Выбрать главу
alcanzar a ver una luz. Esos son los castillos de la Galaxia, Esteban, sus portales; los últimos reductos, los gigantes apostados para dar miedo en los confines de nuestra íslita de Pascua en forma de lenteja. No podemos ver todo, no esta noche ni en esta vida de la que sólo te tocó el piso del planetario, el destiempo de la edad y una borrachera padre. No podemos ver casi nada pero podemos sentarnos a descansar al borde del misterio y hacernos unas preguntas. ¿Cómo se formó todo esto, y lo que hay más allá? Y, ya que de alguna manera empezó todo, ¿cómo terminará? La primera pregunta no tiene respuesta, hijo mío. Vale tanto preguntarse, como los alemanes, por qué hay ser más bien que nada. En realidad, hay una respuesta, pero no sé si en tu estado actual la aprobarías. La respuesta es porque sí. Me doy cuenta, querido, la pregunta era cómo, no por qué. Bien, habrá que apelar a la poesía. Sólo hay que ponerse en la cabeza de Dios. ¿Tal vez has leído palabras como éstas en tu Poe? Mejor, te va a ser más fácil seguirme. Hay que ponerse en el lugar de algo que podemos llamar Dios o el azar en el momento de crear el universo de los astros. Muy bien, ¿cuál es la cualidad o esencia de una creación absolutamente original, o lo que es lo mismo, nacida en un acto creador perfecto? No puede ser este caos y, sin embargo, por lo que estamos viendo, eso es lo que parece que es. Ahora lo es. Lo que significa que alguna vez no lo fue. O de otro modo, que la cualidad o esencia de una creación original no pudo ser otra que la absoluta simplicidad. Basta por el momento imaginar una sola partícula. No hace falta llamarla materia, ni hace falta darle nombre alguno. Basta imaginar un punto sin dimensión o de la dimensión que quieras, y ahora basta imaginar que estalló. Como un poema. Lo demás es lo de menos. No resulta más impensable concebir un punto primigenio dando origen a todas las cosas, que concebir, a partir de la primera célula estrangulada en un pantano, la filosofía de Platón o la música de Mozart. La nueva pregunta es si sería posible probar que existió una, o tal vez más de una, partícula semejante. Claro que no es posible, pero es posible imaginarlo. Y además existe un hecho, existe por lo menos una galaxia donde hay por lo menos una estrellita o balín de menor cuantía con por lo menos un planetario de juguete con por lo menos una forma de vida sentada en el suelo con por lo menos una botella entre pecho y espalda, preguntándose qué es la vida. ¿Cuántos soles como el nuestro estarán en condiciones de haber engendrado un planeta con vida?, entendiendo por vida algo que sucede de cierto modo en la cadena del carbono, ya que un ser que proyectara su angustia y sus amores y sus pesadillas en la esfera del amoníaco no tendría mayor probabilidad de caernos simpático. Necesitamos, para empezar, una estrella enana con cierta duración, unos diez mil millones de años, y que además tenga cuantimenos un planeta que equivalga al nuestro. En la galaxia hay muy pocos, querido. Y hasta podría decirse que, en términos estrictos, el único idéntico en todo al nuestro en cualquier galaxia es justamente el nuestro. Lo cual es un rasgo de pesimismo. Y hasta de orgullo demoníaco. ¿Te lo confieso? El sol más cercano que reúne estas condiciones debería estar a unos cien años luz. ¿Llegar? Imposible. ¿Comunicarse? Más o menos probable, suponiendo que acertáramos con la dirección exacta antes de que suceda algo irreparable. ¿Qué mensaje podríamos mandar? Si son tan o tan poco inteligentes como nosotros, ya deben conocer el valor de Pi, que, al menos en nuestra galaxia, puede considerarse como un valor universal. Mensaje a las estrellas: Pi Pi Pi. Doscientos años después, la respuesta: 3,1416. No es un epistolario conmovedor, pero es algo. En el próximo millón de años ya estaríamos en condiciones de transmitirles, acaso, la llíada, y ellos tal vez contestarnos que tenemos condiciones para la poesía, que sigamos intentando. Todo esto, naturalmente, en medio de peligrosas lluvias de cometas, improbables pero posibles colisiones de estrellas, posibles y sobre todo probables guerras nucleares, porque está escrito que el ángel del Señor se acercará en la noche con pasos de ladrón mucho antes de que lleguemos a ninguna parte. Y cómo será esa minúscula catástrofe, no galáctica, no universal, sino meramente solar, nuestra, infinitesimal, pero tan dolorosa, Esteban… ¿Qué importancia tiene? Debo contarte las últimas cosas y las tristes nuevas. Volamos hacia la muerte, querido. Sobre esto no hay discusión. Vejez, suicidio o entropía. Da lo mismo. ¿Ves aquello?, ¿ves aquel fosforescente racimo situado en la Cabellera? Está a unos cuatro mil millones de años luz y lo forman unas dos mil galaxias. Se aleja de nosotros, como de la Peste, a una velocidad que es casi la mitad de la velocidad de la luz, y esa velocidad aumenta, lo que entre otras cosas significa que un día de estos dejaremos de verlo, y como pasa lo mismo con todas las galaxias y en todas direcciones, los astrónomos juran que, en un tiempo razonable, nuestra pequeña lenteja estará sola en el espacio. Pero también podrían jurar todo lo contrario, porque si en lugar de dispersarse estuvieran acercándose a un centro y lo hicieran, por decirlo así, remontando una curva como por los meridianos de un globo, veríamos hacia adelante y hacia atrás y hacia los costados, la misma fuga. ¿Y hacia arriba y hacia abajo? También. Sólo haría falta imaginar un modelo adecuado, algo así como una gran pelota de Moebius. La imaginación tiene menos límites que el universo. Lo que se aparta debió estar junto. Los hombres sabios podrán decir que no es necesario, y yo lo acepto, pero te juro que vayas o vengas, hayamos hecho retroceder la película o nos lancemos como un avispero hacia el otro lado del espacio, vamos hacia la nada. Tal vez haya algún movimiento al fin del viaje, un poco de catástrofe y apocatástasis, bastante apocalipsis, una seria precipitación de masas formidables cayendo unas sobre otras y todas contra sus vecinas, y todo finalmente unido, junto otra vez por aquella apetencia que más o menos puede describirse como la voluntad invencible que tiene toda cosa de precipitarse en la nada, cuando ya es incapaz de crear nada. Pero, ¿y nosotros, los viajeros con alma del sistema del balín que rodaba en el extremo remoto de uno de los brazos de la lenteja? Bueno, debo confesarte que habremos muerto hará mucho tiempo, de una forma u otra, mucho antes de que sucedan estas cosas, habremos muerto para siempre. Claro que, a falta de Dios, podemos arrodillarnos ante el azar o la partícula. Un puntito incandescente como la Inspiración, comenzando a latir otra vez en alguna parte. La nada pariendo algo. Un nuevo estallido y, en algún recodo de ese acto de dispersión, otra vez o por última vez una islita en llamas en un archipiélago de plata y de coral, y en el cuarto brazo de ese remolino en forma de lenteja un balín incandescente proyectado hacia la constelación del Cisne, en el hemisferio norte, y hacia Carena, en el sur, y a la larga un parque con un planetario con un borracho que se pregunta por el sentido de la vida.