios de Jesús» y los círculos esotéricos de los cristianos se consideraban como una congregación de almas lo bastante adelantadas para entender dichos misterios.

Interesantes sobre el particular son los siguientes pasajes: «Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan» (Marcos 4,10-12).

«Con muchas tales parábolas como éstas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo» (Marcos 4,33-34).

«Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar» (Juan 16, 12).

Las enseñanzas ocultas afirman que, cuando después de la crucifixión volvió Jesús en cuerpo astral, instruyó a sus discípulos en muchas importantes verdades místicas, según se infiere del siguiente pasaje: «a quienes también (a los discípulos), después de haber padecido, se presento vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles por cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios» (Hechos 1,3).

Saben muy bien los versados en historia eclesiástica que los Padres de la Iglesia hablaron y escribieron explícitamente de los Misterios cristianos. Policarpo, obispo de Esmima, escribe a unos fieles diciéndoles que espera que «estén bien versados en las Sagradas Escrituras y que nada les quede oculto, pues por lo que a mí toca no se me ha concedido todavía este privilegio» (Epístola de Policarpo, capítulo VII).

Ignacio, obispo de Antioquía, dice: «No soy todavía perfecto en Cristo, porque ahora empiezo a ser discípulo y te hablo como condiscípulo».

También se dirige a ellos como «iniciado en los misterios del evangelio con san Pablo, el Santo, el martirizado». Y en otro pasaje: «¿No podría escribiros cosas más llenas de misterio? Pero temo hacerlo por no lastimaros, puesto que aún sois niños. Perdonad, me en este particular, pues os aplastaría el peso de lo que os dijera, por no ser capaces de soportarlo. Porque tampoco soy yo toda, vía perfecto ni un discípulo como lo fueron Pablo y Pedro, aunque soy capaz de comprender las cosas celestiales, los órdenes angélicos, las diferentes clases de ángeles y huestes, la distinción entre potestades y dominaciones, entre tronos y autoridades, el poderío de los eones, la preeminencia de los querubines y serafines, la sublimidad del Espíritu, el reino del Señor, y sobre todo la incomparable majestad de Dios omnipotente».