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Y la Semana Santa no había sido muy alegre tampoco, ya que Brooke se había sentido mal y se había pasado todo el tiempo diciendo que tenía frío y no había comido prácticamente nada.

Bron se sentó en la cama. Después de eso, su hermana no había vuelto, diciendo que tenía mucho trabajo. Luego, después de finalizar el curso, se había ido a España a llevar a cabo un proyecto. No habían recibido ninguna postal. Al parecer también había estado demasiado ocupada.

Y, cuando volvió, no lo hizo bronceada. Luego le ofrecieron ese trabajo en la televisión y cada vez supieron menos de ella.

Esa carta era muy educada para tratarse de una niña en la escuela primaria, pero también parecía muy desesperada. ¿Podría Brooke haber tenido una hija y haberla dado en adopción?

¿Pero cómo habría podido averiguar esa niña quién era su madre?

Pero no debía ser eso, la niña decía en la carta que no iba a tener que ver a su padre.

Aquello era como para romperle el corazón.

Se metió la carta en el bolsillo y bajó a la cocina para hacerse un té.

Allí volvió a sacar la carta. No, debía tratarse de un error. Era imposible. Brooke no era de la clase de chica que se quedara embarazada. Era demasiado lista y egoísta. Siempre había sabido lo que quería y lo había logrado. Cuando se fue a Brasil sabía que su madre estaba muriendo.

Y, si no hubiera querido que le guardaran el coche en el garaje, ni se habría pasado por allí para despedirse. Pero si era tan imposible, ¿por qué no se podía quitar de encima la idea?

Volvió a leer la carta. Esa tal Lucy. Podía ser su sobrina…

No, se negaba a creerlo. ¿O tenía miedo de creerlo? ¿Tenía miedo de que su hermana tuviera tan poco corazón? No, tenía que ser una pequeña sin madre que había elegido a su hermana para el papel. Una niña pequeña que esperaba que una mujer que mostraba tanta compasión por los animales tuviera alguna de sobra para ella.

Fitz se volvió, Lucy estaba pintando algo sobre la mesa de la cocina.

– ¿Vas a tardar mucho? El té está casi listo.

Ella recogió los lápices y la pintura y los metió en su cartera. Luego lo miró con sus grandes ojos azules y brillantes inusualmente tristes.

¿Desde cuándo sabía quién era su madre? ¿Cuándo había encontrado su certificado de nacimiento, la foto de Brooke Lawrence, todas las cosas que él había mantenido guardadas en su escritorio, en lo más profundo de su vida?

Se había dicho que algún día tendría que contarle todo. ¿Pero cuál era el mejor momento para contarle a una niña que su madre no la había querido?

– Ya he terminado -dijo Lucy sonriendo-. ¿Pongo la mesa?

Cuando sonreía así se parecía mucho a Brooke. El cabello castaño y los ojos azules no eran los de ella, pero esa sonrisa…

– Por favor -le dijo y apartó la mirada.

¿Por qué seguía afectándolo de esa manera? Pudiera ser que Brooke tuviera la sonrisa de un ángel, pero sólo eso. En lo más profundo de su ser lo había sabido siempre, incluso cuando la había perseguido con una insistencia que había sido el noventa por ciento las hormonas y el resto, sentido común.

¿Cómo le iba a decir a esa niña a la que tanto quería que su madre nunca la había querido? ¿Que se la había dado a él y luego se había marchado de su lado el día después de que ella naciera?

Pero Claire Graham tenía razón, tenía que decirle algo, y que fuera lo más parecido a la verdad. Cuando fuera lo suficientemente mayor ya le podría preguntar ella en persona a Brooke por qué la dejó así. Y entonces, tal vez se lo pudiera contar a él, ya que nunca lo había entendido.

Tenía que decírselo ahora, antes de que Lucy se inventara una docena de fantasías.

– Lucy…

– ¿Qué vamos a comer?

– Spaghetti carbonara.

– Oh, muy bien. ¿Me puedo tomar un refresco?

La miró y el poco valor que tenía se esfumó.

– Si yo me puedo tomar una cerveza.

– ¡Ecs! La cerveza es desagradable.

– ¿Oh? ¿Y cómo sabes a qué sabe?

Lucy se rió y a él se le agitó el corazón, como siempre. -Vale, ve a por las bebidas mientras yo sirvo.

Más tarde lo intentó de nuevo.

– Lucy, la señorita Graham me pidió que la fuera a ver hoy.

La niña lo miró alarmada.

– ¿Oh? ¿Puedo poner la televisión?

Estaba claro que estaba evitando preguntarle el motivo de la visita.

– Espera un momento.

– Quiero ver una cosa…

– Me dijo…

No pudo hacerlo.

– Me habló del día del deporte -dijo por fin-. ¿Te olvidaste de decírmelo o es que no quieres que vaya?

Ella lo miró asustada.

– ¡No! ¡No debes ir!

– ¿Por qué? ¿Es que vas a llegar la última en todo?

Por un momento la vio luchar con una mentira, con la tentación de decirle que lo iba a hacer muy mal. Pero tal vez se diera cuenta de que a él no le importaba nada lo que hiciera en la carrera y que lo que le importaba era que ella se divirtiera.

– No, pero si vas, se estropeará…

– ¿Qué?

– Yo… Yo he hecho algo que va a hacer que te enfades mucho, papá.

– Deja que sea yo el que decida eso. No creo que sea tan malo como piensas.

– Yo le he escrito a mi…

– ¿A quien le has escrito?

– A mi madre. Le he escrito y le he pedido que venga el día del deporte. Lo he hecho porque todos dicen que estoy mintiendo, porque no me creen, pero es cierto, ¿no? Brooke Lawrence es mi madre.

A él se le hizo un nudo en la garganta, pero aún así, tuvo que decirlo.

– Sí, Lucy. Tu madre es Brooke Lawrence.

– ¡Sí! -exclamó Lucy-. Y vendrá el día del deporte y todo el mundo lo sabrá.

Echó a correr y, por el camino, al entrar al salón, tiró al suelo un perro de porcelana. Fitz la agarró y luego recogió los restos del perro.

– No te preocupes, podemos pegarlo -le dijo.

La niña se había quedado muy quieta y lo miró.

– Tomé la llave de tu escritorio de tu armario -dijo ella de repente-. Estábamos haciendo un trabajo sobre la historia familiar y Josie me enseñó su certificado de nacimiento. En él estaba el nombre de su madre y yo me di cuenta… Lo siento, papá.

No, era él quien tenía que sentirlo. Nunca debía haber permitido que Lucy lo supiera de esa manera.

– ¿Viste las fotos, los papeles de la custodia?

Por supuesto que tenía que haberlos visto. Si no, ¿cómo había encontrado su dirección para escribirle?

– Ella vendrá, ¿no, papá? -dijo desesperadamente-. Le dije que tú no estarías, que no tendría que encontrarse contigo.

– ¿Lo hiciste? -dijo él casi sonriendo-. En ese caso, estoy seguro de que irá. Si puede. Pero puede que esté fuera, haciendo uno de sus reportajes. ¿Has pensado en eso?

El rostro de Lucy se puso pensativo, pero inmediatamente brilló de nuevo.

– No, no puede estar fuera. La vi en televisión la semana pasada.

Sí, él también la había visto, presentando una nueva serie que empezaría el mes siguiente. Pero eran recortes de otros reportajes y no significaban nada.

Pero él se iba a asegurar por todos los medios a su alcance de que esa mujer fuera a ver a su hija el día del deporte.

Capítulo 2

Bron pensó que no lo podía retrasar más, iba a tener que llamar al padre de Lucy para hablarle de la carta, cosa que no le apetecía nada.

Pero estaba claro que Lucy era una niña que necesitaba ayuda y, tal vez ella fuera la única persona en el mundo que lo supiera.

Se había pasado toda la larga y silenciosa noche diciéndose que no tenía que meterse en los problemas domésticos de otras personas, pero no había logrado convencerse.

A primera hora de la mañana, había abandonado sus intentos de dormir y salió al jardín. Ya tenía bastantes problemas con su vida como para preocuparse por los de los demás. Por ejemplo, todavía no sabía qué hacer con su vida. No tenía ninguna preparación para trabajar. Lo único que había sabido hacer era cuidar de su madre.