Выбрать главу

Tenía la navaja abierta y miraba a Juan como si de un momento a otro fuera a cortarle el cuello a Juan. Le dio la impresión de que hasta aquel momento no se había desahogado lo bastante aunque ya le había llenado la cabeza de trasquilones. Ahora iba a emprenderla con la navaja. Juan dio un salto. Se levantó. Cogió su pasaporte y preguntó cuánto debía pagar por aquel corte de pelo. El peluquero francés contestó que nada. Le regalaba el corte de pelo y esperaba que ese corte de pelo tuviera éxito entre sus amigos españoles. Se rió. Los clientes también se rieron. La cosa tenía su gracia. Añadió que no se le ocurriera volver a poner los pies en la peluquería de un republicano enemigo de Franco. Un francés que odiaba a Franco. Que no entrara nunca más en esta peluquería. Ni siquiera a preguntar la hora.

Compris? Bien compris?

Sólo entonces el peluquero cerró la navaja.

Peluqueros. Esquiladores. Degolladores. Verdugos de guillotina.

Su peluquero valenciano era otra cosa. Para empezar Pepito trabajaba él solo. Sin ayudantes. Los clientes entraban de uno en uno. Tenía en la pared un retrato de Franco puesto de perfil con uniforme de Generalísimo. Pero Pepito no era franquista. Era peluquero. Y tenía allí aquel retrato para dejar contentos a sus clientes franquistas. En cuanto uno de esos clientes desaparecía insultaba al Caudillo. Se mofaba del Caudillo. Maldecía al Caudillo. Y esperaba brindar por la muerte del Caudillo. Pepito levantaba un metro y veinte centímetros del suelo. Tenía que cortar el pelo subido en un taburete. A todos los efectos era un enano aunque para su desgracia no el único de la calle porque había otro más enano que él que era limpiabotas. No se hablaban. Se ignoraban. El limpiabotas jamás entraba en la peluquería de Pepito. Limpiaba zapatos en un bar. No estaban peleados. Pero el hecho de que los dos fueran enanos les obligaba a no estar juntos. Estar juntos hubiera resultado embarazoso. Era como mezclar a dos narigudos en la barra del mismo bar. La gente entra en ese bar y tropieza con los dos narigudos y cree que está borracha. Primero se ríen de un narigudo y luego se ríen del otro. Y cuando están uno al lado del otro se ríen de los dos narigudos al mismo tiempo. No ven doble. Hay dos narigudos. Por eso precisamente se ignoraban el limpiabotas enano y el peluquero enano. Por su condición de enanos. Se hubieran ignorado igual si en vez de ser enanos hubieran sido jorobados. Una persona que tiene el mismo defecto físico que otra persona huye de esa otra persona. Un jorobado cuando ve a otro jorobado en un sitio se va inmediatamente a otro sitio. Desaparece. Y si el otro jorobado ve a este jorobado hace exactamente igual a menos que tenga una necesidad imperiosa de encontrarle. Nunca se ponen juntos. No se saludan. No se sonríen. Les joroba mucho que haya otro jorobado a la vista. Ésa es la verdad. Con uno piensan que ya es bastante. Dos es demasiado. Tres sería un circo. Los jorobados van de un lado a otro huyendo de los jorobados. De los espejos. De los jovencitos que se burlan de ellos. De los porteros que no tienen otra cosa que hacer que mirar si pasa algún jorobado por la calle. De los niños que les señalan con la mano y gritan ¡un jorobado! ¡un jorobado!

Juan se había puesto en el lugar de los jorobados en más de una ocasión. Se había imaginado a sí mismo condenado a tener que llevar una joroba día y noche a la espalda sintiendo el peso de esa joroba y la maldición de tener que soportarla a todas horas y en todas partes. Se había imaginado no pudiéndose separar de esa joroba hasta la muerte. Agonizando con la joroba. Muriendo con la joroba. Siendo enterrado con la joroba. Siendo incinerado con la joroba. ¿Qué hubiera hecho? ¿Habría soportado semejante desgracia? ¿Se habría hundido bajo la joroba? ¿Habría aceptado con resignación la joroba? Los jorobados no tienen generalmente una vida larga. Mueren antes que el resto de los mortales. Pero aun así ¿se habría hecho el ánimo de vivir la corta vida del jorobado? También se preguntaba qué era peor si ser jorobado o ser enano. Sin duda lo peor era la suma de ambas desgracias. Ser un enano y encima jorobado. También se imaginaba el universo del enano. ¿Qué sentía un enano realmente enano? ¿Era algo de verdad tan atroz?

Mientras Pepito le cortaba el pelo Juan pensaba en los jorobados. En los enanos. En cómo habría sido su existencia de haber nacido enano o jorobado. O ambas cosas. Conocía a algunos enanos. Todos eran personas con oficios muy bajos. Con ingresos muy bajos. Con aspiraciones también muy bajas. En ellos todo era de bajo nivel. No querían ser compadecidos. No hablaban jamás del problema de estatura. Trabajaban. Sobrevivían. Algunos se casaban con otra persona enana. Pero la mayoría eran grandes solitarios. Marginados forzosos. En cambio los jorobados no eran personas de origen tan humilde como los enanos. Pertenecían a familias de clase media. Incluso había uno terrateniente. Vivía encerrado en una finca de naranjos. Apenas se le veía por la ciudad. Allí tocaba el piano. Coleccionaba sellos. Y se hacía llevar prostitutas semanalmente. Comparada su vida con la vida de la mayoría de los jorobados era privilegiada. Porque los otros pertenecían a una casta inferior. Uno vendía lotería en la Estación del Norte. Otro era empleado de un garaje. Otro era guardabarreras de un paso a nivel.

El más conocido de todos los jorobados valencianos era el llamado Cheperut de la Cheperudeta. Sin ser sacristán a este jorobado se le consideraba la gran atracción religiosa de la Basílica de Nuestra Señora de los Desamparados. A todos los efectos residía allí. Y allí permanecía durante horas arrodillado a los pies de la Cheperudeta a la que piropeaba incansablemente. El día del multitudinario traslado callejero de la imagen el Cheperut de la Cheperudeta era alzado a hombros de algún gigantón sobre aquel mar de cabezas para que pudiera dirigir su sarta de alabanzas a la Mare dels Desemparats.

¡Visca la Cheperudeta !

¡Visca la Cheperuda més cheperuda y més bonica del món!

Al morir el Cheperut de la Cheperudeta se formó inmediatamente una comisión diocesana para iniciar una causa de beatificación. Se hablaba de milagros otorgados por la intercesión del Cheperut de la Cheperudeta. Se hablaba de apariciones esporádicas de la Cheperudeta en la copa de un naranjo de Godella. Pero la comisión fue disuelta y los trabajos suspendidos al descubrirse con enorme pesar que el Cheperut de la Cheperudeta llevaba una doble vida. El día lo dedicaba casi por completo a la patrona. La noche a orgías de bestialidad y prostitución.

Muchos enanos se quitaban la vida. Ni la fama ni el éxito de algunos evitaba el suicidio. El actor Hervé Villechaize medía 116 centímetros. Era una jocosa miniatura en la pantalla. Había triunfado en la televisión. Era rico. Tenía una compañera muy hermosa de estatura normal. Tenía una mansión en Hollywood. La gente le adoraba. Sus admiradores le paraban en la calle y le pedían que repitiera la frase que hacía tanta gracia en La Isla de la Fantasía cuando Hervé Villechaize gritaba ¡El avión! ¡El avión! Al oírle decir eso la gente se partía de risa. Al cumplir 50 años el actor enano se pegó un tiro en la boca. Dejó una nota explicativa.

Debido al reducido tamaño de mis pulmones ya no puedo soportar los problemas respiratorios. Good bye.

Durante un tiempo Juan recortó noticias de enanos aparecidas en Damas y Caballeros y en otros periódicos. Las revistas ilustradas parecían tener una debilidad especial por los enanos. Semana sí y semana no sacaban fotos de enanos protagonistas de alguna excentricidad.