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Al llegar a este punto Juan interrumpió la crónica.

Sonaba el teléfono. Un periodista radiofónico acababa de llegar al mismo hotel El conserje le había dicho que había otro periodista español alojado aquí. En realidad y como es costumbre todos los periodistas acaban yendo a los mismos hoteles aun sin ponerse de acuerdo. Esta vez no era una excepción. El hotel estaba lleno de periodistas esperando que Boby Sands muriera de un momento a otro. Preferiblemente que muriera antes de las doce del mediodía del día siguiente para tener suficiente tiempo de escribir la crónica con tranquilidad.

El periodista radiofónico recién llegado al hotel quería ver a Juan. Necesitaba pedirle un gran favor.

Se encontraron en el desayuno. A Juan le pareció que el periodista radiofónico era un tipo apocado. Tal vez cobarde. Sólo por eso le cayó bien. Estaba harto de los cantamañanas radiofónicos que van por el mundo como cazadores furtivos con el zurrón lleno de bichos robados. Resultaban insoportables. Los veía enchufados al micrófono como el bebé al biberón y salía en dirección contraria. Pero este periodista radiofónico con tan poco ánimo le cayó bien.

En la emisora me piden que cada hora les envíe una crónica de Boby Sands. Boby Sands está en la enfermería de la prisión. La prisión queda lejos. En la prisión no se puede entrar. Cerca de la prisión no hay teléfonos. No me dará tiempo a ir a la prisión y preguntar cómo sigue Boby Sands y volver al hotel y entrar en el informativo de cada hora. ¿Puedes llamarme tú poco antes de cada hora y contarme lo que pasa?

Juan le dijo que sí.

El periodista radiofónico se tranquilizó.

Juan telefoneaba al periodista radiofónico y le ponía al corriente poco antes de cada hora tal como habían convenido.

Va de final. Ya ha perdido el habla.

¿Qué más?

En la casa de Boby Sands la familia está preparada para recibir el cadáver. En la casa hay un ambiente terrible. La familia está destrozada. Sus padres están hechos polvo. La casa es muy modesta.

Entonces el periodista radiofónico le interrumpía. Quería que Juan le describiera la casa por dentro.

¿Cómo son los muebles? ¿Están pintadas o empapeladas las paredes? ¿Hay platos con comida? ¿Hay bebidas alcohólicas a la vista?

No. Es una de esas casas para obreros de estilo inglés con un pedazo de yerba delante. Lámparas con gatos de porcelana y algunas otras cosas horribles. La chimenea tiene una luz roja para que parezca fuego. Ese tipo de casa.

¿Qué más?

Mucha policía. Y gente con cara de querer armarla.

¿Gente joven?

El periodista radiofónico le daba las gracias.

Si no fuera por ti aquí no cazaba ni una. Llama en cuanto la palme. No te olvides de llamar. Si no llamas me hundo.

Juan empezó a tomarle gusto a su labor de enlace radiofónico. Sin embargo le tentaba la maliciosa idea de contarle al periodista radiofónico algunas falsedades.

La madre de Sands se ha abierto las venas.

Los soldados británicos han ocupado la casa frente a la casa de la familia de Sands y apuntan con ametralladoras hacia la salita donde pondrán el féretro de Boby Sands.

El féretro de Boby Sands ha caído por un terraplén durante el trayecto desde la prisión hasta la casa de Boby Sands.

El periodista radiofónico se lo habría tragado. Habría creído tener la gran exclusiva sin soltar el bote de cerveza de la mano y sin moverse de la habitación del hotel gracias a un colega de puta madre que le ponía al tanto en cada momento. El futuro del joven periodista radiofónico dependía de los resultados de esta importante labor informativa. Todo iba a las mil maravillas gracias al compañero que le llamaba 10 minutos antes de cada hora para entrar en los informativos de cada hora.

Ha muerto.

¿Qué más? ¿Qué más? ¿Dónde está el cadáver?

El cadáver de Boby Sands ha sido conducido a la casa de los padres de Boby Sands. Gritos en favor del IRA. Llantos. Los amigos de Boby Sands están en la casa de Boby Sands. Algunos periodistas hemos entrado en la casa. El cadáver parece una funda de piel. No tiene carne. No sé cómo lo habrán metido dentro de un traje oscuro. Parece el traje de ir a misa los domingos. Pero parece el traje de otra persona. El cuerpo de Boby Sands no pesará más de 30 kilos. Una piltrafa humana. Parece que hay gente armada. Van llegando carromatos del ejército. Se quedan en la entrada de la calle. Y mucha policía patrullando.

El periodista radiofónico le pedía a Juan que por favor tratara de llamarle desde algún otro teléfono cerca de donde los jóvenes daban gritos a favor del IRA.

Necesito grabar esos gritos. Los gritos dan el ambiente que necesito.

Entonces Juan le tranquilizó. Eso estaba hecho. Llamó a unos muchachos que había cerca. Les pidió que gritaran algo a favor del IRA.

Ya van a gritar. Ahora gritan a favor del IRA. ¿Preparado?

Después lo enterraron y el entierro fue una ceremonia impresionante. Hubo salvas de honor. Unos encapuchados del IRA totalmente vestidos de negro formaron al lado del ataúd que llevaban en hombros otros del IRA también de negro y apuntaron con sus fusiles al aire y dispararon varias veces en un silencio absoluto.

Lástima que no hayas venido a verlo.

Ya sabes que no puedo. Cuenta detalles.

La madre de Sands se ha derrumbado.

Necesito algo de color.

Un cura ha leído unas oraciones.

Algo más. ¿Lo entierran en un nicho o en una sepultura en tierra?

En una sepultura.

Ya vale.

Al día siguiente se despidieron. El periodista radiofónico se quedó un día más en Belfast para ver algo. No había salido de la habitación del hotel.

Al cabo de varios años tropezó con el periodista radiofónico en un bar. Al principio le costó reconocerlo. No recordaba su nombre. Pero el otro sí. El periodista radiofónico tenía buena memoria. Se puso muy contento.

¿Desde cuándo no nos habíamos visto? ¿Desde lo de Boby Sands?

Un montón de tiempo.

Aquello fue una experiencia terrible. Sobre todo cuando metieron el esqueleto en la caja. Porque parecía un esqueleto ¿verdad?

El periodista radiofónico creía haber visto realmente a Boby Sands en el ataúd. Creía haber estado en el cementerio cuando enterraron a Boby Sands. Creía haber grabado en su magnetófono los disparos de aquellos hombres del IRA con sus uniformes negros y sus rostros tapados con pasamontañas negros. Creía haberlo visto todo cuando la verdad es que no había visto absolutamente nada. No había salido de su habitación del hotel los tres días que duró la pesadilla. Sólo bajaba al bar. Encargaba un sandwich de atún y volvía a la habitación para pegarse al teléfono y esperar la llamada de Juan y luego la de su emisora y luego otra vez la de Juan.

Bebieron una cerveza recordando la inolvidable experiencia de Belfast. El periodista radiofónico le dijo que por qué no se encontraban otra vez para recordar más cosas. Le entregó su tarjeta.

Juan miró la tarjeta del periodista radiofónico cuando el periodista radiofónico se alejó sonriente hacia la puerta del bar. Ahora ya no era un simple reportero de una emisora. En la tarjeta de visita leyó que era el director general de la cadena de emisoras. Ya no alcanzó a darle la enhorabuena. El periodista radiofónico había desaparecido.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando la falsedad es la materia prima del periodismo de todos los tiempos y lugares. El corresponsal norteamericano Knickerbocker de la cadena de periódicos Hearst se inventó desde la primera hasta la última línea su crónica sobre la caída de Madrid en la guerra civil española. Era una crónica sensacional. Informó de la caída de Madrid mucho antes de que el ejército de Franco entrara en Madrid. Pero para darle lo que en la jerga periodística se llama color este prestigioso embustero corresponsal de guerra describió con todo lujo de detalles el paso de las tropas nacionales por delante del edificio de la Telefónica que él estaba presenciando desde los escalones de ese edificio. Cerraba el desfile un perrito moviendo el rabo.