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Se hizo a un lado porque prefería quedarse a un lado viéndolas devorarse. Oyéndolas gemir.

Después la jugadora china regresó a su sitio.

Por primera vez lo miró a él con los mismos ojos con los que estuvo mirando a la otra jugadora.

Le apretó la polla con ambas manos esperando que él le indicara cuál era el movimiento que tenía que hacer. Se lo aprendió enseguida. Era lista.

Entretanto la jugadora china dejó que él le acariciara los pechos y la cintura. Nada más.

Cuando él intentaba acariciarle cualquier otra parte del cuerpo la jugadora china retrocedía inmediatamente.

Sin saber por qué razón él le dijo un par de veces I love you pero ella le contestó I hate you con voz de odio.

Después oyó a la otra jugadora la única frase que dijo en toda la noche.

¡Apaga ese televisor que ya es hora de dormir!

A la mañana siguiente le despertaron las risas de Pansy y Diu Tsit.

Abrió los ojos. Las dos estaban sentadas en el suelo desnudas sobre sus toallas viendo la televisión.

Se reían porque el telepredicador Swaggart lloraba a moco tendido implorando el perdón de Dios.

¡He pecado! ¡He pecado! ¡He pecado!

Se daba fuertes golpes de pecho. Tan fuertes que las lágrimas y las gotas de sudor saltaban de su rostro como del rostro de un boxeador vapuleado con saña.

¿Qué le pasa a ese imbécil?

Entonces ellas le contaron que otro telepredicador había conseguido un vídeo en el que se veía a Swaggart en la habitación de un motel donde una prostituta acudía para masturbarse en presencia del telepredicador. El telepredicador la miraba y también se masturbaba sin acercarse a ella.

¡He ofendido a Dios!

¡Perdóname por haberte ofendido!

¡Hazme pagar mi culpa!

¡Castígame!

¡Déjame ciego!

¡Mudo!

¡Castígame Señor!

Pansy y Diu Tsit se revolcaban de risa. Algo así no se veía todos los domingos. Esto era divertidísimo. Mucho más que los dibujos animados. Más que una película de Woody Alien.

La puta entraba en el motel.

El telepredicador la esperaba tumbado en la cama.

La puta se quedaba rápidamente en cueros delante del pecador telepredicador en espera de recibir órdenes.

El telepredicador pecador le decía ¡mueve el culo!

La puta empezaba a mover el culo.

El telepredicador sacaba la lengua. Los ojos se le salían de las órbitas.

La puta daba saltos.

¡Hazte una paja!

La puta empezaba a hacerse una paja de pie en el centro de la habitación.

Y el telepecador empezaba a hacerse él mismo una paja tumbado en la cama con los ojos fijos en la puta que daba grandes saltos.

Luego pagaba.

La puta se vestía. La puta se largaba. Fin.

Diu Tsit tituló este porno duro Los amores secretos del telepredicador. Pansy prefería Sacromotel. Juan no dijo nada. En ese momento deseaba hacerse él mismo una paja delante de las dos jugadoras de pimpón y largarse de allí cuanto antes.

La mañana era muy húmeda y calurosa. Una mañana típica en Miami. Millones de americanos seguidores del telepredicador Swaggart estarían compungidos. Decepcionados. Asombrados. Millones de americanos seguidores del otro telepredicador se frotarían las manos satisfechos. El motel de Swaggart se haría famoso. Aparecería en la guía de moteles con encanto y pondrían una placa en la puerta.

Pero a Juan todo eso le traía sin cuidado.

Otra noche en el hotel de Mickey Rooney no la podría soportar.

Se levantó. Se vistió. Hizo a toda prisa su maleta sin cruzar una palabra con las jugadoras.

Ellas tampoco dijeron nada cuando le vieron marchar.

Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando un niño de 12 años se ahorcó en su casa de la cadena del váter. Estaba viendo la televisión. Justo a mitad de El honrado gremio del robo el niño se levantó. Se encerró en el cuarto de baño. Y se colgó.

Al cabo de media hora su padre fue a ver qué sucedía. ¿Cómo es que el niño se estaba perdiendo la otra mitad de la película?

Llamó a la puerta. Golpeó la puerta. Gritó. Gritó más. Forzó la puerta. Y ya se lo encontró muerto.

¿Por qué? ¿Por qué su niño se había matado?

Nadie se lo podía explicar.

La familia dijo que no existía ningún motivo. El niño había estado jugando con sus amigos hasta las cuatro de la tarde. Nadie había notado nada raro.

Pero el niño se ahorcó. El niño les recibió con los pies en alto y la lengua fuera.

Tenernos que ir acostumbrándonos a este tipo de sucesos. El mundo tampoco es un lugar adecuado para los niños. El suicidio de los niños debe ser contemplado como una de las manifestaciones más genuinas y espontáneas del suicidio en general. ¿Qué es el suicidio de un niño más que un suicidio anticipado? Sólo se trata de un suicidio precoz. Un suicidio envidiable. Modélico. Ejemplar. No hay que escandalizarse.

¿Qué existencia le espera a un niño de 12 años en un mundo como el nuestro?

No tiene por qué extrañarnos que a mitad de El honrado gremio del robo cualquier niño se cuelgue de la cadena del váter. Entre otras cosas la otra mitad de El honrado gremio del robo no le interesa lo más mínimo.

También otro niñito inglés de la misma edad que el español se ha colgado de la corbata del uniforme en el colegio donde estudiaba. Alguien vio colgado a un niño de la corbata y creyó que un niño no podía estar colgado de la corbata. Creyó que no era un niño sino un muñeco vestido de niño.

¿Hay tanta diferencia?

No creyó que se trataba de un verdadero niño verdaderamente ahorcado. Creyó que solamente era un uniforme colgado de una percha.

En parte tenía razón al creer eso.

Un uniforme colgado de una percha. Un niño dentro del uniforme con la lengua extendida sobre el nudo de la tradicional corbata a rayas.

Tarjeta postal de Inglaterra.

Otros niños matan a niños en lugar de matarse a sí mismos. Lo encuentran más apetecible. Y más fácil. Tenemos que acostumbrarnos a todas estas historias.

Pero en Viena escasean los niños. Los perros no asesinan. Ni se suicidan. En el café Hawelka hay viejos vieneses con los brazos en cruz sujetando los periódicos aunque lo normal es que estén prendidos por el clásico manubrio de los periódicos. A primera vista parece que vayan a tocar el organillo.

No existe gran diferencia entre el carnicero de Milwaukee acusado de 17 asesinatos seguidos de antropofagia y los centenares de víctimas mortales del sida que fueron infectadas por Tío Ed en Filadelfia. No existe gran diferencia entre el carnicero de Rostov culpable de 52 asesinatos también seguidos de antropofagia en Rusia y las matanzas carniceras de la banda terrorista ETA que desmiembra a un niño de dos años por ser hijo de un guardia civil. Tampoco hay diferencia entre todos éstos y la pareja de niños de 11 años Venables y Thompson de Liverpool que torturaron y liquidaron a pedradas a otro niño de dos años para divertirse un rato. La diferencia no está ni en la edad ni en el sexo ni en la raza ni en el país del asesino en cuestión. No existe apenas diferencia entre las personas ni sus métodos de matar. Ni siquiera entre la pena que les será impuesta cuando sean juzgados.

El carnicero de Milwaukee no morirá ejecutado en la silla eléctrica. Le aplastará la cabeza otro recluso en la cárcel de Wisconsin. Tío Ed morirá en una cama de una prisión federal devorado por el sida y sin intervención del verdugo.

El carnicero de Rostov ya fue eliminado de un tiro en la nuca.

En cuanto a los niños de Liverpool seguirán vivos quién sabe por cuánto tiempo aunque ya están más muertos y podridos que su desdichada víctima.