– Cuando gustes, maestro -dijo Vinnie. Ya lo tenía todo preparado.
Jack se apartó del negatoscopio y se acercó a la mesa de autopsias. El cadáver tenía una palidez espectral bajo la luz fluorescente. Fuera quien fuese, estaba bastante sobrado de peso y no había hecho ningún viaje reciente al Caribe.
– Para citar uno de tus comentarios favoritos -dijo Vinnie-: No parece que este tipo vaya a poder asistir a la fiesta de graduación.
Jack sonrió ante el humor negro de Vinnie. La frase era muy digna de él, lo que indicaba que se había recuperado de su rabieta.
El cuerpo estaba en un estado lamentable, aunque limpio, debido al tiempo transcurrido en el agua. Por cierto, era evidente que ese tiempo había sido breve. Los estragos iban más allá de los diversos impactos de bala en la parte superior del abdomen. No sólo le faltaban la cabeza y las manos, sino que también había anchos y profundos cortes en el torso y los muslos, que dejaban al descubierto vetas de tejido adiposo. Los bordes de todas las heridas eran irregulares.
– Parece que los peces se han dado un buen festín -observó Jack.
– Sí, estupendo.
Los impactos de bala habían dañado y dejado al descubierto varios órganos del abdomen. Una parte de los intestinos estaba a la vista y un riñón colgaba fuera de la herida.
Jack levantó un brazo y examinó los huesos expuestos.
– Yo diría que lo hicieron con una sierra para metales -sugirió Jack.
– ¿Y qué son estos cortes tan grandes? ¿Alguien trató de trincharlo como a un pavo de Navidad?
– No. Supongo que lo atropelló una lancha -dijo Jack-.
Parecen heridas de hélice.
A continuación, Jack inició un escrupuloso examen del exterior del cuerpo. Sabía que con tantas lesiones evidentes era fácil pasar por alto detalles más sutiles. Su meticulosidad dio resultado. En la parte posterior del cuello, justo por en cima de la clavícula, encontró una pequeña lesión circular.
Halló otra similar en el lado izquierdo, debajo de la caja torácica.
– ¿Qué son esas cosas? -preguntó Vinnie.
– No lo sé -respondió Jack-. Parecen heridas por punción.
– ¿Cuántas balas crees que le metieron en la barriga? -pre guntó Vinnie.
– Es difícil asegurarlo -respondió Jack.
– Vaya. No corrieron ningún riesgo -comentó Vinnie-. Es obvio que querían verlo muerto.
Media hora después, cuando Jack estaba a punto de iniciar el examen interno del cadáver, se abrió la puerta y entró Laurie. Tenía una bata blanca y una mascarilla en la cara, pero no llevaba el equipo de las autopsias. Dado que siempre respetaba las reglas y que estaba prohibido entrar en el "foso" sin el traje protector, Jack sospechó algo raro de inmediato.
– Por lo menos no ha estado mucho tiempo en el agua -dijo Laurie mirando el cadáver. No está descompuesto.
– Sólo se dio un chapuzón para refrescarse -bromeó Jack.
– ¡Qué herida de bala! -se asombró Laurie, observando el siniestro agujero. Luego vio los múltiples cortes y añadió-:
Estos parecen hechos por una hélice.
Jack se irguió.
– ¿Qué pasa, Laurie? -preguntó-. No has venido aquí para ayudarnos, ¿verdad?
– No -admitió Laurie. Su voz tembló detrás de la mascarilla-. Supongo que necesitaba un poco de apoyo moral.
– ¿Por qué? -preguntó Jack.
– Calvin acaba de meterme bronca -dijo Laurie-. Por lo visto, el asistente del turno de noche, Mike Passano, le dijo que anoche lo acusé de estar involucrado en la desaparición del cadáver de Franconi. ¿Puedes creerlo? Bueno, Calvin estaba hecho una furia, y ya sabes cuánto detesto los enfrentamientos.
Acabé llorando, y después me enfadé conmigo misma.
Jack resopló. Se preguntó qué podía decirle, aparte de "te lo dije", pero no se le ocurrió nada.
– Lo siento -dijo sin convicción.
– Gracias -respondió Laurie.
– Derramaste unas cuantas lágrimas -dijo Jack-. No pasa nada. No seas tan dura contigo misma.
– Pero detesto estos arrebatos -protestó Laurie-. Son muy poco profesionales.
– Yo no me preocuparía -repuso Jack-. A veces me gustaría ser capaz de llorar. Podríamos hacer un trueque parcial de debilidades. Los dos saldríamos ganando.
– ¡Cuando quieras! -dijo Laurie con vehemencia. Era la primera vez que Jack admitía algo que ella había sospechado durante mucho tiempo: reprimir el dolor era el principal obstáculo para su felicidad.
– Bueno; al menos ahora abandonarás tu minicruzada -dijo Jack.
– ¡En absoluto! -respondió Laurie-. Al contrario; esto refuerza mi decisión porque prueba exactamente lo que me temía. Calvin y Bingham se proponen esconder este episodio debajo de la alfombra. Y eso no está bien.
– ¡Ay, Laurie! -protestó Jack-. ¡Por favor! Este enfrentamiento con Calvin no es más que un preludio de lo que te espera. Lo único que conseguirás es crearte problemas.
– Es una cuestión de principios -afirmó Laurie-. Así que no me sermonees. He venido a buscar apoyo moral.
Jack suspiró, empañando su mascarilla de plástico por un instante.
– De acuerdo -dijo-. ¿Qué quieres que haga?
– Nada en particular -respondió Laurie-. Sólo que estés disponible para cuando te necesite.
Quince minutos después, Laurie salió de la sala de autopsias.
Jack le había enseñado todas las lesiones externas, incluyendo las dos heridas por punción. Ella lo había escuchado a medias, obviamente preocupada por el caso Franconi. Jack había tenido que morderse la lengua para no repetirle su opinión al respecto.
– Acabemos con la revisión externa -dijo Jack a Vinnie-.
Pasemos al examen del interior.
– Ya era hora -protestó Vinnie. Eran más de las ocho y estaban llegando otros cadáveres, acompañados de los forenses y sus asistentes. A pesar de que habían empezado tem prano, no le sacaban mucha ventaja a los demás.
Jack dejó a un lado las burlas sobre el desventurado cadáver. Con tantas lesiones evidentes, tenía que variar el procedimiento tradicional y eso exigía toda su concentración.
A diferencia de Vinnie, no se daba cuenta del paso del tiempo.
Pero una vez más, su meticulosidad dio frutos. Aunque el hígado estaba prácticamente destrozado por las balas, Jack descubrió algo que se le habría pasado por alto a cualquiera que hubiera hecho un trabajo más superficial y sumario.
Encontró diminutos restos de suturas quirúrgicas en la vena cava y en el borde irregular de la arteria hepática. La arteria hepática conduce la sangre al hígado, mientras que la vena cava es la más larga del abdomen. Jack no encontró sutura alguna en la vena porta porque ésta estaba prácticamente destrozada.
– Ven aquí, Chet -llamó Jack.
Chet McGovern, el compañero de despacho de Jack, estaba trabajando en la mesa contigua. Dejó su escalpelo y se acercó a la mesa de Jack. Vinnie se movió hacia la cabecera para hacerle sitio.
– ¿Qué has encontrado? -preguntó Chet-. ¿Algo interesante? -Miró el interior del orificio donde estaba trabajando
– Desde luego -respondió Jack-. Tengo unas cuantas balas, pero también algunas suturas vasculares.
– ¿Dónde? -preguntó Chet, que no veía ninguna anomalía anatómica.
– Aquí -Jack señaló con la punta del escalpelo.
– Sí, las veo -dijo Chet con admiración-. Estupendo hallazgo. No hay mucha endotelización. Yo diría que no son muy antiguas.
– Es lo que pensé -convino Jack-. Calculo que tienen un mes o dos. Seis como máximo.
– ¿Qué interés crees que tienen?
– Pues supongo que las posibilidades de identificación acaban de multiplicarse en un mil por ciento -dijo Jack. Se irguió y se estiró.
– Bueno -dijo Chet-. Tu descubrimiento indica que la víctima fue sometida a cirugía abdominal. Hay mucha gente que ha pasado por esas operaciones.
– No como ésta -replicó Jack-. Las suturas en la vena cava y en la arteria hepática indican que pertenecía a un grupo muy reducido. Apuesto a que le hicieron un trasplante de hígado hace poco tiempo.
CAPITULO 8
5 de marzo de 1997, 10.00 horas.
Nueva York
Raymond Lyons se levantó el puño de la camisa y consultó el delgadísimo reloj de pulsera Piaget. Eran las diez en punto. Estaba satisfecho. Le gustaba ser puntual, sobre todo en las reuniones de negocios, pero detestaba llegar demasiado pronto. Desde su punto de vista, llegar temprano indicaba desesperación, y Raymond quería negociar desde una posición de poder.
Había pasado varios minutos en el cruce de Park Avenue con la calle Setenta y ocho, esperando a que llegara la hora.
Ahora se enderezó la corbata, se ajustó el sombrero de ala ancha y se dirigió hacia el 972 de Park Avenue.
– Busco la consulta del doctor Anderson -anunció al conserje de librea que abrió la pesada puerta de cristal y rejas de hierro forjado.