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De todas formas Juan prefería la atmósfera desquiciada de Truth or Consequences a la atmósfera oprimente de su casa familiar donde nadie tenía que molestarse en derribar al suelo a su madre porque ella sola vaciando botellas de Tío Pepe caía como una breva madura.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando qué pocas veces iban a comer a un restorán para celebrar algún acontecimiento. La madre de Juan aseguraba que nunca tenía nada que celebrar. Repetía que en la vida no valía la pena celebrar más que no haber nacido y eso era imposible. La última vez que salieron a celebrar algo la recordaba Juan con todo detalle.

Su madre se resistía a salir entre otras razones porque estaba gordísima y no le cabía la ropa. Pasaba el día comiendo pasteles de boniato y empanadillas de calabaza. Tenía que ponerse el abrigo para ir a la calle aunque fuera en pleno verano. Por casa iba siempre en camisón.

Pero aquel día era uno de los pocos días buenos que recordaba Juan. Había empezado de un modo prometedor. Cuando su padre apareció a la hora de comer ella le hizo un gesto a Juan indicando que tocara la Marcha Real.

¡Marcha Real! ¡Marcha Real! ¡Rápido!

Con una mano en la boca haciendo bocinilla Juan interpretó el himno como si fuera el corneta de un regimiento mientras su padre avanzaba por el pasillo. El mismo pasillo por el que días antes había rodado la dentadura postiza de su madre. La misma dentadura que surcó el pasillo como un obús contra el cráneo del repugnante esposo que se la metía por detrás. Pero ahora la Marcha Real sonaba en honor al rey de la casa quien inmediatamente propuso celebrar el acontecimiento en un buen restorán.

¡Vámonos a comer a un buen restorán! ¡Hoy es un día grande!

Entonces su padre pedía un taxi.

Su madre se ponía el abrigo encima del camisón.

El portero avisaba por el telefonillo interior que el taxi ya había llegado.

Y bajaron los tres a la calle.

Su madre iba totalmente embutida en un abrigo negro con un pañuelo de seda que le tapaba el cuello del camisón. También llevaba guantes para ocultar sus dedos hechos una auténtica llaga de tanto pelárselos con unas tijeritas curvas.

Subió resollando al taxi. Estaba demasiado gorda. Su padre se sentó en el asiento delantero. Su madre y él se acomodaron detrás. Su madre soltó una gran bocanada de aire. Apestaba a alcohol.

Llegaron al restorán. Un camarero les acompañó hasta una mesa. Su madre empezó a hacerle malas caras al camarero. Dijo que ese camarero la miraba de una forma que no le gustó nada desde el principio.

Se sentaron. El camarero trajo el menú. Le dio uno a la madre de Juan y otro al padre de Juan. Luego el camarero ofreció a su madre llevarse el abrigo a guardarropía. Eso hizo saltar a su madre.

Aquí he venido a comer y no a desnudarme. Así que no me moleste más.

El camarero pidió disculpas. La madre de Juan le seguía atentamente con la mirada. El camarero se alejó. Estaba observando la mesa a una distancia prudencial y hablaba con otro camarero.

¿Se puede saber qué hace ese estúpido hablándole a la oreja al otro camarero?

El padre de Juan se volvió a mirar a los camareros.

El camarero creyó que le llamaban. Se acercó otra vez a la mesa. Ustedes dirán.

El camarero miraba al padre de Juan. Pero le contestó la madre de Juan.

Quien tiene que decir algo es usted.

Disculpe señora pero no la entiendo.

¿No me entiende?

No señora.

Me extraña que con lo listo que parece usted no me entienda.

Disculpe señora.

Mire ya está bien de disculpas.

Señora vengo a tomar nota de lo que quieren comer.

¿Comer? ¿Comer en esta pocilga?

Perdonen los señores pero esto no es una pocilga.

El padre de Juan quiso intervenir. La madre de Juan no le dejó intervenir.

Tú cállate que estás mejor callado.

El camarero dijo que iba a avisar al encargado. El padre de Juan advirtió a la madre de Juan que no hiciera allí una escena desagradable. La madre de Juan miró a Juan. Como otras veces necesitaba un aliado.

Tú eres tan cobarde como tu padre si es que éste es tu padre que eso aún no está claro. Ninguno de los dos sabe pararle los pies a un camarero mequetrefe.

El encargado del restorán se acercaba a la mesa acompañado del camarero.

Vamos a ver qué pasa aquí señores.

La madre de Juan miró al encargado del restorán y soltó una carcajada. El encargado del restorán repitió a ver si me pueden explicar qué es lo que pasa aquí señores. El padre de Juan dijo que había un pequeño malentendido. La madre de Juan dijo que aquí el único malentendido era su marido porque no sabemos si es el padre de este chico. Juan bajó la cabeza. El padre de Juan dijo esto no puede ser. O se callaba la madre de Juan o él se marchaba.

La madre de Juan pidió una botella de vino blanco. La madre de Juan pidió canelones. El padre de Juan pidió paella de mariscos. Miraba con asco a la madre de Juan. Miró a Juan con la misma mirada de asco. Juan también pidió paella de mariscos.

El encargado se alejó muy serio dando instrucciones al camarero.

El camarero se quedó cerca de la mesa. Parecía obedecer sólo las órdenes del encargado. La madre de Juan le dijo no se quede ahí plantado como un pasmarote y traiga el vino. El padre de Juan se puso a canturrear como cuando se cortaba afeitándose en el cuarto de baño. En realidad pensó Juan estaban aquí como si estuvieran en el cuarto de baño. No había gran diferencia. Quizá no habían salido del cuarto de baño. Llevaban siglos encerrados los tres en ese mismo cuarto de baño. Su padre se afeitaba. Su madre merodeaba. Juan cagaba deprisa para irse cuanto antes.