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Entre el director del periódico y el chófer del director están los columnistas. Los columnistas son por naturaleza la casta más altiva que existe en los periódicos pero también la más cobarde y resentida. El director los tiene en un puño. Si se desvían de los antojos cotidianos del director les quita la columna sin dar explicaciones.

¿Qué se han creído esos imbéciles? ¿Se han creído que el periódico es suyo? ¿Que el papel es suyo? ¿Que la tinta es suya?

Aquí no hay nada suyo.

Y le quitan de un plumazo la columna como se le quita un juguete al niño. Entonces se la dan a otro niño. Siempre hay otro niño deseoso de ser columnista. Hay cola. Hay lista de espera. Todos quieren una columna y muchos pagarían por que les dieran esa columna aunque el director tenga a los columnistas cogidos por el cuello. Pero ellos creen que son más listos que el director. Creen que no están demasiado cogidos por el cuello. Pero lo están. En cuanto tratan de aflojar un poco los dedos del director que les tiene bien cogidos por el cuello les entra el dolor de cervicales. Los columnistas siempre se están quejando de sus cervicales. Del dolor insufrible de sus vértebras cervicales. No tienen más remedio que gastar collarín. Desde su fundación siempre hubo collarines de columnista en la enfermería de Damas y Caballeros a entera disposición de los columnistas. Unos algo más anchos que otros pero todos especialmente diseñados para el columnista. En los periódicos donde hay columnistas existen collarines a disposición de los columnistas con dolor de cervicales. Los columnistas que llegan al periódico sin el collarín y se ponen alegremente a escribir su columna sin collarín tienen que levantarse muy pronto para ir a la enfermería a por el collarín. ¡Un collarín! ¡Un collarín! Vuelven a su mesa con el collarín bien ajustado y en seguida se aprecia un cambio. Una mejoría. Hacen ver que las molestias cervicales son ahora más soportables. De lo contrario no hubieran podido acabar de escribir la columna del día sin desnucarse. Sin caer fulminados sobre sus mesas de columnista. De todas formas si uno se fija mínimamente en los columnistas está claro que las caras de los columnistas tanto si llevan puesto el collarín como si no lo llevan son caras de alguien a quien le están retorciendo el pescuezo. ¿No son los columnistas fíeles perros guardianes del director atados a la pata de la mesa del director? Ésos son los buenos columnistas. Los que duran años y años. Perros de defensa. Perros de asalto. Perros agresivos. Peligrosos. Cuidado con los perros. Perros que enseñan los colmillos. Muerden. Tienen rabia. Si no están rabiosos no son buenos columnistas. Pero al mismo tiempo son muy dóciles y obedientes con el director. Con el director son perros falderos.

Directores y columnistas son invitados constantemente a las tertulias de la radio para que opinen sobre cualquier cosa.

¿Qué nos puede usted decir del corrimiento de tierras en Colombia?

Y ellos dan su opinión sobre los corrimientos de tierras en general y luego sobre ese corrimiento de tierras en Colombia. Naturalmente no saben de ese ni de ningún otro corrimiento de tierras más que lo que han informado las agencias de noticias. Pero ellos improvisan delirantes teorías de los corrimientos de tierras y polemizan acerca de las consecuencias políticas y económicas de los corrimientos de tierras en Colombia y en cualquier parte del mundo.

Los columnistas y los directores de periódicos proponen soluciones para cuantos problemas afligen a la humanidad sin distinción de ningún tipo y por eso mismo sin conocimientos de ningún tipo. Dicen las mayores majaderías sin ruborizarse. Con la voz llena y potente de la ignorancia disfrazada de falso saber. Se quitan la palabra para decir estupideces comparables y a veces muy superiores a las que dicen los políticos más estúpidos a quienes critican sin tregua. El moderador de la tertulia les anima a decir más imbecilidades. Más insensateces. Más cursilerías entre ruidosos anuncios de créditos y ofertas de baterías de cocina.

¿No satisface al público esta exaltación de la verborrea? Los directores de periódicos y los columnistas de periódicos desempeñan una función social impagable. Descubren escándalos. Encubren otros escándalos. Piden cabezas. Indultan a otras cabezas. Al final nadie sabe qué es lo que defienden ni por qué lo defienden. Pero eso les trae sin cuidado. Lo importante es ladrar. Gruñir. Morder. Hacerse notar. Sólo así consiguen que la gente pegue la oreja a la radio y no piense por sí misma. ¿Para qué? Ya lo han oído todo. Ya lo saben todo. Ya no hace falta leer. Aunque luego los directores y los columnistas se escandalizan de que la mitad de los españoles jamás lea un libro. Comentan que eso es una barbaridad. Que nuestro país es un país de analfabetos. Se les hace la boca agua con los datos de las encuestas. Un cuarenta por ciento de los mayores de 18 años no lee nunca un libro. Aunque se lo regalen. Aunque tenga monigotes pintados. Los que leen dedican a la lectura catorce minutos al día. Ni un minuto más. El resto se alimenta de la radio y de la televisión. La inmensa mayoría ni siquiera lee periódicos. ¿Periódicos? Los mejores periodistas de los periódicos van a contar lo que dicen sus periódicos a las emisoras de radio. No hace ninguna falta comprar el periódico para enterarse de lo que les acaban de contar por la radio. Ahorran dinero. Y tiempo. No hay que leer nada. La mayoría de la población española ni siquiera se toma la molestia de leer los rótulos de las calles. ¿Para qué leer los rótulos de las calles? Es más fácil preguntar. Todo el mundo está siempre preguntando algo a todo el mundo en todas partes sin tomarse la molestia de mirar los rótulos porque en un país donde no lee nadie todo el mundo desconfía de lo que está escrito por el solo hecho de estar escrito. Lo que está escrito en España es un engaño español. La ley escrita es una trampa. No hay que leerla. No hay que hacerle caso. Las notificaciones escritas son un engaño. Los artículos escritos son una mentira. Donde dicen blanco hay que entender negro. Siempre hay que entender lo contrario de lo que dicen. O no entender nada. Todavía esto es mejor.

Luego de diez años sin torear y con tiempo para leer por arriba de la cabeza El Cordobés contestó a un periodista que le preguntó cuántos libros había leído en esos diez años que no había leído ninguno.

¿Ninguno?

Ninguno.

El periodista ya tenía agarrado por los cuernos al torero del salto de la rana y entonces le preguntó por qué no había leído ningún libro en estos últimos diez años.

Porque si los leo no entiendo nada y tengo que volver las hojas para atrás.

Ésa fue la respuesta del Cordobés.

Muy pocos se atreven a decir que no leen porque no se enteran de lo que leen. Y si no se enteran de lo que leen ¿para qué van a leer?

Cuanto más culta es la gente más mentirosa es la gente. Dicen que han leído lo que no han leído ni piensan leer nunca. Si no salen a la calle con un libro en la mano creen que les pueden confundir con un mulo. Les para alguien en la calle y entonces mueven un poco el libro y así les preguntan qué estás leyendo y ellos enseñan el título del libro y dicen que están leyendo esto.

Pero el torero no tiene miedo a confesar que no lee porque no le da la gana leer. Porque vive mejor sin leer que leyendo como otros viven mejor trasnochando o siendo vegetarianos. ¿Por qué no va a permitirse el lujo de no leer en diez años? ¿Quién le obliga a él a sacrificarse leyendo cosas que no entiende? Muchos días Juan sólo se interesaba por leer los nombres de los fallecidos ayer en Madrid y el resto del periódico lo pasaba por alto. Le interesaban más los desconocidos muertos que los conocidos vivos o a punto de morir. Murieron Juan Mardomingo Illanas a los 60 años. Ana Juste Stenglo a los 71 años. Miguel Ferrol Murillo a los 71 años. Francisco Sáenz Serrano a los 92 años. Dolores Gil Fernán a los 73 años. Gervás Candiota Palos a los 57 años. Luisa Chaparro López a los 69 años.

A continuación ya podía leer el anuncio de la japonesa bellísima. Japonesa jovencísima. Japonesa nueva. Japonesa modelo exuberante. Japonesa medidas perfectas. Japonesa reina de la noche. Japonesa Visa Hotel.

Una noche llamó a la japonesa nueva y exuberante con las medidas perfectas y reina de la noche. La vio y salió corriendo. Echó a correr en dirección a la Puerta del Sol Naciente. Sin volverse. Sin parar. Cada vez corría más deprisa para que la japonesa Visa Hotel no le diera alcance. Porque podía darle alcance la japonesa atleta Visa Hotel y encerrarlo en el hotel y leerle la columna de ese día sobre nítidas constelaciones para navegar llevando en la memoria las pasiones perdidas y otros nombres que ya se fueron. Por favor le pediría Juan a la japonesa exuberante no me leas ninguna columna. No me leas columnas bucólicas ni columnas feministas ni columnas filosóficas. Puesto a leerme algo léeme la receta para hacer pichones salpimentados por dentro y por fuera dorados con mantequilla espumosa. O algo sobre la Operación Tormenta del Desierto. O la crítica de un tinto de Ribera del Duero con toque nítido de vainilla y notas tostadas con gran expresión tánica y regusto a regaliz.