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Media estocada caída. Dos ruedas de peones. Aviso. Se tumba el toro. Pitos. Dos pinchazos. Aviso. Metisaca bajo. Pinchazo hondo y dos descabellos. División.

Y no puede haber multiplicación de adjetivos. Ni de metáforas No puede haber exceso de comas y guiones y puntos y comas y paréntesis que es algo que los escritores hermafroditas del periodismo prodigan en sus frases para que el lector tropiece y caiga. ¿Cómo va a leer el lector español esos bodrios literarios? No es tan estúpido. Mientras al lector español no le quiten tanta piedra del camino de la lectura no leerá más que lo indispensable. Cada coma es una piedra. El lector español no goza con el sadismo del escritor español. No es masoquista. No quiere descalabrarse tropezando con tantas piedras. Una cosa es leer un artículo o una novela y otra cosa es ir dando traspiés desde el principio de un barranco pedregoso hasta el final del mismo barranco pedregoso donde está el autor con el último pedrusco de su original cosecha para tirárselo a la cabeza del lector y rematarlo. El buen crítico taurino se limita a contar la corrida con un mínimo de palabras.

El tercer toro pegó la voltereta apoyado en un cuerno ante la atónita mirada de Jesulín que lo bregaba con el capote.

Cuando se produce la tragedia el tono cambia. La crónica parece un atestado de la Guardia Civil.

El banderillero Manolo Montoliú de 38 años murió ayer en la enfermería de la Maestranza de Sevilla como consecuencia de las cornadas que le produjo el primer toro cuando acababa de prenderle un par de banderillas. El percance se produjo alrededor de las 18.40. En el momento de ejecutar la suerte el toro Cabatisto hundió el pitón en un costado del torero y sin que hubiera llegado a caer al suelo le estuvo pegando cornadas en el abdomen y el pecho y las axilas. Cuando el toro dejó de cornear y acudió al quite que hacían los diestros y sus cuadrillas Montoliú cayó al suelo sangrando copiosamente por las heridas y por la boca. El toro le había partido el corazón y los pulmones. Sus compañeros se lo llevaron a la enfermería y en el ruedo quedó un gran charco de sangre. El infortunado torero llegó al quirófano desangrado y prácticamente muerto. Pasa a la página 17. Más información en la última página.

Así arrancaba aquella crónica aparecida en primera página al lado de un anuncio de un laxante y de créditos del Bankinter al 12 por ciento de interés. En la gran foto la lengua del banderillero visto de perfil sale de su boca como el fuego de un lanzallamas contra los pitones de Cabatisto.

Juan había devorado la crónica taurina sentado en un bar que ni siquiera era un bar taurino. Era un bar de los 140.000 bares abiertos al público en España que es el país con más bares que todos los restantes países juntos de la Unión Europea. El bar estaba perfectamente equipado. Tenía limpiabotas a disposición de los clientes sobre una alfombra típicamente española tejida con huesos de aceitunas. Cáscaras de cacahuete. Cabezas de gambas. Cáscaras de caracoles. Colillas de cigarrillos de tabaco rubio. Colillas de cigarrillos de tabaco negro. Colillas de cigarrillos rubios o negros con carmín de pintalabios. Colillas de cigarros puros. Servilletas arrugadas de papel. Palillos de dientes usados. Tapones de botellas de cerveza.

Juan devoraba la crónica entre el vocerío de los camareros. Los gritos de los clientes. La monserga de la vendedora de lotería. El estruendo de la máquina de moler café. De la máquina de hacer café. De la máquina de los discos. De la máquina tragaperras. De la máquina habladora del tabaco. Del televisor a todo volumen. De los chillidos de la pareja de cotorras enjauladas. De los chillidos de los niños hijos del propietario del bar. De los chillidos de los amigos de los niños hijos del propietario del bar. De la mujer del propietario del bar.

Y allí Juan seguía leyendo que el cuarto toro de 485 kilos llamado Gitanito era una maravilla de toro y fue indultado por plebiscito en medio de un auténtico clamor después de que hubiese repetido no se sabe si o doscientas embestidas todas ellas al primer cite y desarrollando una casta excepcional.

¿Cómo no librarle de la ejecución? ¿Cómo no indultarlo para mantenerlo vivo junto con esos 4.000 millones de reses que cubren la faz de la Tierra?

Cada res come mensualmente 400 kilos de pienso lo que permite una producción de 32 kilos de carne por persona y año.

El hambre del mundo podría eliminarse sólo con la producción de reses norteamericana según un reciente informe de Worldwatch.

Pero el hambre sigue azotando a la humanidad.

El toro ya coge mucho menos que en el pasado aunque es más certero afirma el primer cirujano taurino de nuestro país en una destacada entrevista.

Pregunta. Un matador herido por asta de toro en el corazón ¿cómo puede llegar hasta la barrera por su propio pie sin apercibirse de que tiene una cornada en el corazón?

Respuesta. El matador llevaba una puñalada en el corazón. Una herida incisocontusa en un ventrículo hace que se desangre el corazón en 15 o 30 segundos. Pero hasta que eso ocurre la persona está como si no le hubiera pasado nada. Cuando hay algo clavado en el corazón lo aconsejable es que no se saque el objeto clavado porque hace de tapón. Si se saca el objeto clavado en el corazón en 15 o 30 segundos el corazón se desangra. El matador pudo llegar por su propio pie hasta la barrera porque todavía no habían transcurrido esos 15 o 30 segundos y su corazón no se había desangrado.

Pregunta. ¿Peligró la vida de Pepe Luis Vargas?

Respuesta. Sí porque perdió una cantidad impresionante de sangre en muy poco tiempo. Y no la perdió por la arteria sino por una vena. Van tan ceñidas las taleguillas que dificultan la circulación y además estuvo mucho tiempo de rodillas frente al chiquero para recibir al toro. Debía de tener los muslos hinchadísimos. Al recibir la cornada soltó tres litros de sangre en un momento. Entró en la enfermería mu-riéndose. Le abrimos el abdomen a toda prisa. Le sujetamos con la mano la vena para detener la hemorragia. Le metimos gran cantidad de sangre. Cuando vimos que se recuperaba empezamos a operarle.

La aparatosa cornada que sufrió ayer el colombiano César Rincón en la ingle cuando entró a matar a Faruchito le afectó a los testículos.

La cogida provocó el pánico en los tendidos.

El cielo se volvió aún más gris y lluvioso.

Según el picador de la cuadrilla Anderson Murillo la cornada dejará al torero postrado en la cama al menos un mes.

El pitón le entró a César Rincón por el bajo vientre.

Le dañó los testículos en dirección al intestino.

No llegó a penetrar en el abdomen.

El torero colombiano fue trasladado después de ser operado en la enfermería de la plaza a la clínica sevillana del Sagrado Corazón.

El parte facultativo fue firmado por el doctor Vila.

Herida por asta de toro que penetra por la bolsa escrotal derecha y provoca herniación del testículo con una trayectoria de 30 centímetros que penetra por la túnica vaginal y el anillo inguinal externo derecho llegando hasta los rectos anteriores del abdomen que diseca rompiéndolos sin penetrar en cavidad del abdomen.

Pronóstico grave.

Pasé una noche muy mala dijo César Rincón.

Con muchos dolores. Pero estoy muy contento y plenamente feliz por las dos orejas que corroboran que vine a Sevilla muy mentalizado para conseguir el éxito.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando me contó Berta que de niña se subía las faldas hasta la cintura. Se quitaba la blusa. Se miraba en el espejo imaginando que alguien la miraba. Y se ponía caliente.

Pero más tarde necesitaba algo más.

Me desnudaba del todo delante del espejo y me imaginaba a un chico atado en la cama delante de mí que no podía tocarme. Cuando ya no podía más se corría. Se corría sin tocarse. Y entonces yo también me corría. Nunca nos tocábamos ni él a mí ni yo a él.