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ÉL

Escúchame bien, payaso. ¿Cómo podemos haber ido a parar al problema del Bien y el Mal si a vos nunca te importó ese problema? Yo soy una ilusión de tu locura o un interlocutor real, existo o no, pero en ningún caso puedo transgredir mi propio código. No puedo articular una sola palabra que, en cierto modo, no provenga de vos.

ESTEBAN

(Algo molesto.) Eso mismo lo dije yo, hace un momento.

ÉL

Dijiste algo parecido, no esto mismo. Hay que tener en cuenta las formas adverbiales, los tonos, las intenciones. Hoy querías a todo trance negar mi realidad, y yo no puedo permitir eso. Ahora, misteriosamente asustado, preferirías estar dialogando con el Fulminado en persona a estar hablando solo. Tampoco puedo permitirlo. Mi esencia es la contradicción, la ambigüedad. Soy el Adversario, etimológicamente hablando. Soy malo, el Malo. De ahí que, exista o no, nuestro problema no puede ser el Bien. El Bien nunca existió como problema. El Bien, suponiendo que la palabra signifique algo, es como el Ser; ahí están esa piedra o ese planeta, y esas cosas son, está bien que sean. ¿Qué hay de malo en una nebulosa, en aquel árbol zarandeado por la tormenta? El gatito se come al ruiseñor, qué bien. Nadie puede inculparlo de nada, ni a él ni al virus de la lepra ni a las arañitas que salen del huevo y devoran a su madre, como ella, antes, benévolamente se comió a su esposo. Eso es así. Llueve para abajo, el mar es salado, el Vesubio entra en erupción y sepulta a la alegre Julia Felice y al resto de los cachonderos vecinos de Pompeya. Fa male! Fa bene!, ¿qué otra cosa puede hacer un volcán? Eso es el bien, el puro suceder de la inocencia ciega, sin culpa, armoniosa y equilibrada a su manera, impasible, desinteresada, bonachonamente catastrófica. Todo lo demás es el Mal. Y todo lo demás es el hombre. El homo de los griegos, el que mide, el homo que homologa y valúa. Lo que habría que preguntarse no es qué son, metafísicamente hablando, el bien y el mal, sino cuánta cantidad de mal humano le está permitido causar a un hombre, sin contravenir a la naturaleza y a sus leyes, sin romper algún delicado equilibrio.

ESTEBAN

¿Cómo?, ¿cómo? (Inquieto.) Ésa no puede ser una idea más, esas palabras no provienen de mí.

ÉL

(Mirándolo por encima de los anteojos.) Ya van a provenir. Momentáneamente, debo desaparecer. Va a hacer su entrada Etelvina. (Sale.)

CORO DE LOS INSECTOS

(Desde el parque.)

¡Hossanna! ¡Hossanna! Todo lo que es, es como es. Y la estrella lejana, la mariposa y el ciempiés. Sólo una cosa está mal.

UN PAJARITO

(En la ventana, clavándole los ojos a Esteban)

¿Cuál?

(El pajarito, que es un pinzón, se espulga un poco, se sacude, salta de la ventana al suelo y, sin cambiar demasiado, se transforma en la señorita Cavarozzi, quien, por lo visto un poco ebria, parece buscar un baño.)

CORO DE LOS INSECTOS

Juguemos en el bosque mientras el Mal no está. ¿Mal está?

UN MAMBORETÁ

(Comiéndose impasiblemente al coro)

Está.

(Algo, una sombra, aparece de pronto. Ha llegado por la escalera que está a espaldas de Esteban, quien bebe del pico de la botella. Durante unos segundos, el otro observa con sigilosa inexpresividad.)

ESTEBAN

(Sin darse vuelta.) No seas mamarracho, sé perfectamente que estás ahí.

ÉL

Sí, suelo emitir una corriente algo fría que se me adelanta. No te des vuelta. Puedo tener un aspecto impresionante, si no tomo precauciones.

ESTEBAN

(Volviéndose rápidamente.) Qué aspecto.

ÉL

(Riéndose.) Era una broma. Muy bien, hemos debatido sobre algunas cuestiones y te he revelado, hasta donde me es posible, la naturaleza del infierno. Qué nos falta. No es necesario que contestes; mis mejores preguntas casi siempre son retóricas. Poseo un discurso en cierto modo coral, lo que no tiene nada de extraño ya que uno de mis nombres es Legión. Vos limitate a beber, nosotros podemos hablar solos durante trece años, y en realidad vamos a hacerlo. Una de las cuestiones es ésta. Me has vendido o venderás el alma, ¿canjeado?, la palabra justa es canjeado.

Sólo que uno de los interlocutores de este prosologión apenas cree en el alma, lo cual plantea una dificultad. La otra cuestión es que todo canje supone una retribución. Muy bien. Prescindamos del alma en su acepción tradicional. Observarás que no digo neguemos. Tal vez soy, como parece, el Ángel Negador, pero hay algo que me está negado a mí: negar el alma. Alma, en este contexto o pasillo en penumbras, significa espíritu. Tus luminarias, el enrarecido y sutilísimo producto de ciertas combinatorias a las que denominamos imaginación, memoria, inteligencia, sensibilidad, pasiones. La conciencia existencial y la conciencia ética. Todo, en suma, lo que no es meramente visceral o zoológico. Eso me pertenece a mí. Lo humano y valuador, lo no simiesco del mono. Y yo a mi vez soy tu servidor y esclavo. Tu alma a mi servicio y yo al servicio de ella, en el fondo es lo mismo. Y esa colaboración o amistad morganática durante un determinado período o plazo inexorable, que no hace falta precisar ahora para no estropear una de las cosas lindas de esta vida, su incertidumbre, el olvido cotidiano de la muerte.

ESTEBAN

No.

ÉL

No a qué.

ESTEBAN

No al trato. No hay trato ni veo trato alguno.

ÉL

El trato ya está certificado y en regla; el trato fue hecho en el pasado y el pasado es irreversible. Nunca dependió de tu voluntad. Hay trato y ya hubo canje. Lo que no hay, y esto lo supiste siempre, son garantías. ¿O vamos a estar hablando toda la noche de lo mismo? Prosigo. Con todo esto se hará un libro, cosa que ya también sabías y que acabas de anunciarle, como primicia, al pinzón de la ventana. Tu obligación es escribir lo que oíste de mí, y lo que oirás. Te dejo embarullar todo y mentir cuanto quieras. Pero no falsear algo.

ESTEBAN

Qué.

ÉL

A mí. Yo debo ser así. O sea, casi no ser. Todo lo que concierne a nosotros, quizá, no sucede más que ahí dentro. (Le toca la frente, se alarma.) Vos tenés fiebre, querido.

ESTEBAN

Sí, siempre tengo fiebre y me duele la cabeza y, en ciertas ocasiones, me zumban los oídos. Debe significar algo, ¿no?

ÉL

Seguramente.

ESTEBAN

Y qué más debo o no debo hacer. No es que me importe, pero estoy esperando que termines para volver a lo esencial.

ÉL

¿Lo esencial? Nunca hemos abandonado lo esencial. No te dejes engañar por mi tono bromista y carnavalesco. Aprendí Theologiam y Metaphisis en los más altos claustros, pero, supongo que deberías saberlo, mi habla proviene de las casas públicas, de los mercados, de las cárceles, mi reino es enteramente de este mundo y en este mundo todo puede ser dicho con vulgar eloquio.

ESTEBAN

¿Claustros? ¿Estudiar? Hace un rato éramos autodidactas.

ÉL

Altos claustros, dije. Cátedras fulgurantes de eminente y vertiginosa altura.

ESTEBAN

No estarás insinuando que…

ÉL

¿…soy en efecto un Ángel? ¿Educado en los pináculos del cielo? ¿Te gustaría? (Suspirando.) Yo mismo no lo sé; me pasa conmigo lo que a Agustín con el tiempo. Volvamos a lo esencial, lugar del que nunca hemos salido. ¿Qué entendés como esencial?