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– Señorita Makepeace, Angie. Estoy segura de que comprenderá que en estos momentos yo sólo quiera ver a Lucy. Tal vez podamos organizar una entrevista adecuada cuando Lucy esté en casa.

Fitz se quedó anonadado. Luego dijo horrorizado:

– ¿Con un fotógrafo?

– Tengo fotos.

– No de Lucy -dijo Bronte-. Estoy segura de que le gustará conocer toda la historia.

Los ojos se le iluminaron a la periodista. Estaba claro que debía haber oído los rumores, fueran cuales fueran.

– ¿Es cierto entonces? -dijo sin apenas poder contener la excitación.

Bron se obligó a sonreír.

– Bueno, eso depende de lo que haya oído.

No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero estaba muy decidida a utilizar lo que fuera con tal de conseguir un par de días de tiempo.

– ¿Me está ofreciendo una exclusiva?

– A cambio de la completa intimidad mientras Lucy se recupera.

– ¿Me dará toda la historia? ¿Puede llamarme el lunes?

– El martes.

– Muy bien -dijo la periodista sonriendo satisfecha.

Bron tuvo toda la impresión de que su hermana no iba a estar muy satisfecha con su actuación, pero ya había hecho bastante como para hacerla enfadar mucho, así que ¿cómo podía empeorarlo?

– Y se equivoca sobre Lucy. Tengo algunas fotos muy buenas de ella con la copa que ganó y que le dio su muy famosa madre -afirmó Angie.

– Debería tener cuidado -intervino Fitz acercándose a la mujer y esta vez Bronte no trató de detenerlo-. A veces las cosas no son como parecen.

– ¿De verdad? -respondió Angie Makepeace sin parecer intimidada-. Bueno, si no sé nada de la señorita Lawrence el martes, todo esto saldrá el miércoles en primera plana y mis lectores podrán sacar sus propias conclusiones al respecto.

– Hace usted unas amenazas encantadoras, señorita Makepeace -dijo Bron-. ¿Quién podría resistirse?

Luego tomó del brazo a Fitz y le suplicó con los ojos que se marcharan de allí antes de añadir:

– Vamos, querido. Lucy se estará preguntando qué nos ha pasado.

Por un momento ella no estuvo segura de si su querido iba a explotar o no. No lo hizo, pero su mirada le advirtió de que aquello no era más que una tregua.

Una vez dentro del hospital, él le preguntó:

– ¿A qué ha venido todo esto? Y no me refiero a Lucy. Es evidente que alguien la ha llamado. Ya me esperaba…

– ¿Sí? ¿Y estabas dispuesto a usar algo así para hacer que Brooke hiciera lo que tú querías?

– Para que lo hicieras tú…

– Tú creías que yo era Brooke -siseó ella.

– ¡No! Si… Mira, ¿no podríamos hablar de esto más tarde?

– Mucho más tarde. Voy a estar muy ocupada tratando de ponerme en contacto con Brooke para confesarle que voy a contar su vida a un periódico que no vale ni para envolver el bocadillo.

Luego ella se volvió y subió las escaleras con Fitz inmediatamente detrás.

Cuando los vio entrar, Lucy sonrió. Estaba sentada en la cama haciendo un rompecabezas que alguien debía haberle dado.

– Mirad, casi he terminado.

– Buen trabajo -dijo Bron-. Sentimos haber tardado tanto. ¿Has tenido alguna visita mientras estábamos fuera?

– Sólo una señora. Sabía que tú eres mi madre.

La niña fue a poner otra pieza, pero entonces el rompecabezas se descolocó.

– ¡Oh, vaya!

Entonces Fitz puso la televisión sobre la mesa.

– ¡La habéis traído! ¡Ponla, ponla!

– Más tarde. ¿Qué más te preguntó, princesa?

– Oh, dónde vivía, quién me cuidaba. Esa clase de cosas.

– ¿Cómo se llamaba?

Lucy se encogió de hombros y Fitz miró a Bron, que estaba recogiendo las piezas del rompecabezas, luego él añadió: -¿Sabes? Creo que no he debido traer todo esto. Creo que estarías mucho mejor en casa.

– ¿De verdad? ¿Quieres decir que nos vamos ya?

– Cuanto antes, mejor.

– Pero iba a merendar ahora…

– Pediremos una pizza.

– ¿De verdad? ¿Y podré elegirla?

– Lo que quieras. Puedes llamar desde el móvil cuando estemos en el coche.

– ¡Muy bien!

Fitz le dijo entonces a Bronte:

– ¿Puedes quedarte con ella mientras yo voy a hablar con el médico?

– Fitz, ¿te parece una buena idea? La mujer podría ser una asistente social, cualquiera.

– Es ese cualquiera lo que me preocupa. No tardaré mucho.

– ¿Has tenido suerte?

Ella agitó la cabeza.

– No se me ocurre a quién más pudo llamar. Incluso le he dejado un mensaje en el contestador de casa por si pasa por allí.

– Bueno, has estado mucho tiempo al teléfono. Tienes que comer algo y lo único que tengo es pizza fría.

– Con eso bastará. Estoy hambrienta. Nunca antes había visto una pizza con el triple de aceitunas antes.

– A Lucy le gustan. Toma un vaso de vino, te ayudará a tragarla. Él no esperó a su respuesta y se lo pasó. Después dio unos golpecitos en el sofá a su lado para que se sentara allí.

Ella sabía que debía sentarse en un sillón, pero estaba demasiado cansada y preocupada como para ir hasta donde estaba. Además, sería demasiado evidente y quería escapar de allí graciosamente. Algo como darle las gracias por el buen rato y demás.

El problema estaba en que todavía tenía que pensar en Lucy. No podía irse a ninguna parte antes de aclarar el lío que había organizado, hasta que no pusiera en contacto a la niña con su verdadera madre. Por lo menos eso fue lo que se dijo a sí misma mientras se sentaba al lado de Fitz y él le pasaba un brazo sobre los hombros.

– Tenemos que contárselo a Lucy, Fitz. Dijiste que lo haríamos en cuanto estuviera de vuelta en casa.

– Estaba cansada -dijo él dándole un beso en la frente-. Todos lo estamos. Con una notable excepción, ha sido un día terrible. Anda, dame eso.

Tomó su vaso y lo dejó sobre la mesa. Ése era el momento de ofrecerle alguna excusa, decirle que iba a hacer café o algo así. Pero entonces él la hizo sentarse en su regazo y empezó a acunarla hasta que a ella le pareció por fin que lo del café no era buena idea.

Suspiró de placer y, de alguna manera, sin querer llegar tan lejos, los labios de él se pusieron en contacto con los suyos. -Fitz…

– ¿Te ha gustado?

– Sí… No… Fitz, no podemos…

– Lucy está dormida.

– No…

No era eso lo que había querido decir.

– Lo he comprobado -dijo él sin dejar de besarla.

De alguna manera aquello le pareció a ella mucho más importante que unos pocos escrúpulos sobre ceder a las fantasías de él. ¿No iba ella a poder permitirse unas fantasías?

Y entonces sonó el timbre de la puerta.

Fitz gimió y no fue a abrir, esperando que, quien fuera, se marchara. Pero Bronte se incorporó inmediatamente y su cabeza chocó contra la barbilla de él. Oyó el sonido de sus dientes chocando.

– ¡Oh, cielos, lo siento! Iré a por hielo para ponértelo…

Pero cuando se puso en pie chocó contra la mesa, y el mueble cayó al suelo en un tumulto de platos, vasos y pizza. La botella de vino se derramó sobre la alfombra dejando una mancha que Bron sabía por experiencia que no desaparecería nunca.

Entonces se oyó una risa desde la puerta.

– Ya veo que he llegado en un momento inoportuno. Lo siento, queridos. Pero tu mensaje parecía desesperado y, dado que nadie ha respondido al timbre y que la puerta no estaba cerrada, he entrado sola.

– ¡Brooke!

– ¿Qué has hecho con mi coche?

Cuando Bron fue a responder, ella levantó una mano y añadió:

– No, no me lo digas. Si está tirado en alguna parte necesito comer algo antes de que me lo digas. Sólo siéntate ahí, con las rodillas juntas y las manos en el regazo, como mamá te enseñó, mientras yo limpio todo esto. Hola, Fitz -dijo dándole un beso en la mejilla-. Ya veo que has conocido a Juanita Calamidad.