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– Sólo si no quieres jugar. Pero quieres hacerlo, ¿no es así, Bronte?

– Sí… -dijo ella y asintió para asegurarse de que él la había entendido-. Por lo menos… ¿Cómo lo has sabido?

– Brooke no se ruborizaba nunca.

Y, ante esas palabras, Bron se ruborizó inmediatamente.

– Ella tenía unas rodillas exquisitas. Y no tenía esa cicatriz en la ceja. Además de que no aprobó a la primera el examen de conducir. Me lo dijo ella misma.

– Oh -dijo ella respirando con dificultad-. Bueno, por lo menos ahora que los dos sabemos quienes somos…

– ¿Sí?

– ¿Podríamos ir a un lugar más cómodo?

Él sonrió de nuevo.

– ¿A dónde quieres?

Entonces ella pensó en la hermosa cama antigua de él, pero no podía decir eso. Pero no tuvo que decir nada, era como si Fitz le pudiera leer el pensamiento.

– ¿Qué le vamos a decir a Lucy? -dijo Bron de repente mientras volvían al hospital como dos adolescentes sintiéndose culpables por haberse olvidado del tiempo y llegaban tarde a casa.

– Nada. Sigue con tu plan original, Bronte. Pon alguna excusa a lo de Francia y luego vuelve como tú misma. Eso era lo que habías pensado, ¿no?

No había habido tiempo para hablar ni pensar. Ni siquiera para cenar. Sólo había habido la acuciante necesidad de conocerse el uno al otro, de sentir el calor de la piel contra piel. Pero, al parecer, las palabras eran innecesarias.

– Si tú apareces en Francia y le dices que Brooke te ha pedido que vayas en su lugar, ella…

– Se enfadará mucho.

– No por mucho tiempo. Ya la has oído, Bron. Ella te ama. Puedes tener un nombre distinto, pero sigues siendo la misma persona, así que no podrá evitar amarte de nuevo.

– ¿Sabes que llevas la camisa al revés?

Él se soltó el cinturón de seguridad entonces.

– No, pero ya que lo dices, me la colocaré, si me ayudas.

Ella se rió y lo rodeó con los brazos, tiró de la camisa y se la sacó por la cabeza.

– Por Dios, mujer, ¿qué haces? Estamos en un aparcamiento público.

– Si entras ahí con la camisa así, todo el mundo sabrá lo que he estado haciendo -dijo ella dejando de reír-. No podemos empezar con una mentira, Fitz. Tenemos que contarle la verdad.

– No sabes lo que me estás pidiendo. No sabes…

Ella le puso una mano en la boca.

– Sí. Lo sé. Yo hice esto, no tú, y yo se lo contaré. Tú eres el ancla de su vida, debe poder confiar en ti y tú no puedes fallar a esa confianza.

– Yo quiero que ella te ame, que confíe en ti.

– Y yo, pero me lo tengo que ganar, Fitz. Por mí misma.

– ¿Estás segura?

– Nunca he estado más segura de nada en mi vida. Vamos. -Bron se inclinó sobre él, le dio un beso y fue a salir-. Se estará preguntando qué nos ha pasado.

– No es la única -dijo él poniéndose de nuevo la camisa-. Quédate aquí. Yo te ayudaré a bajar.

Ella esperó, no porque necesitara su ayuda, sino por el placer de sentir sus manos alrededor de la cintura.

Al cabo de un momento, él lo hizo y ella se agarró a su cuerpo.

– Todo irá bien, Bronte, lo entenderá -le dijo él cuando ya estuvieron fuera.

– ¿Seguro? -dijo ella tratando de sentir lo que sentiría si fuera Lucy-. Espero que tengas razón.

– Confía en mí. Toma, sujeta esto mientras yo cargo con la televisión.

Ella tomó el carrito en que habían metido todo lo que Lucy les había pedido. -¿Qué ha pasado con eso de nada de televisión por esta noche?

– Me he sentido culpable. No he podido soportar imaginármela en el hospital sin poder ver los dibujos animados de la mañana mientras nosotros estamos en casa divirtiéndonos.

Ella volvió a ruborizarse.

– Yo he venido para quedarme con ella, Fitz.

– ¿Sí? ¿Y quién se está sintiendo culpable ahora?

Bron no quiso responder, así que Fitz añadió:

– Entiendo. En eso soy un experto. Viene con la paternidad. Lo empiezas a sentir desde el principio. No me di cuenta de lo mucho que te afecta hasta que me encontré a mí mismo pensando en cómo podía convencer a tu hermana para que se casara conmigo y así Lucy pudiera tener lo que deseaba…

– Ya le habías pedido antes que se casara contigo -dijo ella de repente, temiendo mirarlo a los ojos.

Pero él le puso un dedo bajo la barbilla y la obligo a mirarlo.

– Se lo pedí por Lucy y ella se rió, pero cuando repetí ayer la oferta, tú no te reíste, sólo pareciste muy sorprendida. Si yo no hubiera estado tan idiota, me habría dado cuenta de que tú no podías ser Brooke. Ella nunca habría ido a la fiesta de un colegio sólo para hacer feliz a una niña. Nunca fue tan amable y generosa.

– Pero tú la amenazaste.

– ¿Fue por eso por lo que tú viniste, Bronte? ¿Para proteger el buen nombre de tu hermana? -dijo él riendo-. ¿De verdad te crees que a ella le hubiera importado cualquier amenaza que yo le hubiera dirigido? Me conoce demasiado bien como para eso.

Por supuesto que así era. Él había sido su amante. Brooke había llevado a su hija e, incluso ahora, seguía afectándole de alguna manera. Él estaba haciendo como si no le importara, pero le importaba. Él simplemente había estado haciendo el amor a la imagen de Brooke, tratando de revivir un pasado imposible, de vivir un futuro imposible.

Fue entonces cuando Bronte se dio cuenta de que si ella estaba viviendo un sueño, no era el suyo, entonces ese brillante mundo nuevo que se había forjado, se rompió en pedazos.

Capítulo 9

Ella era Bronte Lawrence. Bronte, no Brooke. Y, ni siquiera por Fitz iba a vivir una mentira ni permitirle a él que la viviera a través de ella.

– Será mejor que nos movamos antes de que Lucy envíe un equipo de búsqueda a por nosotros -dijo ella volviéndose.

– Bronte, espera…

Ella se alejó cargada con la televisión hacia la entrada del hospital. Fitz la alcanzó en la entrada, le agarró la mano y sonrió como si el mundo fuera maravilloso.

– Espérame -dijo y al verla dejó de sonreír-. ¿Qué pasa?

– Nada. Pero Lucy debe estar esperando.

– ¿Señorita Lawrence?

La voz era conocida y ella se volvió agradeciendo la interrupción.

– Soy Angie Makepeace del Sentinel. Llevo todo el día tratando de ponerme en contacto con usted. En su oficina no parecían saber dónde estaba y su hermana estaba demasiado ocupada como para hablar. O tal vez no quería decírmelo. Eso era lo último que ella necesitaba en ese momento. Luego, tal vez porque supiera que pelearse con esa mujer no sería buena idea, le dijo:

– ¿Qué es tan urgente?

– Bueno, me ha dicho un pajarito que usted estuvo ayer en el colegio local para ver a su hija en el día de los deportes. ¿Lucy? El nombre es correcto, ¿verdad?

Bron abrió la boca, pero no se le ocurrió nada que decir, así que la volvió a cerrar. Lo único que deseó fue darle una bofetada a esa sonriente cara, pero se contuvo sabiendo que eso no serviría de nada.

– Y ahora he oído que ella había sufrido un accidente. ¿Es serio? -continuó la mujer.

Bron pensó que, al fin y al cabo, no estaría mal golpearla un poco, así que avanzó un paso hacia ella, pero Fitz le apretó más fuertemente la mano, conteniéndola. Aquello no le pasó desapercibido a la periodista.

– ¿Querría compartir sus pensamientos con nuestros lectores en estos momentos difíciles, señorita Lawrence?

Fitz se adelantó entonces.

– Estoy seguro de que debe conocer las nuevas leyes sobre el acoso de la prensa, señorita Makepeace. La noticia del accidente de una niña no es del interés público.

– Al contrario, señor Fitzpatrick… Usted es James Fitzpatrick, el padre de la niña, ¿verdad? Estoy segura de que el público estará muy interesado… Por fin, el cerebro de Bronte se puso en marcha y lo hizo a toda velocidad.