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Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando la llamada de Berta. Retraso indefinido.

Increíble. No sabes lo que ha pasado. No te lo puedes ni imaginar. Habíamos despegado a pesar de la huelga. Ya estábamos en el aire. Con mucho retraso pero por fin volábamos. Empiezan a servir las comidas. Reparten las primeras bandejas. Y ¿te puedes creer que había ratas? ¡Salían ratas de las bandejas! ¡Ratas en la comida! ¡Ratas por el avión! Imagínate la gente subida en los asientos. De pie en los asientos del avión. Un caos. Y cuando la gente ya empezaba a tranquilizarse dijeron que íbamos a volver. Atención por favor. En nombre del comandante les informamos que debido a un fallo técnico nos vemos obligados a hacer un aterrizaje forzoso en aproximadamente veinte minutos. Permanezcan sentados.

Manténganse en calma.

Las ratas son inofensivas.

Repito que mantengan la calma.

Pero era imposible mantener la calma. Nadie se creía nada. Tendrías que haberlo visto. Luego dijeron no fumen.

Aflójense el nudo de la corbata.

Desabróchense el cuello de la camisa.

Y que nos quitáramos todos los objetos cortantes y puntiagudos que lleváramos encima.

Lápices. Gafas.

Y los que lleven dentadura postiza que también se la quiten.

¿Te imaginas a la gente abriendo la boca y quitándose la dentadura postiza? No. No tiene ninguna gracia. La azafata también nos obligaba a quitarnos los zapatos de tacón. Fue horroroso. Y empezaron a recoger a toda prisa las cosas que no podíamos guardar en la bolsa. ¿Tú crees que eso era por las ratas? Eso era por alguna bomba. No lo dijeron pero cada cual se lo imaginaba. Esto ya no era un problema de ratas en el avión sino de una bomba en el avión. En seguida empezaron a repartir mantas y almohadas. Y siempre había uno hablando por el micrófono.

Junten las rodillas y pongan la manta y la almohada encima de las rodillas.

Dios mío. Me temblaban muchísimo las rodillas. No podía juntar las piernas. Pensaba en ti. En Viena. No quería pensar que igual ya no volvíamos a vernos nunca. Que esto podía ser el final. Y entonces vino lo peor. Dijeron que empujáramos el respaldo del asiento de delante y que nos abrazáramos a las rodillas. Que metiéramos la cabeza entre las rodillas. Sin movernos. Sin mirar ni siquiera cuando notáramos el impacto. Iba a haber un impacto. Apoyen la cabeza sobre la manta.

Apoyen todos la cabeza sobre la manta.

No miren cuando se produzca el impacto.

Y entonces se puso el comandante. Casi no se le entendía. Dijo que habría varios impactos hasta que el avión se parase del todo. No se muevan hasta que el avión haya parado del todo.

Cuando el avión haya parado completamente se desabrocharán los cinturones y se dirigirán a las salidas que indique la tripulación. ¡Suerte!

Al final hubo suerte.

Al final dice Berta que fueron dándose porrazos por la pista sin ver nada hasta que otra azafata gritó ¡esto es una emergencia! señalando las salidas de emergencia para que todos saltaran del avión.

No quiere volver a subir a otro avión. Le he dicho que debe subir en el primer avión que encuentre plaza. Lo antes posible. No por mí sino por ella. Antes de que el pánico se adueñe completamente de la situación. Pero está demasiado aterrorizada. Repite que el vuelo lleva un retraso indefinido. Se va a casa a tomarse un somnífero. A dormir. Si es que puede dormir. Dentro de unas horas llamará.

Esto no es igual que en Nueva York.

Ratas a bordo.

La dentadura postiza.

Rata de primera clase.

Rata de clase preferente.

Rata de clase turista.

¿Vendrá a Viena?

Cuando el director de Damas y Caballeros venía a Nueva York se alojaba en el Algonquin. Le llamaba por teléfono.

Juan ya estoy aquí. Juan te espero a cenar.

Y Juan acudía al hotel. Tomaban una copa en el salón de los timbres atornillados a las mesas y el director le preguntaba qué tal iban las cosas por aquí y quién creía él que iba a ganar las próximas elecciones. ¿Los republicanos? ¿Los demócratas? Luego hablaban del trabajo.

¿Has pensado en un tema que sacuda a la opinión pública? Una historia muy fuerte. Dale vueltas. ¿Qué te parece el reportaje de un condenado a muerte? Eso tiene pegada. Podríamos arrancar en primera página y volver a la primera página la víspera de la ejecución. Ese día haríamos un gran despliegue. Pero hay que asegurarse de que lo ejecutan. Si se aplaza la ejecución pinchamos. Que eso no falle. Si eso falla y no se lo cargan por la razón que sea es preferible no meterse en esa historia.

Luego pasaban a cenar al restorán del Algonquin donde un camarero ligeramente jorobado se acercaba como un cebú tirando del carro del asado. El director le preguntaba al camarero lo mismo que le preguntaba a Juan. ¿Quién ganará las próximas elecciones? ¿Los demócratas? ¿Los republicanos?

Juan le prestó poca atención. Recordaba la primera noche que cenó con Berta en este mismo lugar. Su mesa estaba ahora vacía. Berta había ido a verle a Nueva York después de muchos años sin saber nada el uno del otro y recordaba que cuando acabaron de cenar subieron a la habitación que por cierto no era de las mejores del hotel. Le costó abrir la puerta. Estaba muy nervioso. Los dos estaban nerviosos. Estaban muy emocionados. Se quitaban atropelladamente la palabra. Igual que luego se quitaron muy deprisa la ropa. Demasiado deprisa. Y se metieron en la cama del Algonquin que hacía ruidos de cama antigua. La primera vez que se acostaban juntos. La primera vez que se veían desnudos. La primera vez que se acariciaban todo el cuerpo.

Pero el director de Damas y Caballeros seguía haciéndole preguntas imbéciles y repetía esas preguntas sin darse cuenta de que ya las había hecho más de una vez. El alcohol le iba haciendo perder la compostura.

¡Tienes que hacer lo del condenado a muerte! ¡Y pronto joder! ¡Parece mentira que no se te haya ocurrido antes! ¡Has de meterte en el corredor de la muerte! ¡Y contar cómo cono es eso! ¡En este país matan a un negro cada quince días!

Apartó su copa de vino y pidió un whisky.

Un negro. ¿Será negro verdad? Elegiremos un negro.

El camarero jorobado le puso el plato con la carne a la parrilla. El director acercó la nariz para aspirar su aroma.

Y conviene que sea en la silla eléctrica. Es el tipo de ejecución más americano. El más tradicional. Porque la inyección letal es bastante menos impresionante. Y no digamos la cámara de gas. Mucha gente se muere en sus casas por culpa de una intoxicación de gas. Al gas le falta morbo. En cambio la silla eléctrica sigue siendo el procedimiento más brutal y al parecer el más utilizado. Decididamente nos conviene un negro y la silla eléctrica.

El director empezaba a tropezar con las palabras. Se dio cuenta. No era tonto. Acabó la bebida de un trago y se puso de pie. Luego abrazó a Juan frente al ascensor. Mantenía con dificultad el equilibrio. Le deseó suerte con la historia de la ejecución de un negro en la silla eléctrica.

Negro y silla eléctrica. Y que no haya la menor duda de que se lo cargan. ¿De acuerdo?

Desapareció sonriente y patético hacia su habitación.

De vuelta a casa recordaba Juan el día que fue contratado por el director. Su primera visita a Damas y Caballeros. Aquel edificio clásico de cuatro alturas en el centro de Madrid. La bandera española ondeaba sobre las iniciales del periódico esculpidas en piedra entre los dos balcones del primer piso. Al otro lado de esos balcones estaba el despacho del director forrado de madera oscura. Al final de la escalera de mármol las mismas iniciales D v M se repetían en las vidrieras y en las puertas de caoba así como en las mesas de nogal de los ordenanzas y en los cuellos de los uniformes de los ordenanzas y de los botones. En todas partes aparecían la D de Damas y la C de Caballeros recordando a todas horas y a todo el mundo el histórico nombre del periódico más antiguo de España fundado por un antepasado del actual director. De espaldas a aquellos dos balcones se situaba la descomunal mesa del director con una batería de teléfonos. El sillón frailuno del director con un cenicero. El tresillo de cuero del director. Otra gran bandera española especial para el director. Y el busto de bronce del fundador del periódico rodeado de macetas con geranios.