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VERÓNICA

Ya te lo dije, hace un momentito. Mi cuarto está ahí a la vuelta, en la galería que cruza esta galería. Supongamos que en algún momento te sientas, o te quedes, solo. No vas a creerlo, pero abajo hay un plano de la casa, colgado en la pared de la cocina.

(Verónica desaparece en la galena transversal.)

ESTEBAN

(Solo.) A ella sí la entendí. Qué noche extraña y cambiante. ¿Qué irá a pasar ahora?

(Entra súbitamente un abejorro. Es dorado y hermoso y vuela ruidosamente en círculos excéntricos, a gran velocidad. En realidad se trata de un ángel.)

ÉL ÁNGEL

(En pancocoliche, con una voz extraordinariamente parecida a la del padre Custodio Cherubini.) Pasa que si no te oyó in excelsis te me hundís al Malebolge. Benedictus qui venit in nomine Domini. Si non te curo, la Bestia te convence, te criminaliza, te stupefaziona con la sua arpada lingua de ornithos. Emplié bien? Estebanito, mnemosiná un poco tu intra parvulus, acordate de cuando estudiábamo il Cathecísmus per tomar la Conmunio con la linda catequista de la vuelta y ni pensábamos que usaba bombacha. E il perrito overo che portamo a casa? El bien es la morada del Ser, la pegó Satanás, ma no sólo a la Naturaleza. O el homo humanus que sale como la flor y es cortado non pertenece a la Natura? De ande te eres que saliste? Nominame una res única, piojo o baobab, que no sea natural y toda relucida de divinidat. Convertite otra vuelta, Estebanito. Facile molto est. II faut s'abetir y listo el pollo. Non te acordás cuando stabas triste y te encerrabas a perorar il Pater Noster al ropero? (Sale con vértigo.)

ÉL

(Volviendo a entrar.) Te veo demudado. ¿Algún otro descubrimiento poco razonable? ¿Algún recuerdo súbito? ¿Alguna analogía biográfica que tiñe con luz ominosa nuestro futuro? Debo confesarte que un buen suicidio a lo Santiago también es uno de tus caminos, pero no es el momento de tocar ese tema. O, por lo menos, no tan a ras de tierra. Lo que sigue, la verdadera catástrofe de esta tragedia, ocurre en otro Camino de Santiago. Te me escabullíste esta tarde, en el Observatorio, pero no contaste con que Verónica, por razones sentimentales que no hacen a la cuestión, se hizo construir un pequeño planetario. Vas a tener que seguirme.

ESTEBAN

Hace frío. No pienso bajar al planetario.

ÉL

La palabra exacta no es frío. Tampoco es bajar.

(Como si la casa entera se desplazara alrededor de Esteban y el astrólogo, sin que ellos se muevan, se ve retroceder el pasillo, aparece una escalera, una puerta ventana, viene avanzando el parque y ya están en el interior del planetario.)

ESTEBAN

No me impresiona. Yo mismo puedo hacer este tipo de cosas cuando duermo. Se llama soñar.

ÉL

Sí. Me han comentado que los sueños suceden como es debido. Yo no duermo nunca. Dicho de un modo poético: yo soy los sueños. (Apaga la luz. Enciende el proyector del planetario. En la bóveda del techo aparece la semiesfera del cielo. Nítidas y resplandecientes se ven las constelaciones del Sur. El astrólogo señala el horizonte.) "…E vidi quattro stelle, non viste mai fuor ch'alla prima gente." Esa es otra de las muy buenas razones por las que no soy ni podría ser nórdico. ¿O yo no me enrosqué en árbol de la prima gente! "O setentrional vedovo sito, poi che privato se de mirar quelle!" En cuanto a tu jactancia sobre los milagros que realizas en sueños, yo, en tu lugar, estaría sumido en negras reflexiones. Qué es la vida, por ejemplo.

ESTEBAN

¿Qué es la vida?

ÉL

Para el despierto, un mundo construido sobre la muerte, para el dormido, un mundo hecho de ilusiones. Tal vez habría que encontrar una existencia intermedia, algo como el sonambulismo, como la locura.

ESTEBAN

(Irónico.) El arte.

ÉL

Por ejemplo. (Lo observa. Por fin se acerca, le da un tironcito de la manga y, cuando Esteban se inclina, le habla largamente al oído. Esteban cambia de expresión mientras escucha, con los ojos muy abiertos. El astrólogo vuelve junto al proyector.) Y ahora, por favor, un poco de recogimiento. (Echa a andar el aparato. La esfera del cielo, con casi imperceptible lentitud al principio, se pone en movimiento.) Ahora, querido hijo mío, hagamos silencio y respiremos apenas porque hemos llegado a este planetario para cumplir, por fin, una agradable formalidad. El viaje a las estrellas. Desentendámonos un momento de las inmóviles realidades de allá abajo, y a volar, paloma…¡Upalalá! Este enjambre es la Vía Láctea, el llamado por los antiguos Camino de Santiago, y estamos viajando hacia las profundidades de Sagitario en una colosal órbita elíptica que parece no tener fin, ni finalidad, metidos en este planetario de juguete que, metafóricamente, viene a ser el Mundo, y que si fuera el mundo tendría un peso aproximado de seis mil trillones de toneladas. A una velocidad relativa de ciento treinta mil kilómetros por hora, metro más metro menos. No debe impresionarte. Las Híadas, de las que ya dijo su palabra Hornero, viajan mucho más rápido, y puedo jurarte que hemos visto casos de estrellas volando hacia la nada a veinticinco mil kilómetros por segundo. Mirando desde arriba y a cierta velocidad, varios urgentes y patéticos tópicos de allá abajo, Graciela incluida, tienden a parecer menos formidables. ¿Qué es la vida? ¿La vida del hombre? Para que tengas una idea aproximada del ámbito donde acontecen ciertos fenómenos que Esteban y compañía llaman amor, muerte, mundo contemporáneo, belleza de una mujer, belleza a secas, felicidad, desesperación, historia humana, te voy a dar un pequeño ejemplo. Suponiendo que nuestro formidable Sol tuviera la dimensión de una mota o balín de dos milímetros de diámetro, la próxima estrella, o, ya que hablamos a escala Lilliput, el próximo moco cósmico con luz propia deberíamos colocarlo a una distancia como la que separa este parque de Ascochinga. Así es, vecino. Si el Sol tuviera el tamaño de un culo de luciérnaga no habría, en cincuenta kilómetros a la redonda, ninguna otra lucecita semejante. El hecho, en cierto modo grandioso, de que nuestra lenteja incandescente, la Vía Láctea, tenga unos cien mil millones de soles, no debe hacerte olvidar que en esta broma gigantesca que llaman Universo lo que más abunda es Nada. Por eso, mi cuate, la noche es negra. El aparente abarrotamiento de los astros es una mera cuestión de enfoque. La Tierra está situada de tal modo que miramos el cielo a lo largo de la lenteja; pero, en cuanto miramos a lo ancho… no hay más que frío y terror, silencio y soledad. Mañana te vas de esta ciudad en un ómnibus Flecha de Plata que avanzará a cien kilómetros por hora; doce horas después estarás en Ítaca, viudo de toda Penélope aunque muy bien recibido por cierto perro que te espera al pie de una escalera. La pregunta es: a esa velocidad, ¿cuánto tardaríamos en llegar hasta nuestra compañera de ruta más cercana, la Próxima de Centauro? No simules calcular, estás demasiado borracho, yo te contesto. Cuarenta y cinco millones de años. Cuatrocientos cincuenta mil siglos. No hay tiempo, Esteban, ni la noche es tan larga ni lo que queda de tu cuerpo tan incorruptible. Y aunque llegáramos, ¿qué habríamos adelantado? ¿Qué veríamos? Lo mismo que una mariposa que liba otra flor en la tumba contigua del cementerio. La misma desolación, las mismas lámparas tiritando colgadas de la misma noche. Tan lejanas, tan inalcanzables. Para el viaje que te propongo, hijo mío, hace falta estar hecho de la misma materia que la luz. Ni siquiera. De la misma materia que el pensamiento. Ni siquiera. De la misma materia que las pesadillas y los sueños. ¿Upalalá? Upalalá. Ahora hay que mirar y pensar como miran y piensan los ángeles, porque el Camino de Santiago se ha animado y la humareda que veíamos desde allá abajo es esta caótica colmena de espiras y estallidos donde vuelan encadenadas millones de falenas hermosísimas y también algo espantosas, entre las cuales ya no se distingue nuestro Sol, que acá arriba no es rey ni centro de nada, sino una de las hilachas de esta inmensa polvareda de oro y plata; y nuestro planetario, el Mundo, tan vasto y pesado con sus seis mil millones de toneladas, ha desaparecido por completo junto con las obras del hombre y su memoria, en algún lugar profundo de este circo en llamas. ¿Ves aquello, que parece el perfil inconmensurable de una mano galáctica, que parece un ave de rapiña cayendo de la nada? Es la gran nebulosa de Orion. Y esa figura espantosa que parece un águila empavonada con las alas extendidas, que parece un demonio, que parece la heráldica del Terror, es su hermana, la negra de Orion, la bahía negra, el enigma y quizá una de las llaves del Cielo. Y aquella otra todavía es la flor del nombre terrible, la nebulosa Trífida; y esta última cosa caótica que avanza hacia el oeste como un doble torrente de lava, es Ofiuco, el más grande e informe montón de materia opaca que haya mirado hasta hoy el ojo del hombre, tan denso como para ocultar las estrellas a lo largo de trillones de kilómetros, tan vasto como para que el ángel de Milton, volando a la velocidad de un cóndor pudiera caer a través de él durante quinientos millones de años sin