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Luego hay unos momentos de silencio. El joven maníaco depresivo entra en fase maníaca. Abre un volumen de las obras completas de Freud. Lee.

¿Es que los diversos instintos procedentes de lo somático y que actúan sobre lo psíquico se hallan también caracterizados por cualidades diferentes y actúan por esa causa de un modo cuantitativamente distinto de la vida anímica?

El joven maníaco depresivo cierra el volumen. Vuelve a entrar en fase depresiva con la máxima naturalidad. Como alguien que pasa del sol a la sombra. Sin aspavientos. Lo tiene totalmente asumido. La magia seductora de estas palabras del Padre del Eterno Psicoanálisis devuelve a los seguidores de Freud al penoso estado de vigilia mientras desde el café Hawelka me pregunto cómo se las ingenian los ciudadanos vieneses para apartar la vista de todas esas placas conmemorativas y de todos estos catafalcos históricos cada vez que salen de sus casas en su camino diario hacia el café. ¿Existe forma humana de ignorarlos? Cruzan la calle pero en la otra acera también encuentran más catafalcos históricos. Más placas anunciando el nacimiento el crecimiento el fallecimiento de un genio vienes. No hay forma de romper el cerco. Los pequeños ciudadanos vieneses son devorados por los gusanos cadavéricos de los grandes muertos vieneses sin darles tiempo para llegar a ser ellos mismos grandes vieneses. Algunos de estos pequeños vieneses aspiran a ser pequeños cantores de Viena y dan la vuelta al mundo cantando a Mozart. Pero la mayoría de los pequeños ciudadanos vieneses ni siquiera han tenido la oportunidad de ser pequeños cantores de Viena y arrastran sus pequeños cuerpos y sus rostros verduscos de gusanos vieneses desde su casa hasta la mesa del café próximo a su casa donde se reúnen con las últimas reseñas necrológicas.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando ante la aparición física de un auténtico vienés ataviado con pantalones de cuero cortos con peto ornamentado también de cuero y tirantes de cuero cruzados por la espalda además de una plumita de faisán en el sombrero de ala estrecha. Sólo un vienés puede enjaezarse de este modo. Ni siquiera Pansy sabría combinar tan bien los diversos arreos que tanto le gustaban. Pero tampoco en América los gusanos parecen gusanos. En América todo es distinto. Siendo ambos hoteles antiguos el hotel Domgasse de Viena y el hotel Algonquin de Nueva York no tienen nada en común. En el salón del hotel Domgasse hay un inmenso retrato del último rey de Hungría. En cambio que yo recuerde en el hotel Algonquin de Nueva York no hay ningún retrato de estas características. La diferencia es incluso mucho más notable si comparamos un hotel ultramoderno austriaco en los Alpes austriacos con un hotel ultramoderno americano en una playa de Florida. No tienen absolutamente nada que ver.

En un hotel de Miami perteneciente a la cadena de Mickey Rooney el único retrato que Juan recordaba haber visto en el vestíbulo era el retrato del actor Mickey Rooney pintado al óleo y eternamente juvenil.

También había pequeños retratos del director del hotel y del subdirector del hotel y del cocinero del hotel todos ellos enseñando unos dientes muy limpios. ¿Había por casualidad algo parecido a esto en un hotel austriaco ultramoderno alpino? En absoluto. En un hotel ultramoderno alpino de una cadena austriaca abundaban las cornamentas de venado y los cuadros de trineos tirados por perros con medio metro de lengua fuera.

Juan y Pansy pasaron un fin de semana en aquel hotel de Miami naturalmente acompañados por Diu Tsit. El hotel estaba lleno. El conserje les dijo que la primera noche sólo podía ofrecerles una habitación para los tres. Al día siguiente quedaría libre otra habitación aunque no en la misma planta. ¿Se quedaban o se iban? Pansy le preguntó a Diu Tsit si ella tenía algún inconveniente en dormir esa primera noche con ella y con Juan. Diu Tsit dijo que no. A ella no le importaba en absoluto dormir en la misma cama con su amiga y el marido de su amiga siendo una cama king size. Además el hotel era muy agradable. Los hoteles de Mickey Rooney son hoteles simpáticos y familiares como Mickey Rooney. Diu Tsit añadió que después de un día de deporte y sol caerían muertos en la cama y los tres dormirían como los niños de la Ciudad de los Muchachos de Mickey Rooney y Spencer Tracy. Así que se quedaron con aquella habitación que tenía vista al océano y una enorme cama king size con cuatro almohadas.

Juan pensó inmediatamente que Pansy ocuparía el centro de la cama y su amiga Diu Tsit se pondría al otro extremo. Eso era lo lógico. Durante todo el día Juan no podía apartar de su cabeza la idea de la primera noche que tenían que compartir la cama los tres aunque también sabía que esto sucede con frecuencia en los hoteles americanos. Pensó que primero se acostarían ellas sin quitarse las bragas o con un pijama. Y luego él se metería en la cama tal vez con el traje de baño. Se pondrían de lado. La china mirando a la pared de espaldas a Pansy. Pansy de cara a Juan. Y Juan de cara a Pansy o tal vez de espaldas a Pansy. Podrían dejar una pequeña luz de ambiente encendida durante toda la noche. O ninguna luz si les molestaba. Pero sin cerrar las cortinas del todo para que las luces exteriores del hotel iluminaran aunque fuera débilmente la habitación. Y al día siguiente a Diu Tsit le darían su habitación individual y Pansy y él conservarían esta habitación solamente para ellos dos.

De todas formas Juan estuvo preguntándole a lo largo de la tarde al conserje si se había producido la cancelación de alguna reserva y todavía esa primera noche podian disponer de la segunda habitación. Pero el hotel estaba totalmente lleno. La playa del hotel estaba a reventar. Las piscinas del hotel estaban saturadas. Las cafeterías del hotel estaban de bote en bote. Las pistas de tenis igual. Lo único menos congestionado era el jacuzzi.

Pansy y Diu Tsit se metieron en el jacuzzi mientras que Juan se tumbó en una hamaca a leer el periódico cerca de1 jacuzzi. Desde la hamaca observó a su mujer y a la amiga china de su mujer. Diu Tsit apenas tenía pechos. Tenía buena figura. Pero su cuerpo era muy parecido al de un muchacho deportista y musculoso. Con el pelo corto y mojado tal como la veía ahora en el jacuzzi Diu Tsit era un hombrecito ligeramente afeminado que podría tener éxito entre la mayoría de las mujeres. Sus facciones orientales y sus movimientos lánguidos resultaban atractivos. Al lado de todas aquellas americanas obesas y vulgares parecidas a Pansy Diu Tsit era una discreta modelo. Pocas mujeres de su edad conservaban aquellas piernas sin celulitis y bien torneadas. Aquel culito proporcionado y duro. Aquellos brazos fuertes y largos. Y aquel cuello exótico y sensual que en realidad era lo mejor de Diu Tsit. Se fijó en sus labios típicamente orientales y en la nariz muy pequeña. Trató de imaginar qué impresión le habría producido esa china sin saber que era Diu Tsit en el supuesto de que la hubiera visto ahora por primera vez en este mismo hotel. Trató de imaginar que su mujer tampoco estaba allí. Que estaban solos Diu Tsit y él exactamente como estaban ahora. Ella metida en el jacuzzi hasta la cintura con las piernas estiradas dentro del agua y los codos en el bordillo y él hojeando el periódico en la hamaca. ¿La habría deseado? ¿Habría continuado quieto o se habría metido en el jacuzzi para hablar con ella? ¿Qué le habría dicho? Le habría preguntado las cuatro cosas que se preguntan en estas ocasiones. Cuántos días iba a pasar en Miami. A qué se dedicaba. En qué ciudad vivía. Si vivía en Nueva York podrían verse una tarde y tomar una copa. Le daría su teléfono. Pero ¿qué pasaba luego? De pronto ya no acertaba a seguir. De nuevo Diu Tsit era otra vez la china amiga inseparable de Pansy que jugaba al pimpón con Pansy y era como la sombra de Pansy. Si una se metía en el jacuzzi la otra se metía en el jacuzzi. Si una movía los pies la otra también movía los pies. Si una se acercaba al chorro de agua a presión la otra la seguiría hasta allí. Las dos estaban ahora sometidas a las descargas de agua a presión. ¿En la espalda? No. Esas fuertes acometidas de agua que estaban recibiendo agarradas por los hombros no golpeaban sus espaldas sino más abajo. Las dos habían abierto ligeramente las piernas sumergidas en las burbujas del jacuzzi. Sus rostros delataban una ansiedad convulsa. Juan se alarmó. ¿Por qué Pansy se pasaba la lengua por los labios tan deprisa? ¿Por qué se hundía poco a poco como si perdiera fuerzas aunque intentaba no sumergirse? Diu Tsit cambió entonces de posición. Se colocó de espaldas. La chinita recogía directamente en su vientre la embestida del agua. No se andaba con rodeos. Juan sintió pánico. ¿Qué iba a hacer Pansy? Pansy continuaba igual pero su expresión ya era beatífica. De infinito agradecimiento.