Y el diablo no existe.
Que es, como se sabe, la mejor artimaña que puede inventar el diablo. Pero vayamos por partes. En el primer caso, existo. Y se trata de asumir conmigo la historia y el país. Y se trata, como dije, de un descendimiento orgulloso. Esto, esta vorágine hacia las Grandes Madres. El Pacto con el Diablo. Pero trasladar mecánicamente a este siglo y a estas pampas ideas medievales o isabelinas, germánicas o sajonas, sería dogmático. Sería stalinismo. No, huerfanito. Nuestras particulares condiciones históricas y sobre todo mi endiablada nacionalidad, que es la tuya, son ahora toda la condición humana. Nacionalidad, repito. Argentino yo. O rioplatense. Juan Sin Ropa yo: diablo de aluvión, historizado. O naturalizado. Hijo del hibridaje, nieto putativo de hijodalgos españoles hijoputas, de inmigrantes organilleros y de negros mandingas. Crisol de razas, que le dicen. Último de la flamígera tribu altísima. Cocido y modelado en viejas retortas universales, en el Caos, antes del Génesis, colui che fu nobil creato piú ch 'altra creatura. Vuelto a cocer y remodelar en Wittemberg, y más tarde en la vieja Deptford, entre Greenwich y Camberwel, frente a la Isla de los Perros, ahí donde el Támesis dibuja una gran serpiente que se arroja al mar y donde, hace cuatro siglos, había unos formidables prostíbulos. Y una taberna. Y dentro, bajo la luz roñosa de una lámpara de aceite de ballena, mujeres y balleneros en círculo, mirando unas puñaladas. Hasta que Christopher Marlowe quedó muerto en el piso y yo me limpié la daga en el pantalón y salí a la noche, en Deptford, donde la eran serpiente se enrosca y se confunde con Leviatán. Vuelto a remodelar y recocer en el gabinete áulico de su Serenidad, il signare Wolfgang, también llamado el Mayor, de quien heredé esta diabólica tendencia al humanismo y mi amor por la dulce Italia, bajo cuyos cielos, gracias a una mariposa con nombre de ramera, se atestiguó mi más reciente metamorfosis. La dulce Italia, de cuyas colinas vengo, no sin haber pasado algunos buenos momentos bajo la noche de plata de San Petersburgo conversando con un parricida. Yo, el último de la flamígera tribu altísima y el Primer Adelantado. Omega y Alpha. Mi endiablada nacionalidad y las antedichas condiciones históricas, así lo exigen. Exigen una demonología ad usum expósitos. Expósita: argentina. Y volviendo al acertijo: si la palabra "vos" fue la respuesta, muy bien, no sólo te concedo no preguntar la respuesta de quién, sino que lo admito con toda tranquilidad: no existo. En este segundo caso, no existo. Yo estoy en vos, soy vos, vengo de vos. Me inventas. Lo cual, dicho por el Diablo, también es una originalidad. Un aporte. Y aparentemente resuelve con un suspiro de alivio las cosas, deja impoluta tu alma, abre infinitas puertas de Salvación a la fragante rosa mística de tu espíritu, y caen, como livianos copos, las plumas de tu alada espalda durante la ascensión a los cielos dulce San Esteban ora pro nobis. ¿No es cierto? No es cierto. Me río por lo bajo y prosigo. Supongamos que no existo. ¿Qué se modifica con ello? ¿Quién, mi querido aspirante salesiano, modifica nada si yo no existo? A esta altura de nuestros razonamientos la confusión es tal que si, realmente he dicho la palabra "vos" para probar que nosotros y Esteban somos el mismo -respuesta que me anonada, me reduce a polvo metafísico, me excomulga, me derrumba y me arrumba en el polvoriento desván de las infantiles fábulas medievales-, alguien, fuera de nosotros podría inferir que Esteban está defendiéndose de algo, valerosamente, eso sí, pero defendiéndose. Y nadie se defiende de lo que no existe. Razón por la cual existo, o de lo contrario, Sansón de la dialéctica, todo, cada una de las palabras ya pronunciadas y estas mismas, cada una de las que diremos, o dirás, antes del amanecer, todas las múltiples objeciones que se te ocurran en este preciso instante, vienen de vos. Razón por la cual vuelvo a no existir; razón por la cual etcétera. Y así hasta el infinito.
Y entonces qué.
Me remito a mi ejemplo de los dragones y agrego que, en el fondo todo es una cuestión de fe.
En efecto, irónico colegial. Como tu comunismo y como Dios. Credo quia absurdum est, dijo Tertuliano. Por lo demás, que yo esté fuera de Esteban es muy espantoso, lo admito. Pero que venga Esteban, que ya está en vos, en tu propensa cabeza, que no deambule yo entre mis hermanos prepósitos del aire bajo las bóvedas del cielo, sino bajo tu bóveda craneana, no es el mejor modo de echarme. Es nuevamente dos cosas. O bien ya estoy instalado en el sitio de las operaciones brillantes, en el lugar del hecho, o bien -pues quedamos en que si yo no existo semejantes ideas son tuyas- o bien que vos tenés, nada menos, una idea semejante. La idea de estar poseído por el Diablo.
O sea que me estoy volviendo loco.
Tiempo al tiempo. Tu demencia por ahora es estupidez juvenil. Sopa de letras. Retórica. Sólo que ahí justamente podría anidar el peligro. El charlatanismo y la falta de seriedad son también rasgos profundamente nacionales, con los que veremos de forjar, a su tiempo, el gran disparate. El alma argentina. Y son, llevados a su más alto límite, la esfera que, en las cumbres de la actividad nerviosa superior, nos pertenece. La del Logos. La del Verbo. Cumbres friísimas donde duerme un Serafín, al que despertará (o no) un gran fuego. Después volveremos sobre esto. Por ahora tu locura es puro ingenio. Y algo de miedo. Te fascina la retórica de manicomio como te fascina la retórica del amor y la de Dios. Sólo que ahí aparezco yo. Silencio, querido. No me olvido, me acuerdo perfectamente de tus precoces y habilidosos arabescos de teólogo, acerca, por ejemplo, de cómo Judas fue traicionado por Jesús. O de por qué las tres personas de la Santísima Trinidad son cuatro. ¿Lo recordamos? El Padre piensa en sí mismo y con sólo ese acto engendra al Hijo, al que ama, y con sólo ese acto de amor engendra al Espíritu. Pero el pequeño Esteban pensaba: Y el Hijo, ¿no ama? Hay por lo tanto un amor paterno que va y un amor filial que vuelve, por decirlo así. Hay dos espíritus, y por eso el Tetragramaton tiene cuatro letras. JHVH. Dos de estas letras son aspiradas, idénticas, son el amor que va y viene. La Santísima Trinidad son cuatro, como los Tres Mosqueteros. Cómo olvidar la preocupación en los ojos del buen padre Molina, nuestro Consejero Espiritual, su lento movimiento de cabeza, su mano en nuestro hombro. Tal vez sí, hijo, tal vez hay dos espíritus y uno es espejo terrible del otro, pero a tu edad mejor no pensar en eso. Oía et Labora. Calla lo que sabes, cantó el Antiguo. ¿Evocamos alguna otra demostrado, algún comentario o disputado, algún otro cachondeo quodlibetal, un cierto apólogo? ¿Evocamos con cuánto libertinaje un musculoso romano menoscabó junto a una fuente cierta vagina, y cómo el carpintero de la zona tuvo piedad y cuernos, cargó con todo en un borrico, y la niña parió en Belén?
Eso es repulsivo e innoble.
Eso, mi cuate, lo inventaste vos, más o menos hacia la época en que ibas a entrar en el Seminario.
Pero no con esas palabras.
Ah, ya vamos entrando en tema. Las palabras.
Y esa misma noche, de rodillas…
Hojarasca, pirotecnia. Habrás rezado en latín macarrónico citando el Apocalipsis o la Epístola ad efesios, de San Pablo, ese otro cabrón. Pero no creas, la cobardía grandilocuente también es un rasgo muy nacional, muy intelectual burgués. Somos pura pluma, como el chajá. O pura espuma. La transformación penúltima de Santos Vega, telúrico payador, fue el taño organillero, quien a su vez engendró al hombre de la víbora. Y ahí estamos. Los mejores cebadores de mate con espuma del planeta. Hombre argentino de la víbora, bastardo, con el que trataremos algún día de hacer algo, en el más vasto orden de cosas. Cómo, no sé. Sé quiénes. Grandes locos bastardos dando al mundo un gran estilo bastardo. Johannes Sebastian Troilo, componiendo un día un tango a nivel de La Pasión según San Mateo y por el cual, a partir de allí, se rijan en su baile pitagórico las Esferas. O, si no, a seguir con la víbora al cuello vendiendo tónico para el pelo.
Nosotros, los mejores cebadores de mate con espuma de la Tierra.
Y yo qué tengo que ver con todo esto.
Por ahora nada. Tu demencia por ahora es puro embellecimiento, frivolidad y miedo. Hay, no lo niego, cierta rareza de alma, cierta alteración fisicoquímica en la actividad nerviosa superior, pero, en los hechos, es despreciable. No estás ni más ni menos maduro que, cuando de chico, leyendo a Lombroso, te palpabas los parietales y el occipucio para ver si eras criminal. Pero, del mismo modo que el crimen reclama una conducta criminal hay también una praxis de la locura. Y tanto bajo esas bóvedas como bajo las del cielo, ya no se trata de describir, sino de transformar. Tu enfermedad es teórica. Algún promisorio chisporroteo, advertido a veces en el segundo sistema de señales, es un mero coquetear idealista, neorromántico, y su resultado más bien flatulencial. Hyblis aún no ha entrado en lucha con el Gran Enemigo; pero, también acá, sin violencia no hay modificaciones. No hay revolución. Se exige el primer acto de terrorismo, el delito de lesa majestad cerebral. O espiritual. O del alma. Como te guste llamarlo. Y después: el gran estallido. Cambiar de mano los procesos de excitación e inhibición, ponerse de cabeza, darse vuelta como un guante, subvertir todos los valores de lo que hasta nuestro ómnibus hemos llamado salud, cordura, equilibrio, vida, sentimientos normales. Y tomar el poder sobre ese caos. Y mantenerlo. Tu esfera luminosa, aquella cualidad de la materia altamente organizada -el cerebro-, psicopatológicamente hablando carece aún de líderes. Hyblis, formidable caudillo, tiene la palabra. E Hyblis, el maldito orgullo, se paró y dijo: Ahora es el momento. Después el Diluvio. O el orden nuevo. No siendo así, tu locura es un chiste de salón. Hay, lo repito, rasgos ciertamente promisorios, curiosidad perversa por lo maligno, ambiguo y peligroso, cierta vocación, no localizada todavía en un punto morboso estable, a trabar relaciones con un tipo de estímulos, y, singularmente, sólo con ellos. Y además, la infinitesimal libélula hereditaria, el gen -la locura de mamá-, la manía silbatoria de papá sus deambulaciones nocturnas que solían terminar de cabeza contra la pared y la incontenible risa infantil que a pesar del miedo nos causaba el espectáculo. ¿Y los sueños? Demasiado vividos y vividos, a veces, demasiado proféticos, harto lúcidos para ser sólo sueños, sobre todo cuando pensamos que si uno tiene los ojos abiertos debe estar despierto. ¿Y esas ideas raras, que acosan con la violencia y la claridad de certezas, pero mejor no compartir con nadie? Ah, sí, calla lo que sabes, muérdete la lengua antes de murmurar a nadie lo que sueñas o sabes, dijo el Salmista. Muy bien, hijo. En esas oscuras y peligrosas aguas encontrarás la esperma de tu ballena, tu perseguida materia de encender lumbre. Las características o taras ya enunciadas, y una temprana propensión (que te fomentamos) a la lectura de cierto tipo de biografías ilustres, al punto que, de diez citas que se nos ocurren, nueve pertenecen a locos furiosos, borrachos, criminales, homosexuales, malformados o suicidas, tales características configuran el aura, el territorio férticlass="underline" las condiciones revolucionarias. La genus anormalis vatum. Pero tener aire de familia no significa ser pariente. Pobre Santiago. Falta el acto, la lesión violenta, esa parte de la tragedia que los griegos llamaban catástrofe y que aquí, en espera de mejor nombre, llamaremos trauma psíquico. Romper bien rota tu alma, dicho sea en versión libre aunque literal. El último eslabón de la cadena etiopatogenética. Tu locura, por ahora, es una forma nacional de la demencia precoz, síndrome sudamericano de características esencialmente retóricas que aparece en la adolescencia, da material para un librito y se cura por completo alrededor de los treinta años. Sin dejar el menor rastro. En los casos agudos, no dando resultado el librito, se recomienda cojer un poco más seguido. La cama matrimonial es el mejor sanacabezas de los artistas argentinos. Tu demencia, por ahora, es literaria. Pero como aquí se trata precisamente de esto, y como nadie ignora que mis cláusulas se graban de puño y letra en un documento escrito con sangre, todo lo cual es quizá una figura de las bellas letras, y como lo único que se les pide a ustedes es bellas figuras escritas con sangre, testamentos, papeles armoniosos y sangrientos por los cuales se salven, o se pierdan, se justifiquen o se condenen para siempre, me parece que hemos vuelto a la cuestión de fondo. Comenzamos hablando de la fidelidad.