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María ya no estaba llena de gracia. Era más bien una desgraciada.

El Señor no estaba con ella ni con su esposo. Había desaparecido.

En su vientre bendito no quedaba más que un amasijo de tripas hasta la hora de la muerte. Y no moría.

A pesar de todo aseguraban que la voz de Cristo permanecía intacta en las ondas. Un día sería posible grabar la voz del Supremo Locutor en la cara A de la cinta tres. Porque esa voz sigue ahí. No se ha perdido. Todas las voces flotan en el espacio. Las voces de cuantos han dicho en voz alta algo audible a lo largo de sus vidas está ahí. La voz vive oculta en las ondas que flotan en el espacio. Dos mil años después podremos escuchar la voz auténtica del Nazareno grabada con la máxima fidelidad. Podremos escucharla en cualquier sitio. A cualquier hora. Tantas veces cuantas queramos. En los ascensores. En los aeropuertos. En las oficinas. En las discotecas. En los grandes almacenes. En las plazas de toros. En los estadios de fútbol. En los transportes públicos. Y naturalmente en las iglesias. Incluso podremos llevar con nosotros la voz del Todopoderoso en el bolsillo en un microcasete Olympus como éste. La voz de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Padre no me abandones. La bronca con los mercaderes del templo. La conversación con María Magdalena. Y también los llantos en el pesebre y el gorgoteo del Niño Dios succionando leche cuando mamaba abrazado a los pechos de su madre la Virgen Santísima concebida sin pecado original.

¿Y los derechos de autor? ¿Quién los explotará? ¿El sucesor de Pedro? ¿ La OLP? ¿El Estado de Israel? ¿O se creará un consorcio internacional con participación mayoritaria de Sony?

Estas posibilidades comerciales traían a la memoria de Juan las aficiones radiofónicas de Joe. El padre de Pansy. Joe había emigrado de Alemania en su juventud. Se había instalado en Nuevo México donde había amasado una aceptable fortuna con una empresa de apisonadoras. Apisonaba todo lo imaginable. Para él no había nada que no pudiera ser totalmente apisonado. ¿Una colina con arbustos? Allá iba Joe con su flota de apisonadoras y apisonaba de un lado a otro la colina hasta dejarla completamente apisonada. Ya no era una colina. Nadie hubiera creído que allí existió una colina. Ahora era una superficie totalmente lisa. Sin una sola ondulación. Joe había apisonado grandes extensiones de tierra quebrada y peligrosa en Nuevo México. Barrancos y hasta pequeños cañones de escaso interés turístico. Cuando sus máquinas apisonadoras entraban en un poblado eran recibidas con vítores y aplausos. Los vecinos salían a la calle principal con banderitas americanas y agitaban las banderitas al paso de la flota de apisonadoras capitaneada por Joe. Aquello le gustaba mucho a Joe. Le emocionaba. Por unos momentos debía sentirse como un general encabezando la columna de tanques. Joe era un hombre corpulento y muy trabajador y se había casado con una diminuta libanesa que hacía llamarse Mom y se pasaba la vida cocinando. Moni era muy baja. Tenía un ojo de cristal. Había perdido el ojo izquierdo de una manera estúpida. Batiendo enérgicamente huevos para hacer una tortilla libanesa de tamaño familiar. El tenedor saltó por los aires. Se le clavó como un dardo en el ojo. Desde el accidente en casa de Joe no hubo más tenedores. Se comía con cuchara o con los dedos. Jamás volvió a utilizarse un tenedor en casa de Joe. Nunca se mencionaba la palabra tenedor ni en inglés ni en alemán ni en árabe. Desde aquel terrible día la única persona responsable de batir huevos era Joe. Y no los batía de cualquier forma. Los batía con una paleta especial en el porche de la casa y apuntando hacia la calle. Oír el ruido de cualquier utensilio batiendo huevos sacaba de quicio a Mom como es lógico. Mom rara vez se quitaba su ojo de cristal ligeramente aceitunado. Sólo lo hacía cuando pelaba cebollas y le venía el lagrimeo. Entonces se ponía un parche de color marrón.

Su marido tuvo un accidente todavía peor. Una de las apisonadoras se desmandó en uno de aquellos paseos triunfales por los poblados de Nuevo México y aplastó a tres vecinos entusiastas del apisonamiento. Aquello enloqueció a Joe. Cayó en una desquiciada agitación que le duró varios meses. Cuando salió de ella ya no era el mismo Joe de antes sino un hombre con ideas extrañas y belicosas. Le dio por la política. Especialmente por la política internacional que era algo que había odiado toda su vida. Escribía informes delirantes que le enviaba a la CÍA y al Departamento de Estado para alertarles de sabotajes y golpes de estado imaginarios. También escribía cartas serviles y aduladoras a los dictadores que aplastaban el comunismo. En esas cartas les daba consejos para lograr un total apisonamiento de sus opositores. A algunos de estos dictadores les ofrecía la colaboración de sus mecánicos de apisonadoras como asesores en la lucha contra el comunismo internacional. Aun después de muerto Franco le enviaba telegramas y remitía copias de esos telegramas a Salazar, Trujillo, Pinochet, Marcos y otros personajes de esta calaña. Pero no contento con esto y puesto que toda su vida había sido un hombre luchador adquirió un sinfín de aparatos de radiofonía. Pasaba horas y horas sentado frente a unos micrófonos totalmente inservibles leyendo discursos políticos. Recitando sus propias cartas a líderes anticomunistas. Y pronunciando arengas patrióticas dirigidas unas veces a las tropas americanas en Corea y otras a las tropas americanas en Vietnam.

Los padres de Pansy vivían en las afueras de Truth or Consequences al otro lado del río Grande. No muy lejos de San Acacia. Se habían instalado en aquella absurda ciudad del estado de Nuevo México desde el accidente de Joe. Su casa de dos plantas era grande y destartalada. En la planta baja y en el sótano Joe había instalado sus aparatos radiofónicos. Se había hecho montar un estudio de grabación con una docena de magnetófonos que tenía repletos de marchas militares y mensajes de exterminio masivo acompañados de bombardeos y cañonazos.

Cuando Pansy y Juan estuvieron en Truth or Consequences con motivo del Día de Acción de Gracias Joe acababa de inaugurar su emisora My Voice in America por la que incitaba al levantamiento en los países del Este. En aquellas fechas ya no era posible hablar con él. No atendía a nadie. Se dedicaba en cuerpo y alma a su emisora sin antenas ni frecuencias. Sólo se comunicaba con sus imaginarios oyentes de My Voice in America a quienes repetía cada cinco minutos This is My Voice in America dando puñetazos en la mesa de control. Mom le interrumpía únicamente para entrarle la comida dos veces al día. Se sentaba a su lado y le embutía a cucharadas pero lo hacía tan deprisa que Joe se atragantaba y entonces escupía a Mom y la echaba violentamente de la emisora.

Unas veces Mom salía de allí lloriqueando y otras carcajeándose porque en el universo enloquecido de Joe siempre descubría delirios que le hacían gracia.

Aquel día My Voice in America anunció que Líbano había sido invadido por su poderoso ejército de apisonadoras y la ciudad de Beirut iba a ser convertida en una gigantesca base de superbombarderos de la Air Force desde la que sería arrasado definitivamente el mundo comunista.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando ruido de coches de caballos El único tráfico autorizado alrededor de St. Stephan.

Antes el tráfico entraba en Graben. Daba la vuelta por Stephanplatz. Y seguía por Karntnerstrasse hasta la Ópera. Ahora no. Hay que ir a la Ópera a pie sorteando turistas japoneses y turistas americanos que han convertido Viena en otro parque de atracciones Disney.

La gente va comiendo hamburguesas por la calle. Chupando helados por la calle. Bebiendo cocacola por la calle. Van riéndose con la boca llena por la calle. ¿De qué se ríe esa gente?

Hace treinta años Viena era una ciudad seria. Triste. Elegante. Provinciana a pesar de sus escudos y águilas imperiales austrohúngaras.