Entonces él recordó el sobre que Lucy tenía junto a la cama. -Si lo haces se preocupará, querida. Ya la llamaremos cuando estés en casa y se lo puedas contar todo.
– ¿Señorita Lawrence? -dijo una voz de mujer desconocida-. Soy la jefa de enfermeras del Hospital General de Bramhill. Lucy me ha pedido que la llame…
– ¿Lucy? -preguntó ella asustada-. Dígame…
– La han traído hace una media hora. Ha sufrido un pequeño accidente…
– ¿Qué clase de accidente? ¿Está malherida? ¿Está Fitz con ella?
– El señor Fitzpatrick se ha ido a casa.
¿Cómo que se había ido a casa dejándola sola en el hospital asustada y herida?
– Creo que no quería que Lucy la preocupara a usted -continuó la enfermera-, pero ella estaba desesperada y me ha pedido que la llame. Además, yo estaba segura de que usted querría saberlo. La vi ayer, ya sabe, en el colegio…
– Por supuesto que quiero saberlo. Voy ahora mismo.
– Está en la sala cinco. En la primera planta.
Bronte corrió a su dormitorio, se puso los pantalones de Brooke que había dejado allí y el jersey de seda. Ni se peinó. Incluso ni se ató las botas. Tomó el bolso de cuero que había usado el día anterior pero que no había vaciado, las llaves de su coche, y salió corriendo hacia el garaje.
Una vez dentro de su viejo Mini, trató de arrancar, pero el coche se negó a hacerlo. Lo intentó tres veces más, pero sin éxito. Entonces miró el precioso e inmaculado Jaguar rojo que su hermana había dejado allí y, sin tener en cuenta lo que Brooke se podía enfadar si se enteraba de que se lo había llevado, volvió a la casa, tomó las llaves del coche y, en un momento de inspiración, después de pisarse los cordones y casi caer al suelo, se los ató y subió a por Proto. Como si eso la hubiera tranquilizado, se cambió de ropa y metió el cepillo de dientes en la bolsa.
Cuando metió la llave y arrancó, el Jaguar respondió inmediatamente con el bronco sonido de sus doce cilindros, lo sacó del garaje y, ya en la calle, aceleró.
Por suerte había poco tráfico, porque aquello no era precisamente su cochecito, así que llegó a Bramhill en menos de una hora, aparcó sin pensárselo en un sitio libre en el hospital y salió corriendo.
Le dijo al guarda de seguridad que iba a la sala cinco.
– Tiene que firmar aquí -dijo el hombre-. Ya sabe, cuestión de seguridad.
– ¿De verdad?
Ella vio entonces la cantidad de gente que entraba y salía sin problemas por la puerta principal. Entonces vio la sonrisa del hombre y cayó en la cuenta. Ése no era el momento más adecuado para andarse con tonterías con los autógrafos.
– ¿Cómo se llama? -Gerry Marshall.
Ella tomó el cuaderno que le ofrecía y escribió:
Para Gerry Marshall, que cuida de la seguridad de Lucy.
Brooke Lawrence.
– Y ahora, ¿me indica el camino, por favor?
El sonrió y lo hizo. Ella se lo agradeció y, siendo consciente de repente de la forma en que todos la miraban, trató de no correr.
– ¡Mamá!
Lucy la vio nada más entrar en la pequeña sala. Se sentó en la cama e hizo un gesto de dolor. Fitz, que estaba de espaldas a la puerta, se giró y, por un momento, sólo por un momento, sus ojos lo traicionaron y se pudo ver que se alegraba de que ella hubiera ido.
Cuando habló lo hizo más controladamente.
– ¡Brooke! ¿Qué estás haciendo tú aquí?
– Yo también me alegro de verte -murmuró ella cuando pasó a su lado.
Luego se inclinó sobre Lucy y le dio un beso en la mejilla antes de apartarle el cabello y ver los puntos que le habían dado.
Durante el camino había pensado de todo.
– Hola, chica. Parece como si hubieras estado en la guerra.
– Resbalé. Iba corriendo por el borde de la piscina… ya lo sé. Papá siempre me está diciendo que no lo haga, pero Josie me dijo que fuéramos a tomar una hamburguesa con ellos y… Bueno, ya sabes… Eso lo dijo como si ambas compartieran una especie de secreto especial.
– Sí, querida, lo sé.
Y era cierto. Tenían las cicatrices que lo probaban. Le tomó la mano y se sentó en la cama a su lado.
– Pero ya ves lo que ha pasado, ¿verdad? Como no has hecho lo que te dice tu padre, te has perdido esa hamburguesa.
Lucy sonrió.
– Que tonta, ¿no?
Fitz pareció atragantarse, pero Bron no se atrevió a mirarlo.
– Sí -dijo-. Mira, te he traído a alguien que quiere verte. Pensó que podrías querer un poco de compañía.
Entonces sacó a Proto de la bolsa y lo dejó sobre la cama.
Lucy lo abrazó y lo dejó a su lado.
Entonces una enfermera se asomó por la puerta.
– ¿Qué es todo esto? ¿Risas? Se supone que deberías estar descansando, jovencita -dijo.
– Ha venido mi mamá.
Bron vio que era la jefa de enfermeras que la había llamado y le hizo una seña para indicarle que se lo agradecía.
– ¿Lo ha hecho? Bueno, he de tomarte la temperatura, así que, mientras lo hago, ¿por qué no dejas que tú mamá y tu papá salgan a tomarse un café? Es en el pasillo. Sírvanse ustedes mismos. Cuando Bron iba a salir, se volvió a Lucy y le dijo:
– Ahora mismo volvemos. No te vayas.
Lucy se rió y Fitz no dijo nada. En el pasillo se sirvieron los cafés de la máquina y ella le dijo.
– Le dio mi número a una de las enfermeras y le pidió que me llamara.
– ¿Sólo eso?
– Me dijeron que tú te habías ido a casa…
– ¿Y tú pensaste que lo mejor era venir corriendo al lado de tu hija abandonada?
– ¡No…! Bueno, sí -respondió ella encogiéndose de hombros y sin mirarlo a la cara.
– Sólo fui a recoger su pijama, Brooke. No estuve fuera más de media hora.
– Lo siento. Debería haberme dado cuenta de ello, pero me entró el pánico. ¿Le han hecho una radiografía?
– Sólo por precaución, pero no tiene nada. Bueno, pero tal vez sí el suelo de la piscina… Sólo quieren tenerla aquí ésta noche para asegurarse. Tal vez esto la enseñará a tener más cuidado en el futuro. ¿Cómo has llegado tan rápidamente? No en tren…
– En coche.
Él miró su reloj y levantó las cejas.
– ¿Y el coche sigue entero?
– Está bien. Ni un arañazo.
Y eso era cierto, pero todavía tenía que devolverlo en el mismo estado. Y cuanto antes volviera a casa, mejor.
– No quiero ser una molestia, Fitz. Voy a despedirme de Lucy y me voy.
– No lo hagas. No he querido estar tan a la defensiva. Ha sido muy amable por tu padre venir aquí. De verdad. Debes tener muchas cosas que arreglar con lo de tu madre…
– No, la verdad…
– No, bueno, supongo que tienes mucha gente que te ayude. ¿Y la familia? ¿Hay alguien más?
Ella lo miró entonces. Fitz también estaba mirando fijamente su café.
«Díselo ahora», pensó.
– Tengo una hermana.
– ¿Sí? No lo sabía.
– Bronte. Se llama Bronte.
– ¿Bronte?
Entonces él la miró tan fijamente que casi le hizo daño. El vaso de papel se desintegró entre sus dedos, derramando todo el café en el suelo, por los bonitos pantalones de Brooke.
El tomó el vaso de su mano, tomó su húmeda y temblorosa mano y le dijo sin soltarla:
– ¿Te has quemado?
Ella agitó la cabeza. Si la estuvieran desollando viva tampoco lo notaría.
– Será mejor que vaya a buscar a alguien… a lavarme…
Pero él no la soltó.
– ¿Vas a quedarte esta noche?
El corazón le dio otro salto a ella. Le resultaba difícil respirar, así que hablar…
– ¿Vas a quedarte para llevar mañana a casa a Lucy?
– Lucy te tiene a ti. No me necesita.
– Sí, te necesita. Por eso le dijo a la enfermera que te llamara. Debe haber memorizado tu número.
¿Porque pensaba que él le podría quitar ese trozo de papel? ¿Porque sabía que él no iba a llamar?
– Yo le dije que mejor esperábamos a que estuviera en casa para que no te preocuparas -añadió.