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ESTEBAN

Por favor, no digamos disparates. Hace unos minutos no había castigo eterno, ni siquiera había eternidad.

ÉL

No en el sentido tradicional, pierrot. No como en el catecismo o en el inmueble de Parménides. Ni tampoco como en la espeluznante calesita de nuestro tremendo bigotudo de Sils María. Ni como en los ciclos brahamánicos ni, para resumir, de ninguna manera que hayas oído hasta conocerme a mí. Karma es eterna porque el hombre es eterno mientras vive. Eterno como la Efímera, volátil que te preocupa tanto. Como el nadita aquella de la isla de Poe: la que se extinguía y daba vueltas y vueltas en un atardecer liliputiense. Como cualquier cosa microcósmica o titánica que tenga conciencia de que existe. ¿No te das cuenta? Basta negar la vida después de la muerte para ser eterno. Lo único que hay es la plena certidumbre de existir ahora y aquí, con ese cuerpo y con esa memoria. Y ahora es siempre. Fue ayer y será mañana, suponiendo que mañana amanezca. Hasta en la agonía se tiene conciencia de estar vivo, hasta en el momento de tragarse el raticida. Nadie siente su muerte, como nadie sabe que duerme. Sabemos que hemos dormido porque recordamos los sueños o las vueltas que dimos en la cama; vale decir, porque nos despertamos. Morir del todo y para siempre, sin conciencia de haber sido algo, es lo mismo que ser eterno. Es ser eterno ahora.

ESTEBAN

No estoy seguro de experimentar una gran consolación. La perspectiva tradicional me hacía sentir mejor.

ÉL

¿Las arpas? ¿La contemplación cara a cara? ¿El videmus nunc per speculum et in aenigmate? No descartamos la posibilidad. Sólo que, como diría Custodio, rari nantes in gurgite vasto, ya estamos embarcados en otra secuencia de la fatalidad y no hay tu tía. ¿O tal vez debo recordarte que tu pregunta era sobre la naturaleza del Infierno?

ESTEBAN

Que, planteado así, ha vuelto a ser eterno.

ÉL

(Ecuánime.) Planteado así, sí. Y planteado a la manera antigua, también. Sólo que, a la manera antigua, admitía el cielo. Bastaba arrepentirse, y a soplar la cornamusa. Karma paga y cobra sus cuentas aquí abajo, y no hay arrepentimiento que valga. Nada perdona y nada se le escapa. Ni una veleidad, ni un abandono, ni un sueño culpable, ni una bufonada. Y de ningún modo te juzga desde tu ignorancia presente, sino desde el punto más alto de tu conciencia ética. Un ejemplo mínimo, ¿recordamos la alegría victoriosa de aquel cascotazo que dejó tullido a un inocente pajarito, allá en la edad dorada? ¿Fue un hondazo certero o un acto criminal? No hables, no te defiendas. Apechugue a lo varón, hijo de puta. El niño candoroso de excelente puntería sigue riendo en el pasado. Es inocente. Pero, ¿cuánto duró la inocencia, la irresponsabilidad, la cristalina risa pueril? Lo que dura el perfume de un jazmín en la palma de la mano que lo corta, lo que dura un camote en el hocico de un chancho. Nada, menos que nada. Porque el niño, inmediatamente atacado de Karma, infernalizado para siempre, condenado al fuego eterno por asesino de pajaritos, supo que más le valiera no haber nacido. Soñó esa noche, tuvo fiebre. Sueña todavía. Tendrá pesadillas con ratas y verá aguavivas al borde de su cama, pero nada será peor que esa ala rota, que esa derrengada vida mínima.

ESTEBAN

Lo maté. Lo maté inmediatamente para que no sufriera.

ÉL

Lo mataste para no vedo sufrir, y lo mataste bien muerto, lo que echa alguna luz sobre tu idea de la misericordia. Casi lamento haber abolido lo de las parrillas y la caca. Y ahora bien, si un acto originariamente inocente o irresponsable es suficiente para habilitar un nuevo bolsón del Infierno, ¿cómo juzgará tu Karma otras relaciones menos excelentes, más adultas, absolutamente inmundas, perniciosas, inconfesables y del todo innobles? Ésa es, querido hijo mío, una parte de la naturaleza del castigo.

ESTEBAN

¿Una parte?

ÉL

Correcto. La porción correspondiente a lo que hemos llamado tu eternidad personal. Claro que hay más, siempre hay más, y por eso te pedí hace un momento que no confundieras esto con la justicia inmanente, ni con ninguna otra clase de justicia meramente humana, esas arrastraditas que operan sólo hasta el límite de la tumba. Porque a la hora de tu muerte, cuando la suma parezca consumada, Karma echará a reír con grandes risas, y entonces empezará a obrar de verdad, sólo que de otra manera.

ESTEBAN

Pero eso es otra vez el Infierno más allá de la vida. Eso es lo mismo que la existencia del alma.

ÉL

El whisky y el miedo te ponen místico, ¿lo notaste? No, matador de pajaritos, no, el alma no existe. O, para no ser taxativo, en este caso particular no hay, en tu alma, nada que pueda llamarse alma, puesto que Esteban no cree en ella. ¿O sí cree? Cree en un complicadísimo y sutil entretejido de luminarias, reacciones químicas, estructuras enrarecidas hasta poder ser llamadas espirituales, pero, como Sócrates el día de la cicuta, no se atreve a afirmar que eso lo sobreviva en el más allá. Lo que sí admite es cierto tipo de trascendencia, triunfando del Gusano Conquistador. Triunfando, claro, es un modo de hablar. Digamos, más bien, que existe un cierto tipo de trascendencia sobre la que nuestra Mantis Religiosa infernal, fría e inexorable, sigue operando. Una novela póstuma, verbi gratia. O una de esas viudas que dan conferencias en el Rotary. O, para que no imagines nada personal en la elección de los ejemplos, un hijo malandrín o justiciero. ¿Te has fijado en la cantidad de vástagos esfumadizos, imperceptibles, decididamente mongólicos o meramente rencorosos de sus padres que dan los grandes hombres?

Karma. O el malentendido que la posteridad urde y trama sobre la memoria y la obra de ciertos difuntos: Karma. Una fotografía dormida en un cajón, y en la foto el memorable finado con una niña o jovenzuela en una plazoleta equívoca: Karma. ¿Qué otra cosa sino el Infierno fue lo que se precipitó sobre papá cuando ciertas cartas y un retrato cayeron sobre su cabezota? Karma para ella y Karma para él. Mantis de cabecita poliédrica y giratoria, escudriñando el corazón de todo el mundo. Videmus nunc per speculum, e domani te viderán cum la lupa et lo microscopio, diría Custodio. "El Infierno es la mirada de los otros", sí señor. Y sobre todo es la memoria de los otros. Karma es, en resumen, la cárcel que en su vida y más allá de la muerte construye todo hombre con sus canallerías, mezquindades, deslealtades, traiciones, olvidos, cobardías, desaprensiones y jodiendas. Por eso las cosas que le pasan a un hombre se parecen siempre a él; lo que llamamos casualidad o suerte perra son atributos de la persona, autofatalidades, son algo así como la trenza con que cada uno va tejiendo la soga con que se ahorca. O, para no generalizar: que Esteban es responsable de todo lo que es, y, como su naturaleza viene un poco cargada de Schuld, Sorge, mesianismo y pecado hispánico de haber nacido, es responsable de todo por todos ante todo el universo, frase que te suena, sí, pero que te suena demasiado bajito, hasta el día que estalle como un trueno y, por decirlo así, te parta el alma. ¿Está claro?

ESTEBAN

No. Huele a Teosofía de zapatero anarquista. Huele a viejo libro editado por Tor.

A azufre, huele a azufre de alta calidad y olor penetrante.

ESTEBAN

De cualquier modo, hemos venido a parar al apellidado problema del Bien y el Mal. Te guste o no, estamos en plena Razón Práctica, versión argentina. Me suponía más original. ¿O debo decir te suponía?