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Berta le contó esto mientras se duchaba en la habitación del hotel Algonquin. Juan la oía apoyado en la puerta del cuarto de baño. Deseaba verla haciendo eso.

¿Podrías mirarte ahora en el espejo como te mirabas cuando eras una niña?

No sé.

¿Podrías imaginarte que ese tipo está atado a la pata de la cama?

Naturalmente.

Si no te importa lo quiero ver.

Eso no.

¿Pero conozco al tipo ese? ¿Es siempre el mismo o va cambiando?

No tiene importancia.

Si que tiene importancia.

La mayoría de las mujeres tenemos fantasías parecidas cuando follamos.

¿Siempre?

Sí.

¿Y siempre con la misma persona?

Supongo que sí.

Muy aburrido.

Depende.

¿Depende de qué?

Depende de cada cual. Hay a quien le gusta ver la misma película varias veces y a quien no.

Berta dime si ese tipo existe y lo conozco.

No seas imbécil y no te pongas celoso.

Me pongo celoso.

Pero si es sólo una fantasía.

Una fantasía de la que no te hartas.

No me harto porque no nos tocamos nunca. Y lo que no tocas no cansa.

¿Entonces?

Ya te lo he dicho. Sólo nos miramos a través del espejo. Y cuando él ya no puede más se corre. Siempre antes que yo.

Muy caballero.

Me gusta así.

¿Y luego?

Luego yo.

¿Y a la vez nunca? También podríais correros a la vez. Sería perfecto.

O no tan perfecto. Me gusta así.

Pero me imagino que tú sí que te estarás toqueteando. ¿O no?

Si a menos que esté follando y alguien lo haga.

Aun no me has dicho quién es.

No te lo pienso decir.

¿Te da vergüenza que yo sepa quién es ese tipo?

Me da miedo que le hagas algo.

Luego le conozco.

¿Por qué no cambiamos de tema?

No voy a hacerle nada.

Eso espero.

Pero podría rivalizar con él.

Imposible.

Puedo atarme a la pata de la cama procurando que no me entre la risa.

¿Risa? Es curioso que hayas dicho eso porque él a veces también se ríe.

¡Lo que faltaba! ¡También suelta carcajadas amarrado a la pata de la mesa!

De la mesa no. De la cama. Y no te burles. Estás celoso.

Tú dirás. Quedamos en Nueva York en lo que se supone que es una cita apasionada y te pones a hablar del monstruo de la pata de la cama que se corre sin tocarse y sin tocarte mirándote en cueros en el espejo.

No entiendes nada.

¿Qué tengo que entender?

Que las fantasías de una mujer son distintas a las de un hombre.

Desde luego. De eso estoy seguro.

A estas alturas tendrías que conocer un poco mejor el erotismo de las mujeres.

No sé si es mejor conocerlo o no. Cuando estemos follando tendré que olvidarme de que ahí abajo hay un desconocido atado a la pata de la cama mirándote en el espejo.

Si prefieres lo olvidas. Pero ten en cuenta que una fantasía no se improvisa. Empieza tontamente. Con cuatro cosas. Luego se va perfeccionando. Hasta que queda a tu medida y no tienes más que llamarla cuando la necesitas. No falla. A veces ni siquiera has de llamarla.

Dejémoslo. No quiero saber quién es ese cochino eyaculador precoz. Soy capaz de sacarle los ojos.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando fuera de la habitación 108.

Necesitaba salir de la habitación. No aguanto más encerrado en la habitación.

Evitando las meadas de los caballos de los coches de caballos por detrás de St. Stephan.

Por Kanrterstrasse en dirección a la Ópera entre vieneses de ambos sexos con perros de ambos sexos.

Compro Die Presse. Lo llevo en la mano para que no me tomen por extranjero.

Sonrío al horrible boxer que babea arrimado a una vieja vienesa que me sonríe cuando ve que sonrío a su boxer. Es fácil llevarse bien con esta gente si te llevas bien con sus animales

Regreso a Graben tropezando con japoneses que tienen que cumplir sus obligaciones turísticas.

Por la mañana paseo alrededor del palacio imperial.

Visita a las estancias y tesoros imperiales.

Biblioteca Nacional Austriaca.

Iglesia de los frailes Agustinos y Tumbas imperiales.

Sesión de entrenamiento de la Escuela Española de Equitación.

Por la tarde jardines de Schonbrunn.

Visita al palacio y colección de carruajes.

Por la noche cena en un Heuriger.

Graben también fue cerrado al tráfico. Me detengo ante el escaparate de la única librería de la plaza. En el escaparate hay una foto de Brodsky. Y toda la obra del Nobel de Literatura 1987 expuesta en abanico alrededor de la foto. Recuerdo la mirada de Brodsky en esa gran foto. La misma mirada que tenía cuando Juan fue a entrevistarle en Nueva York.

Brodsky abrió la puerta de su casa en Greenwich Village.

¿Pregunta por Joseph Brodsky?

Sí.

Yo soy Joseph Brodsky.

Y le miró igual que en la foto. Con asombro. Con guasa. Con ojos chispeantes.

Pocos días antes los americanos lo habían nombrado Poeta Laureado de los Estados Unidos lo cual es un honor para cualquier poeta pero aún más para un ruso expulsado de la URSS por vago y maleante. Un buen poeta sólo puede ser eso. Debe ser eso. Vago y maleante.

El cubo de la basura dificultaba la entrada en la casa de Joseph Brodsky.

Un gato arrastraba la correspondencia por el pasillo del estudio. Brodsky tenía los cabellos revueltos.

Llevaba un montón de papeles en una mano que se pasó a la otra para estrechársela a Juan.

Calzaba unas zapatillas de deporte sucias. Algo rotas. Su aspecto era ostensiblemente desaliñado. Todo ello le daba cierta distinción bohemia.

Le siguió hasta el final del pasillo. Entraron en una habitación grande. Con buena luz. Brodsky dejó los papeles que llevaba en la mano sobre una mesa y se sirvió un vaso de vino.

El fotógrafo estaba eufórico. Había visto que la habitación donde se iba a desarrollar la entrevista tenía buena luz y se apresuró a decir que aquella habitación era una magnífica habitación porque ante todo tenía muy buena luz.

Buenísima luz. La luz perfecta. La luz ideal.

Sentado en el sofá había un individuo de unos cincuenta años. Se puso de pie para saludar. Brodsky dijo su nombre y añadió que era un escritor americano. Pero el escritor americano aclaró inmediatamente que él no era importante.

Nada importante. Soy un escritor completamente desconocido.

Y volvió a sentarse en el sofá.

Brodsky señaló al fotógrafo y a Juan y le dijo al escritor desconocido que verdaderamente el fotógrafo y Juan tenían toda la pinta de ser españoles. Que no podían ser más que españoles.

Brodsky movía su cabeza con los cabellos revueltos y repetía que Juan y el fotógrafo que acompañaba a Juan tenían el aspecto absolutamente inconfundible de españoles. No lo podían negar. Eran típicamente españoles. Esas dos caras tan genuinamente españolas sólo podían ser caras de españoles. ¿Estaba de acuerdo su amigo el escritor desconocido?

El escritor desconocido dijo que sí. Brodsky se sirvió más vino y el fotógrafo con cara típicamente española empezó a disparar su cámara sin dejar de repetir que la luz en aquella habitación era perfecta.

Aquí hay una luz buenísima. Ideal. Una luz realmente magnífica mister Brodsky.

Lo decía como si Brodsky fuera el inventor de la luz. El inventor de la bombilla. Edison en persona. Como si el premio Nobel de Literatura y Poeta Laureado en los Estados Unidos fuera un genio de la luminotecnia y además Poeta Laureado de los Estados Unidos y Premio Nobel de Literatura. Pero ante todo era el artífice de la síntesis de una luz poética.

Juan temía que de no mermar el entusiasmo del fotógrafo de prensa por la luz ambiente ese entusiasmo pondría en peligro no sólo la entrevista sino también las mismas fotografías que al final estarían pasadas de luz. O cortas de luz. O sencillamente veladas.