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La doctrina de la reencarnación y el karma fue declarada ilegítima por ciertas influencias eclesiásticas en el siglo VI. El segundo concilio de Constantinopla, celebrado en 553, la condenó por herética y desde aquel tiempo la iglesia oficial la miró con mal ceño y la persiguió con la cárcel, la espada y la hoguera. Sin embargo, durante muchos años mantuvieron encendida su luz los albigenses que dieron centenares de mártires inmolados a la tiranía de las autoridades eclesiásticas, porque persistían en su fe en las enseñanzas esotéricas de la Iglesia sobre la reencarnación y el karma.

Aunque eclipsada por la nube de superstición que planeó sobre Europa en la Edad Media, ha sobrevivido la Verdad, y tras muchos intentos de reavivar su llama, ha logrado por fin en este glorioso siglo XX difundir su luz y calor por el mundo, restituyendo al cristianismo los primigenios conceptos de aquellos preclaros entendimientos de la primitiva Iglesia. Una vez dueña de sí misma, la Verdad seguirá adelante, barriendo de su camino las mezquinas objeciones y obstáculos que detuvieron cautivos sus pasos durante tantos siglos.

Terminemos esta lección con aquellos inspirados versos de Woodsworth cuya alma percibió la Verdad a pesar de las convencionales restricciones de su época y país.

«Nuestro nacimiento no es más que un sueño y un olvido. El alma que al nacer el cuerpo tiene su aurora, la estrella de nuestra vida, tuvo en alguna parte su ocaso, y viene de lejos. No con entero olvido ni en completa desnudez venimos, sino arrastrando nubes de gloria desde Dios, que es nuestra patria.»

LECCIÓN XII. EL MENSAJE DEL MAESTRO

En casi todas las enseñanzas de Jesús se encuentra el místico mensaje referente a la existencia del Espíritu en el interior del alma humana, de aquel Algo interno al que recurrimos en nuestros dolores y aflicciones, del Guía y Amonestador siempre dispuesto a aconsejamos, advertimos y dirigimos si escuchamos atentamente su Voz.

«Buscad primero el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura». Y como explicación de ello: «El reino de los cielos está en vosotros». Tal el místico Mensaje que nos da la clave de los misterios de las internas enseñanzas.

Transcribimos algunas sentencias de Jesús, con propósito de interpretarlas de conformidad con dichas enseñanzas. Pero antes debiera leer el estudiante con suma atención la lección XIV de Lecciones de filosofía yogui, en donde están expuestas al pormenor las enseñanzas con sus verdades fundamentales, pues así comprenderá más fácilmente lo que vamos a tratar. También en nuestras obras tituladas Curso avanzado de filosofía yogui y Gñani Yoga están expuestas las fases superiores de las enseñanzas; pero aunque no aludamos en dichas obras al cristianismo, son tan fundamentales las enseñanzas que quienquiera que las conozca comprenderá la doctrina secreta del cristianismo.

No hay en realidad más que una filosofía oculta que echamos de ver por doquiera, y una vez percibida la Verdad comprendemos que es la llave maestra que abre las puertas de acero de las enseñanzas esotéricas de todas y cada una de las religiones y filosofías. Los yoguis resolvieron hace siglos el enigma del universo y los más intensos esfuerzos del entendimiento humano desde entonces no han hecho más que corroborar, confirmar y ejemplarizar la original Verdad proclamada por aquellos venerables sabios.

Consideremos las palabras de Jesús a la luz de la antigua sabiduría. Examinemos el Sermón de la Montaña, tal como aparece en el Evangelio de San Mateo:

Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5, 3).

Con estas palabras enseña Jesús la oculta enseñanza de que, quien renuncie a las vanaglorias y mezquinas ambiciones de este mundo, estará en camino de reconocer su verdadero Yo, su Algo interior, el Espíritu. Porque ¿no está escrito que el reino de los Cielos está en nuestro interior?

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación (Mateo 5, 4).

Expone Jesús en estas palabras la oculta enseñanza de que quienes por estar muy adelantados en su evolución se afligen al ver las locas ambiciones de las gentes y la inutilidad de lo que se esfuerzan en lograr, serán al fin consolados y gozarán de aquella «paz que trasciende a toda comprensión», pero de la que sólo son capaces quienes descubren el reino de los cielos que está en su interior. Prosigue diciendo el Maestro:

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por herencia (Mateo 5,5).

En estas palabras nos enseña Jesús que quienes obedezcan al Espíritu interior serán dueños de las cosas de la tierra. Frecuentemente tergiversan esta bienaventuranza los que no advierten su místico significado. La palabra «mansos» no denota la apática y servil actitud de los hipócritas esclavos de la forma, pues Jesús nunca enseñó tal cosa ni con su palabra ni con su ejemplo. Siempre se condujo como Maestro y no quiso en modo alguno que sus discípulos fueran serviles aduladores ni gemebundos suplicantes. De varios modos afirmó su Magisterio y aceptaba las muestras de respeto que se les daban, como por ejemplo cuando la Magdalena derramó sobre él la redoma de precioso ungüento. Empleó la palabra incorrectamente traducida por «mansos» en el sentido de una digna y tranquila sujeción al poder del Espíritu y la reverente sumisión a su guía, pero no en el de una hipócrita y cobarde mansedumbre respecto de las gentes. La promesa de que poseerían la tierra significa que serían dueños de las cosas temporales, es decir, que serían capaces de sobreponerse a ellas y enseñorearse de la tierra por haber entrado en el interno reino de los cielos.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mateo. 5,6).

Esta es la promesa del Maestro de que quienes buscan en su interior el reino de los cielos lo hallarán, esto es, que su hambre y su sed espiritual quedarán satisfechas de la única manera posible.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo, 5, 7).

Aquí se nos enseña la clemencia, la amabilidad, la tolerancia y la carencia de mojigatería, cuya recompensa lleva en sí misma tan armónica disposición de ánimo.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mateo 5,8).

Aquí se nos enseña la clemencia, la amabilidad, las cosas que son puras para los limpios de corazón, y que la pureza de corazón y el reconocimiento del Dios internos nos conduce a ver a Dios en todas las cosas. Dice un antiguo sabio persa: «Quien ve a Dios en su interior lo ve en todas las cosas». Verdaderamente quien lo ve en su interior lo ve en donde en realidad está: en todas partes.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5, 9).

Exhorta Jesús a los discípulos a que empleen su sabiduría y poder en apaciguar las luchas suscitadas por los diversos conceptos que de Dios tienen los hombres, a fin de que entre ellos prevalezca la Verdad. El capaz de descubrir la verdad subyacente en todas las religiones y creencias llega a ser amado hijo de Dios. El capaz de demostrar que bajo todas las fórmulas y ceremonias, bajo los nombres y títulos, bajo todos los credos y dogmas no hay más que un solo Dios a quien toda adoración asciende, es Pacificador e Hijo de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.