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– Es una sirena -dijo papá con voz medrosa-; la oí una vez en Egipto.

La abuela se quedó con la boca abierta.

Así es como la ciudad tuvo su sirena de alarma.

– Ya tenemos un lamento que nos llore a todos -dijo Xexo cuando vino por la tarde-. Lo que nos faltaba, Selfixe. Ya estamos listas. Ahora vendrá el arcángel San Gabriel.

Como si no bastara todo aquello, justo entonces se produjo otro acontecimiento que conmovió lo que había quedado por conmover: la boda de Argyr Argyri.

Había observado que las noticias de compromisos o de bodas producían con frecuencia insatisfacción o perplejidad en algunos y alegría o sonrisa en otros; pero nunca hubiera creído que el anuncio de una boda pudiera caer como una catástrofe negra sobre las cabezas de todos sin excepción. «Se va a casar Argyr Argyri, ¿te has enterado? Anda ya. De verdad que se casa. No digas estupideces. Argyr Argyri se casa. ¿Cómo? Se casa. ¿Cómo, cómo? Que se casa. No es posible. Han avisado a doña Pino para que engalane a la novia. No. No puede ser. No puede ser. No. No. Yo también lo he oído. ¿De verdad? De verdad ¡Qué vergüenza! ¡Qué ignominia!»

Argyr Argyri era un hombre cetrino de voz atiplada, como la de una mujer. Conocido por todo el mundo, deambulaba por todos los barrios. Decían de él que era medio hombre, medio mujer y era el único varón que entraba y salía libremente de todas las casas, incluso cuando los hombres no estaban dentro. Argyr ayudaba a las mujeres en menesteres diversos, cuidaba a los niños mientras ellas lavaban las camisas, cogía agua junto a ellas, llevaba y traía recados. Tenía casa propia y decían que ayudaba a las mujeres no porque tuviera necesidad, sino porque le gustaba estar con ellas; le gustaban las conversaciones y las faenas de mujeres. Esto era algo tan incomprensible como tolerable, ya que Argyr era medio hombre, medio mujer. Después de muchos años, como revancha por las bromas y burlas de la gente y como consuelo por su carencia, Argyr Argyri se había ganado un derecho del que no disfrutaba ningún otro hombre: el derecho a relacionarse con las mujeres maduras y con las jóvenes.

Y he aquí que, de pronto, Argyr Argyri anunciaba su boda inminente. El desafío era tremendo. El personaje de la voz atiplada anunciaba de pronto que era hombre. Durante años había soportado las burlas más procaces en espera de la hora de la venganza. La ciudad se ensombreció. El golpe era intolerable. No había casa en la que no hubiera entrado Argyr Argyri, ni mujer a la que no conociera. Un interrogante siniestro se cernía por doquier.

Las esperanzas de que aquello no fuera verdad se fueron desvaneciendo una tras otra. Habían avisado a doña Pino. Se había contratado la orquesta. Estaba incluso anunciado el día de la boda. Las expectativas de que Argyr Argyri cambiara de parecer se vinieron abajo del mismo modo. Se decía que lo habían amenazado repetidamente, pero no se volvió atrás. Todo esto ocurría sin ruido, con palabras dichas entre dientes, mediante cartas anónimas. Nadie quería enarbolar la bandera de la hostilidad contra Argyr, pues ello significaría que tenía razones más poderosas que los demás para inquietarse.

Nadie pudo saber jamás qué es lo que había movido al hombre de voz atiplada a rebelarse repentinamente de aquel modo. ¿Qué le había pasado a Argyr? ¿Por qué había hecho aquello Argyr? ¿Por qué? Por fin llegó la noche de la boda. Era una de aquellas noches de oscuridad obligatoria. El viento, que había soplado durante dos semanas, cesó de pronto. Después de haber estado escuchando su silbido incesante, la calma resultaba aún más profunda. El ojo del proyector se encendió y se apagó de nuevo. Los tambores de la boda sonaban sin descanso, como si anunciaran el fin del honor de aquella ciudad.

Se había desbordado el vaso, decía Xexo. Ahora, según ella, se esperaba que manara agua negra de las fuentes.

– Es lo que nos faltaba: la boda de ese hermafrodita -le decía Isa a Javer, fumando en la oscuridad.

– Deja, deja -le respondió-. Esta ciudad se ha vuelto como Sodoma.

El ataque se produjo de repente, deforma despiadada. La sirena no funcionó. La ciudad se estremeció como una mujer epiléptica; se tambaleó, estuvo a punto de desplomarse. Era domingo; las nueve de la mañana. Por primera vez en su vida, la antiquísima ciudad, atacada miles de veces con catapultas, piedras, arietes, fue atacada desde el aire aquel domingo de octubre próximo a la mitad del siglo. Los cimientos gimieron como cegados por el dolor de la conmoción. Miles de ventanas aterradas arrojaron sus cristales al suelo con fuertes estampidos.

Tras el estruendo terrible, el mundo pareció ensordecer. La ciudad, convulsa, miraba al cielo límpido que parecía querer disculparse por su infinitud. Por el firmamento se alejaban aquellas tres pequeñas cruces plateadas, que habían hecho tambalearse los cimientos de aquella masa gigantesca de piedra.

El bombardeo causó sesenta y dos muertos. A la vieja de la vida, Neslian, la encontraron entre las ruinas, cubierta de cintura para abajo de piedras, vigas y trozos de yeso. No comprendía lo que había ocurrido. Agitaba sus largos brazos en el aire y gritaba: «Quién me ha matado». Tenía ciento cuarenta y dos años. Era ciega.

FRAGMENTO DE CRÓNICA

… Prepárate para un ataque aéreo. Construye un refugio que te proteja a ti y a los tuyos de las bombas inglesas. Manten dispuestos en casa recipientes llenos de agua y sacos de arena. Ten preparados un azadón, una pala y un gancho de hierro para combatir el fuego. La alcaldía. Tribunales. Audiencia. Propiedad. Se interrumpen provisionalmente los procesos judiciales hasta nuevo aviso. Nuestro conciudadano Argyr Argyri ha sido hallado muerto en la habitación nupcial a la mañana siguiente de su desdichada boda. La ciudad no le perdonó su desafío. Dr. S. Xuberi. Enfermedades venéreas. Todos los días de 16 a 20 horas. Lista de los muertos en el último bombardeo. P. Xatko, R. Mezini, V. Balloma,

VII

Durante toda la semana, la ciudad fue bombardeada a diario. Todo lo demás quedó olvidado. No se hablaba más que de bombas y aeroplanos. Hasta pasó prácticamente en silencio el asesinato de Argyr Argyri, encontrado muerto al amanecer del día siguiente de la boda. Los asesinos, igual que quienes lo habían amenazado, permanecieron en el anonimato.

El séptimo día de bombardeos sucedió algo que no carecía de importancia: en nuestra calle fue instalado un letrero de hojalata. Por la mañana temprano, unos hombres desconocidos lo clavaron en el muro de nuestra casa, a la derecha de la puerta. Escrito en pintura negra, el letrero decía: «Refugio antiaéreo para 90 personas».

Nuestra calle no tenía ningún letrero. No lo había tenido nunca, a excepción de algún anuncio del ayuntamiento que al cabo de dos o tres días era empapado por la lluvia y arrancado por el viento. Podían mencionarse algunos casos en que habían aparecido palabras soeces en las paredes de las casas, escritas con tizas o tizones. Pero se trataba de casos infrecuentes. El primer letrero auténtico era el que acababan de fijar a la derecha de nuestra puerta.

Aquel día, todos los transeúntes se detenían ante ella y los que sabían leer explicaban a los demás de qué se trataba.

– ¿Se vende la casa?

– No, señor. Es un aviso para otra cosa.

– ¿Qué aviso?

– Que vengamos y nos metamos en el sótano de la casa cuando tiren bombas los aeroplanos.

– ¡No, hombre!

Yo permanecía en la puerta y les sonreía como diciéndoles: «¿Lo veis? Esta sí que es una casa». Estaba orgulloso. En nuestro barrio había muchas casas grandes y bonitas, pero en ninguna de ellas, ni en la de Checho Kaili, ni en la de Bido Sherif, ni siquiera en la gran mansión de Mak Karllashe, habían fijado un letrero como aquel. Esto significaba que nuestra casa era más sólida que todas las demás.

Yo seguía sonriendo a los transeúntes pero, para mi decepción, no me prestaban atención alguna. Sólo uno, Harilla Lluka, se quitó el sombrero respetuosamente nada más verme e inclinó la cabeza dos o tres veces en dirección a mí. Era el mayor cobarde del barrio.