– ¿Está ocupado este asiento? -preguntó volviéndose rápidamente.
No quería que él la viera mirándolo embobada como una adolescente con las hormonas al galope.
La silla era para niños y, cuando se sentó, las rodillas le llegaron a la barbilla. Sus vecinas le pasaron un programa de las carreras y empezaron a charlar entre ellas.
Mientras recorría con la cámara los rostros de los padres, Fitz se encontró de repente con el de Brooke. Su cara risueña llenó toda la pantalla. Se estaba riendo de algo que le decía la mujer que tenía sentada al lado y toda la gente de alrededor lo estaba haciendo también. ¿Qué tenía ella que hacía que la gente creyera que era tan agradable?
¿Qué dirían si les contara cómo era en realidad, que había tenido que convencerla de que tener un hijo no era el fin del mundo?
Mientras la miraba, recordaba lo joven que era y lo asustada que estaba entonces.
Y lo muy vulnerable que parecía y lo mucho que había tenido que cuidarla durante el embarazo.
Para luego, una hora después de dar a luz y con su hija tumbada al lado, Brooke le dijo que la iba a dar en adopción.
El había estado seguro entonces de que se iba a arrepentir de ello. De que, al cabo de semanas, meses, ella querría volverse atrás. Incluso le había suplicado que se casara con él. Lo había hecho casi todo para conservar a su hija. Brooke lo vio y se aprovechó de ello. Bajo ese encantador exterior había la mujer más dura que él había conocido en su vida.
Y, cuando ella había tenido todo lo que había querido y había firmado los papeles que hacían que Lucy fuera de él, le dijo que estaba loco. Tal vez lo estuviera entonces, pero ocho años de amar a Lucy, de verla crecer, lo habían afianzado en sus creencias. Hacía ocho años él no había tenido ni idea de cómo iba a cambiar su vida, de la responsabilidad que estaba aceptando. Ahora lo sabía y no había nada que pudiera hacer para conservar a Lucy. Nada.
– ¿Tú eres la madre de Lucy?
Bronte sostuvo la taza y el plato con una mano mientras sacaba la cartera y, de ella, un billete de diez libras.
– Sí -dijo mientras pagaba el número de la rifa.
Era por eso por lo que Lucy había querido que fuera, para que todo el mundo supiera que no había mentido.
– Pero Fitz y tú no estáis…
– ¿Casados? -dijo Fitz desde detrás de ella, sorprendiéndola-. Brooke considera anticuado el matrimonio. Por lo menos, así era antes. ¿Has cambiado de opinión al respecto, querida?
Decidida a seguir en su papel de Brooke, ella pensó que, lo mejor era una respuesta a su estilo.
– ¿Es eso una propuesta de matrimonio, querido?
Fitz se quedó en silencio por un momento, luego él se encogió de hombros y le dijo:
– La oferta sigue en pie.
¿Le había pedido a Brooke que se casara con él? -¿Mamá?
Bronte se volvió al oír la voz de Lucy. Por supuesto que él se lo había pedido. Tenían una hija. Una a la que él había querido aunque su hermana tuviera otros planes.
– Mamá, ¿puedes venir a saludar a Josie? es mi mejor amiga y quiere conocerte.
Bronte miró hacia donde otra niña estaba esperando tímidamente.
– Por supuesto que voy, querida -dijo pasando entre los boquiabiertos adultos que la rodeaban-. Por favor, discúlpenme.
Tomó la mano de Lucy y la siguió.
Fitz la miró deseando ir con ellas, tirarse con ella en la hierba al lado de las dos niñas, unirse a sus risas. La madrastra embarazada de Josie, junto con su hijo pequeño, sí que se unió a ellas. Brooke tomó en brazos al niño y lo acunó con el rostro brillándole de alegría. Dejó la taza de Brooke y se alejó mientras metía una nueva cinta en la cámara. Los dedos le temblaban. Había tenido que pedirle que se casara con él delante de un montón de desconocidos… ¿Por qué había hecho semejante cosa? Era ridículo. Se estaba buscando problemas. Eso aún suponiendo que a ella le interesara.
¿Y por qué le iba a interesar? Pero por Lucy él no debería haberlo pensando ni por un momento, ni ahora ni entonces.
Pensó que esa mujer debería llevar un cartel de advertencia grabado en la frente, para que los incautos como él se mantuvieran alejados. Junto con esa cicatriz. Ella le había dado a entender que era de un accidente infantil, pero era curioso que él no la recordara. Y creía que lo recordaba todo de ella.
Tomó la cámara y fue filmando por todo el campo, tratando de acallar los sentimientos que lo embargaban, pero sin conseguirlo… La forma en que estaba evitando apuntar la cámara hacia Brooke lo demostraba.
– ¿Fitz?
Se volvió cuando Claire Graham se acercó a él.
– ¿Crees que la señorita Lawrence podría presentar los premios de esta tarde?
Él se encogió de hombros.
– ¿Por qué no se lo preguntas a ella?
– Bueno, tú dijiste que era una visita privada y no quisiera avergonzarla.
El se guardó la respuesta que le iba a salir, que a Brooke no había manera de avergonzarla. Por lo menos eso había pensado siempre, pero aún así, se había ruborizado cuando le recordó las semanas que habían pasado en la cama. Tal vez, sólo tal vez, se sentía un poco culpable después de todo.
– Estoy seguro de que Brooke estará encantada de presentar los premios, Claire, pero creo que deberías pedírselo tú.
Claire lo miró compasivamente.
– ¿Te resulta tan difícil?
– ¿Qué? Lo siento, Claire. ¿Se me nota tanto?
Ella le puso una mano en el brazo.
– Piensa en Lucy, Fitz, en lo feliz que es.
– Espero que esto no sea temporal.
– No tiene que serlo. Sois adultos y podéis hacer algo al respecto si queréis.
– Seguramente tengas razón, Claire.
¿Pero qué? Vio a Brooke ponerse en pie cuando se le acercó Claire.
Bueno, tal vez se estuviera preocupando por nada. Seguramente ella se marcharía pronto y seguiría con sus reportajes y libros sin pensar más en Lucy. Y, si no había pensado en ella en ocho años, ¿por qué iba a empezar a hacerlo ahora?
Porque ahora que había conocido a Lucy podría pensar en ella todo el tiempo. No iba a poder evitarlo.
Entonces empezó la segunda mitad del programa de la tarde y él estuvo demasiado ocupado filmando como para seguir pensando en esas cosas.
Luego, cuando vio en acción a su hija, decidió que, en vez de mantener a distancia a Brooke, debería estar empleando ese tiempo en hacer las paces con ella de alguna manera. Si podían ser amigos, cualquier cosa era posible.
– ¿Brooke?
Por un momento ella no pareció oírle. Repitió su nombre y ella se volvió repentinamente hacia él.
– Fitz, lo siento, estaba muy lejos de aquí -dijo ella sonriendo-. ¿No es maravillosa?
– ¿Lucy? Siempre lo he pensado -dijo él ofreciéndole la mano-. ¿Por qué no vamos los dos a decírselo? Ella dudó por un momento y luego, casi tímidamente, tomó esa mano y él la ayudó a levantarse. Luego no la soltó y siguieron andando de la mano.
– Has hecho un trabajo maravilloso, Fitz. ¿O es que has tenido una niñera fabulosa que haya hecho el trabajo duro?
– No me podía permitir tener una. Hasta que empecé a recibir dinero de las series de televisión tuve que vivir de todos los trabajos como freelance que pude conseguir. Más tarde, bueno, puede contratar a una mujer para que limpiara, para que estuviera en casa cuando yo no pudiera. Nada más.
– Gracias, Fitz.
Él se detuvo y la miró fijamente, entonces ella añadió:
– Gracias por hacerla feliz.
Ella parpadeó rápidamente, pero no lo suficiente como para detener una lágrima. Él la vio formarse en la esquina del ojo. Por un momento pensó que ella la iba a controlar, pero entonces le resbaló por la mejilla y, sin pensarlo, levantó una mano y se la enjugó. Una lágrima. La había visto enfadada, deprimida, dolorida, pero nunca la había visto llorar. Ni una sola vez. Tal vez fuera por eso por lo que la rodeó con un brazo, ofreciéndole un momento de consuelo por todos los años perdidos.