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El camarero dejó la botella en la mesa. La madre de Juan dijo que sirviera el vino. El camarero le sirvió el vino. La madre de Juan se bebió la primera copa de un trago. El camarero le volvió a llenar la copa. El padre de Juan carraspeaba. Canturreaba y carraspeaba exactamente igual que en el cuarto de baño.

Juan quería imaginar lo que estaría pensando su padre. Le miraba para saber qué podía estar pensando su padre. Su padre le miraba con la misma mirada de desprecio que dirigía a su madre.

El camarero trajo una ensalada valenciana. La madre de Juan levantó la mano para que no dejara aquella ensalada en la mesa.

Aquí nadie ha pedido ensalada valenciana.

El camarero miró al padre de Juan. El padre de Juan dijo que no la habían pedido pero que la dejara allí. El camarero encogió los hombros y dejó la ensalada valenciana en el centro de la mesa al estilo valenciano. El padre de Juan apartó los espárragos y se los sirvió a la madre de Juan. Al padre de Juan no le gustaban los espárragos. A la madre de Juan le chiflaban los espárragos.

¿Tú quieres un espárrago Juan?

Juan le dijo que no quería espárragos. La madre de Juan dijo que los canelones no valían nada.

Estos canelones son una porquería.

El padre de Juan empezó a comerse el arroz de mariscos. Descabezó una gamba con los dedos y la chupó. La madre de Juan le dijo al padre de Juan que no hiciese ruidos chupando cabezas de gamba. El padre de Juan dijo que peor era hacer otras cosas. Juan suplicó que no discutieran. La madre de Juan le dijo a Juan que Juan era un cobarde.

Tú eres un cobarde Juan. Si llego a oírle contestar esa majadería a mi padre le paro los pies. Pero tú eres un cobarde que la única suerte que tienes es no ser hijo de este majadero.

El padre de Juan apartó el plato de arroz y amenazó a la madre de Juan.

Óyeme bien. Esto te interesa oírlo.

Abrevia.

Si esto sigue así es la última vez que salimos a comer a un restorán. Acabemos la fiesta en paz.

Empezaban a levantar la voz. Era como en el cuarto de baño con la ventana del patio interior abierta. Los de otras mesas miraban hacia aquí. La madre de Juan escupió con disimulo al padre de Juan. El padre de Juan se levantó de la mesa.

Juan pensó que ya no volvería. Su madre no llevaba dinero. Juan le suplicó a su madre que se tranquilizara. Pero su madre estaba fuera de sí. Habían pasado de la Marcha Real a la marcha fúnebre en menos de una hora. Su madre le dijo a Juan que buscara al cretino de su padre y que le dijera que llamara a un taxi y pagara la bazofia que les habían dado y se largarían de esta pocilga. Juan fue a buscar a su padre. Su padre estaba hablando por teléfono en la cocina del restorán. Le oyó repetir el nombre del doctor Po.

De acuerdo doctor Po. Hablaremos más tarde doctor Po. Bien doctor Po. Gracias doctor Po.

Cuando su padre colgó el teléfono Juan le dijo lo que su madre le había dicho. Que pagara y pidiera un taxi. Su padre repitió que ya no los llevaría nunca más a su madre y a él a comer por ahí. ¿Qué dijo? ¿Dijo que no los llevaría a comer nunca más a los dos o sólo a su madre? ¿Qué dijo exactamente?

Cuarenta años después todavía tengo dudas recordando en el café Braunerhof qué es lo que realmente dijo mi padre.

Cuando volvieron a la mesa la madre de Juan se estaba engullendo la copa de la casa.

Lo único decente que hay aquí es la copa de la casa.

El padre de Juan dijo que se alegraba de que encontrara allí algo decente.

Juan les siguió para salir a la calle. El pañuelo de seda que llevaba su madre en el cuello se le caía a un lado. Se le veía un poco el camisón.

Su padre pasó entre las mesas del restorán carraspeando y canturreando.

Los camareros se habían colocado a ambos lados de la puerta. Su madre caminaba hacia allí con pasos inseguros. Los camareros observaban divertidos la forma vacilante de caminar de su madre. Esperaban junto a la puerta para despedirles. Juan temía que su madre hiciera alguna barbaridad. En esas ocasiones su madre siempre hacía alguna barbaridad. Juan estaba seguro de que iba a hacer alguna barbaridad. ¿Qué barbaridad se le ocurrirá hacer?

Cuando su madre llegó a la altura de los camareros se metió una mano en la boca y se sacó la dentadura postiza. Los camareros permanecían inmóviles. Más bien petrificados. Su madre abría y cerraba la dentadura postiza con las manos como si fuera una langosta viva delante de las narices de los camareros. Los camareros se echaron hacia atrás. Los camareros se revolcaban de la risa. Los camareros le decían adiós señora llorando de tanta risa.

¡La esperamos otro día señora! ¡Ha sido un placer servirla! ¡Vuelva cuando guste señora!

Odiosos camareros. Seres perversos. Amargados. Reprimidos. Esperan la menor oportunidad para mortificar a los clientes. Detectan dónde hay una víctima y se ensañan. Conviene que algunos clientes se comporten cruelmente con los camareros. Lo merecen. Mi madre lo hacía muy bien. Los conocía muy bien. Los atacaba por el punto débil.

Te ven entrar en el restorán y al primer golpe de vista calculan qué van a sacar de ti y qué porcentaje se van a llevar sobre la consumición cuando te vendan el pescado que empieza a oler y la carne que empieza a pudrirse. El dueño del restorán les dice que por cada ración que vendan de esas porquerías les dará un 15 por ciento. Y ellos tienen mucho interés en recomendar la podredumbre del plato del día. No hay que fiarse nunca de los consejos y recomendaciones de ningún camarero. Conviene ponerse en guardia. Sobre todo con los que aparentan ser inofensivos. No lo son nunca. Por regla general los camareros son gente innoble. Los camareros llamados buenos profesionales detestan su trabajo y odian a los clientes. Muchos se vengan de cualquier cliente escupiendo su mejor escupitajo en la sopa. Especialidad de la casa. Y escupen en la sopa sin conocer siquiera al cliente. Lo hacen como un ritual. Se sienten mejor después de haber soltado su esputo en el corto trayecto de la cocina a la mesa. Y luego muchos camareros ni siquiera se acuerdan de observar al cliente cuando se está comiendo la sopa. Se les olvida.

¿Le gustó la sopa?

Estaba muy bien.

Me alegro.

Su cinismo es su segunda piel. Lo llevan puesto permanentemente. Retiran el plato de la sopa y ya están maquinando su próxima gamberrada. Luego les cae un cubierto y lo apartan como si fuera algo que hay que tirar a la basura. ¿Basura? Antes de llegar a la cocina ya han vuelto a meter ese cubierto sucio en el cajón de los cubiertos limpios. Lo hacen con mucha rapidez. Y si han visto que les has visto te lanzan una mirada de desafío. Quieren bronca. Son gallitos de pelea. No hay cosa que les guste más a los camareros que pescar al cliente mas ingenuo y bonachón en sus redes para someterlo a una sesión refinada de tortura. Cuando ese cliente aparece por el restorán se lo disputan los camareros. Es un mirlo blanco el pobre desgraciado que entra con cara de no querer molestar. Desde luego no va a molestar. Antes de haber dicho esta boca es mía ya le han tapado la boca con ese trapo supuestamente limpio que llevan los camareros en la mano. Acto seguido le asignan la mesa más incómoda del restorán. Aunque haya mesas libres y cualquiera de las mesas libres sea mucho mejor que esta horrible mesa ellos lo sientan a esta mesa porque es la mesa para los mirlos blancos. Naturalmente la mesa está pegada a los urinarios. La mesa está debajo de un chorro de aire caliente que le pone a sudar como un cerdo. Está en el paso a la cocina. Está cerca del teléfono público. Está delante del trinchante donde los camareros sueltan los pozales de los cubiertos y pilas de platos con un estrépito ensordecedor. Está en el sitio donde nunca debería colocarse una mesa. Pero precisamente allí quieren tener sentado al cliente más inofensivo. Siempre hay uno. Todos los días aparece uno. Y siempre cae como un pajarito en las garras del resabiado camarero. Allí el camarero tiene tan a mano al cliente como las cucharas y los tenedores. No distingue entre el cliente y una cuchara o un tenedor. Los trata igual. Para él una clienta es una cuchara y un cliente es un tenedor. Cuando más cerca lo tengan del trinchante y de la cocina menos pasos habrá de dar el camarero para atenderle.