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– Me sentaré con Lucy -dijo.

Sin decir nada, él se volvió y le abrió la otra puerta. Mientras ella se instalaba, no dejó de mirarla.

Mientras se dirigían al pueblo, Lucy le dijo:

– ¿Puedo escribirte? Tú no tienes que contestarme.

– Eso me encantaría.

La verdad era que no habría nada mejor que una carta de Lucy para mostrarle a Brooke lo que se estaba perdiendo.

– ¿Y te puedo llamar? ¡Por favor!

Bron no tenía nada más para escribir que el sobre de la carta de Lucy. Así que le escribió allí el número y se lo pasó.

– Primero se lo tienes que preguntar a tu padre -le dijo.

– Lo haré.

Una vez en la estación, Bron le dio un beso a Lucy y, una vez fuera, ella le dijo por la ventanilla:

– No te olvides de lo de pasar las vacaciones con nosotros.

– No lo olvidaré.

Fitz la acompañó al interior de la estación.

– Te llamaré para lo de Francia -dijo.

– Dame unos días.

– Te daría toda la eternidad si pensara que iba a servir para algo.

Luego, mientras ella trataba de decir algo, él le enjugó una lágrima que se le había escapado y le corría por la mejilla.

– Esto se está volviendo un hábito -dijo-. Cuídate, Brooke.

Luego le dio un beso en la mejilla.

– Trata de venir con nosotros a Francia si puedes -le dijo él al despedirse.

No esperó su respuesta y se volvió al coche, alejándose antes de que ella pudiera hacer otra cosa que despedirse con la mano.

Por fin, cuando se volvió, le llegó claramente la voz de Lucy:

– ¡Te quiero, mamá!

Se volvió enseguida de nuevo, Fitz se había detenido delante de la puerta de la estación y Lucy se había asomado por la ventanilla mientras gritaba frenéticamente:

– ¡Te quiero!

Bron se quedó helada, incapaz de moverse, de decir nada.

Cuando el coche se alejó por fin, murmuró:

– Yo también te quiero a ti. Os quiero a los dos.

Luego se volvió de nuevo y compró su billete. Desgraciadamente, tuvo que esperar unos diez minutos y la gente no dejaba de mirarla. Respiró profundamente para que no se le escapara de nuevo alguna lágrima y se compró un cuaderno en el kiosco de prensa.

Pensó que no estaría mal escribir al menos algunas ideas de cómo iba a pasar el resto de su vida mientras llegaba a su casa.

Planear su futuro podía evitar que pensara en el hecho de que, probablemente, nunca volvería a ver a Lucy. Pero no tenía ninguna esperanza de quitarse del pensamiento a Fitz.

Capítulo 7

El teléfono estaba sonando cuando Bronte llegó delante de la puerta de su casa. Por fin logró encontrar la llave y corrió al teléfono, pero ya había dejado de sonar. Se encogió de hombros, era demasiado pronto como para que la llamaran Lucy o Fitz.

Dejó el bolso y la chaqueta de su hermana sobre una silla y se dejó caer en uno de los sillones mientras se preguntaba qué iba a hacer con su vida. El cuaderno que había comprado en la estación seguía vacío, ya que sólo había podido pensar en dos cosas durante todo el viaje. En Lucy y en Fitz. Hasta que no solucionara todos los problemas que había causado con esa suplantación, ¿cómo iba a poder pensar en su propia vida?

Mientras tanto, lo que necesitaba era un baño caliente para librarse de Brooke, de su olor y su maquillaje. Ya no era la Bron que se había pasado la primera parte de su vida cuidando de su madre y, no tenía la menor intención de pasarse el resto siendo Brooke Lawrence. Tenía que darle una oportunidad a Bronte Lawrence.

Bostezó ampliamente y entonces el teléfono empezó a sonar de nuevo, haciéndola dar un salto. -¿Brooke?

– ¿Fitz? ¿Pasa algo? -preguntó alarmada.

– No. Sólo llamaba para asegurarme de que habías llegado bien a casa.

Parecía como si a él le importara. Bueno, podría ser, quería algo de ella, algo que no le podía dar.

– Soy muy capaz de tomar un tren sin que nadie me lleve de la mano.

– Ya lo sé. Era sólo…

¿Sólo qué?

– ¿Me has llamado tú hace unos cinco minutos? -le preguntó para que él no se lo dijera.

– No. Brooke, ¿te pensarás por lo menos lo de venir a Francia? Por favor, sólo por Lucy.

Ella rogó en silencio porque se lo pidiera, porque le pidiera que fuera por él.

– Ya te llamaré, Fitz. Buenas noches.

Luego colgó antes de que se le escapara contarle sus sentimientos. Después de todo, él estaba tratando sólo con una imagen de su hermana. Esas palabras de él no estaban dirigidas a ella y se negaba a oír la voz interna que le decía que fuera con ellos, que aceptara todo lo que esa semana le pudiera ofrecer y que él nunca sabría que ella no era Brooke.

Pero ya había cometido bastantes errores en las últimas veinticuatro horas como para cometer ése, además.

Al día siguiente llamaría a la oficina de Brooke, averiguaría cuándo volvería ella y trataría de pensar en cómo le iba a explicar a su hermana lo que había hecho, más aún, cómo la iba a convencer para que siguiera en el punto donde ella lo había dejado todo. Evidentemente, Fitz seguía enamorado de ella, por pocas ganas que él tuviera de admitirlo.

Fitz colgó. No estaba seguro de por qué había llamado, sólo de que no se podía quitar de la cabeza a Brooke. Y eso que le había dicho de que fuera con ellos a Francia tenía menos que ver con los deseos de Lucy que con los suyos.

Se sirvió un whisky con manos temblorosas.

¿Por qué?

No era lujuria lo que sentía. Eso no perduraba. No había durado ni cinco minutos cuando descubrió la verdad. Aquello era algo completamente diferente, algo que ocupaba todo en él. Su mente, su corazón…

Le dio un trago al whisky, pero eso no embotó el dolor de corazón que sentía, no sólo por Lucy, sino por él mismo.

Había visto a Brooke ese día con Lucy y había visto a una mujer nueva, alguien muy distinta a la chica que, en los dolores del parto, le había dejado marcas de las uñas en las manos que le habían durado semanas; esa chica que lo había maldecido a él y a todos los hombres por hacerla pasar por aquella tortura.

Se llevó la copa a su habitación y allí vio que la bombilla del techo se había fundido. Tenía de repuesto, pero se quedó allí donde estaba, muy quieto, en la oscuridad, oliendo el aroma que quedaba de ella. Abrió los ojos y suspiró. Se estaba comportando como un hombre loco de amor, se estaba comportando como un idiota. Debía estar agradecido porque ella se comportara exactamente como había predicho. Pero no del todo. Aquello no había sido una actuación. Ella se había comportado como si realmente amara a Lucy. Y no había visto en su mirada nada de la ironía que se había imaginado, sino algo completamente diferente, algo que le había llegado tan hondo que le dolía.

Detuvo allí mismo sus pensamientos y se dirigió a la habitación de Lucy. La niña estaba dormida y seguía llevando en el cuello el colgante de Brooke.

Se lo quitó y lo mantuvo un momento en la mano para luego llevárselo a la mejilla.

Nada. Bueno, ¿qué se había esperado? ¿Una coral de Bach? ¿Un trueno? ¿Un orgasmo instantáneo?

Enfadado consigo mismo, dejó el colgante en la mesilla de Lucy, al lado del sobre donde ella había escrito su dirección y teléfono.

Se dirigió a su cuarto de baño y, mirándose al espejo, se dijo a sí mismo que, una vez tonto, siempre tonto, antes de que el vaso de whisky, húmedo, se le deslizara entre los dedos y fuera a romperse en la pila.

Lo miró por un momento y luego se echó a reír.