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El director le estrechó la mano. Llamó a un oficial de prisiones para que le acompañara a conocer al interno. El oficial fue preparando a Juan en el camino.

Le dirá lo que dice siempre. Que no se enteró de nada porque lo habían drogado. Repite que él no lo hizo. Que lo hizo otro y lo drogó a él para inculparlo.

Pasaron por varias galerías. Cruzaron un patio en el que algunos reclusos jugaban al baloncesto totalmente enrejados. Interrumpieron el juego para ver pasar al visitante. Le hicieron el dedo. Gritaron que te den por culo. Se rieron. Luego continuaron jugando.

El oficial le preguntó si en España se ejecutaba a mucha gente y cómo los mataban.

¿Horca?

¿Guillotina?

Cuando Juan le dijo que en España no existe la pena de muerte desde la muerte de Franco el oficial puso cara de extrañeza y comentó que los países pequeños tienen menos problemas que los países grandes como los Estados Unidos donde hay mucho odio racial. El oficial era blanco. El oficial se ofreció a enseñarle la silla eléctrica luego de la entrevista con Douglas.

Tony Douglas era un hombre de 35 años. Delgado. Musculoso. Con gafas de aro. Mirada penetrante. Llevaba el pelo muy corto. Gesticulaba con lentitud. Le recordó a Mahatma Gandhi.

Lo primero que Douglas dijo fue this is my place y señaló la celda a sus espaldas.

Hablaba muy bajo. Tal vez para que los guardias no le oyeran. De tarde en tarde se volvía a mirarlos.

Sabía que la cuenta atrás ya había empezado de nuevo. Ahora era mucho más difícil detener esa cuenta. Pero aun así estaba animado. Repitió de memoria algunos párrafos de El Profeta. Su libro preferido. Sólo quería vivir. Se sentía fuerte. Físicamente fuerte. No podía aceptar que una persona tan fuerte y dispuesta a vivir tuviera que ponerse en manos de un verdugo encargado de matarle. Prefería no hablar del pasado. Había hecho muchas cosas mal hechas. Pero él nunca mató. Le drogaron. Y drogado él ya no era él. No recordaba nada. Durante todos estos años en prisión había querido ser útil. Pero en la prisión nadie le ayudó a ser útil. Al revés. Le empujaban cada día un poco más hacia el final del corredor de la muerte. Hubo un incendio y él huyó. ¿Cómo no va a huir quien está encerrado en una jaula? Pensaba que algún día podría abrazar a su hija sin tener estos grilletes en las manos y en los pies. Su hija aún era pequeña. Tenía los mismos años que él llevaba encerrado aquí. Siete. Ahora se daba cuenta de que a él lo tenían encadenado. Los muy hijos de puta lo encadenaban para llevarle delante de su hija. Imposible esconder las esposas y aún menos las cadenas y los grilletes de los pies. Cuando su hija le decía adiós mirándole fijamente esos grilletes él ya no podía contener el llanto. Resistía hasta ese momento. Hasta el último momento. No más. Cerraban la puerta y se desmoronaba. Se enfurecía. Se sentía impotente. Un animal encadenado. ¿Qué diferencia existía? ¿Se lo podía explicar? ¿Le podía explicar alguien la diferencia que existía entre él y un animal enjaulado? Sí. Había una diferencia. Una sola. A él acabarían matándolo. Se lo decían a todas horas. Te queda poco. Ve preparándote cabrón. ¿Sabes qué día es hoy? Después se tranquilizaba. Escribía cartas y más cartas a la Coalición contra la Pena de Muerte. Releía las apelaciones. Y se ilusionaba creyendo que aún habría alguna posibilidad de salvación. Que aún quedaría algún resquicio. Algo. En el último momento alguien diría que no. Que no lo maten. Esperen. No se precipiten. Esperen aunque sea unas horas. Porque ¿cómo iba él a aceptar que tuvieran la crueldad de haber fijado ya la noche exacta para sentarle en la silla eléctrica? No. Eso era imposible. Le decían eso para asustarlo.

Al salir de la celda le enseñaron la silla. Estaba en otro edificio que parecía un garaje. Cruzaron algo así como un pequeño jardín. Había varias cruces. El guardia le explicó que aquello no era exactamente un jardín sino un cementerio.

La mayoría de los enterrados aquí fueron asesinados por otros reclusos.

Si hubiera querido sentarse en la silla eléctrica podría haberse sentado en la silla eléctrica.

No problem.

El oficial comentó que otros visitantes incluso se sacaban fotos allí y luego se ponían en la parte trasera que es donde están los interruptores y también se fotografiaban con una mano cogida al interruptor. Como si fueran a soltar la descarga.

El mismo oficial le explicó que muy pronto va a autorizarse a las televisiones para que puedan retransmitir ejecuciones en directo. Un juez de Baltimore dijo que habrá ejecuciones suficientes para atender las solicitudes de las distintas cadenas ya que el Corredor de la Muerte dispone de tres mil condenados a muerte en todo el país.

La muerte en vivo.

El gran espectáculo de la muerte.

La cadena de televisión por cable Tycom Entertainment cree que la retransmisión en directo de las ejecuciones se convertirá en el espectáculo del siglo. Tendrá más audiencia que el Super Bowl y recaudará más de 600 millones de dólares.

¿Estarán interesados también en otros países por ver ejecuciones televisadas? ¿Preferirán verlas en directo o en diferido?

La retransmisión en directo de una ejecución en la cámara de gas probará ante el Tribunal Supremo que el Estado viola la Constitución ya que según la Unión de Libertades Civiles de California la octava enmienda de la Constitución prohibe la crueldad de los castigos. El gas letal es muy cruel. La asfixia que produce ese gas no es instantánea. El condenado tarda como mínimo diez minutos en morir. Trata de respirar oxígeno y no encuentra oxígeno en la cámara de gas. Sólo hay gas. Deja caer la cabeza a un lado pero levanta desesperadamente la cabeza y abre los ojos con horror porque cree que puede respirar algo de oxígeno y no puede respirar nada más que gas. El condenado intenta moverse pero tampoco puede moverse porque está amarrado a la silla cerca del cristal por el que contemplan su asfixia en la cámara de gas los testigos de la ejecución entre los que es costumbre invitar al menos a un periodista. Ustedes los periodistas están en todas partes. Como Dios.

En las guerras.

En las bodas reales.

En las coronaciones papales.

En los concursos de Miss Mundo.

En las carreras de bólidos.

En las matanzas africanas.

En las ejecuciones.

Están en todas partes. Siempre invitados de honor con derecho a primera fila. Y gratis.

Los periodistas pueden entrevistar al verdugo. Al reo. Al ministro de Justicia. Al enterrador. Al médico. A la viuda del ejecutado. A la hija del ejecutado. A la familia de la víctima del ejecutado. A todos. Pueden entrevistarse entre sí.

Mi verdugo se llama Dye le había dicho Tony Douglas.

Curioso nombre. Tiene resonancias a muerte.

Mi verdugo Dye se ofrece desinteresadamente para hacer el trabajo. Es uno de los guardias del Corredor de la Muerte. Hoy está de permiso.

El otro día murió un hijo de Dye y Douglas le dijo a Dye que sentía mucho la muerte de su hijo.

El guardia bajó la cabeza.

Dye tiene la debilidad de ofrecerse voluntario en la silla eléctrica. Es un hijo de perra. Eso está claro. Le gusta matar.

El oficial conocía como todo el mundo los fallos de la silla eléctrica. No es ningún secreto. Sobre eso hay un montón de informes. Incluso se han escrito libros. Nadie lo niega. El sistema penal no se ha beneficiado de la alta tecnología. No hace falta. Si hay problemas con la primera descarga se aplica una segunda descarga. O una tercera. Todas las que haga falta.