– Estás invitada. Pero también demasiado ocupada para aceptar. Una mujer tan importante como tú debe tener docenas de cosas más interesantes que hacer. Contratos que firmar, entrevistas y demás.
– ¿No le parecerá mal a Lucy?
A él se le removieron las entrañas al pensar en lo que podía sentir Lucy. No iba a llorar ni nada parecido, pero él sentiría su dolor como algo propio y, estaba seguro de que, esta vez, en su interior, ella lo culparía a él.
– Por supuesto que le parecerá mal.
– Ya veo.
– Espero que así sea, Brooke, porque no quiero que te muestres demasiado amable y maternal con ella.
Eso lo dijo Fitz sin saber por qué se preocupaba. Con toda esa gente a su alrededor, Brooke se comportaría como la protagonista de siempre.
– ¿Perdón?
– Sólo sigue tu papel de salvadora de la Tierra. Es lo que haces mejor. Puedes sonreír y ganarte a todo el que se te ponga por delante, cuantos más, mejor. De esa forma, Lucy sabrá que eres propiedad del público primero y su madre mucho después.
– Quieres que la trate como a otra admiradora más, ¿no?
Eso lo dijo de tal manera que, por un momento, Fitz se preguntó si no la habría juzgado mal.
Pero paró en seco ese pensamiento.
– Bueno, eso es todo lo que ella es para ti, Brooke. Sé sincera. Puedes actuar en tu papel de madre devota todo lo que quieras para tu público esta tarde, pero no tienes que hacerlo conmigo, te conozco demasiado bien. Esto es sólo una demostración más de tu ego para ti, ¿no?
Capítulo 4
¿Conocerla? ¿James Fitzpatrick se creía que la conocía? Bronte estuvo a punto de echarse a reír por primera vez desde hacía semanas. Seguramente sería la histeria.
Estaba sentada a su lado con la ropa de su hermana, sus joyas y su perfume, además de con su nombre. El incluso la había besado y no había sospechado nada. Eso era todo lo bien que conocía a Brooke.
– ¿Sincera? -repitió ella sin entender lo que le quería decir.
– Sí, sincera, maldita sea. Tú nunca quisiste a Lucy, me la diste a mí y te marchaste sin mirar atrás. Y, dado que estamos siendo sinceros, ¿por qué no me cuentas por qué estás haciendo esto, por qué te estás molestando?
¿Cómo era posible que él no viera las diferencias que había entre Brooke y ella a pesar de las similitudes superficiales que nacían que no fueran idénticas. Brooke era tres centímetros más baja que ella. ¿Es que se creía que había crecido? ¿Y pensaba que seguiría viviendo en esa casa? ¿Que estaría trasteando por la cocina ella misma? Si creía eso era que no conocía nada a Brooke. El corazón le estaba latiendo tan fuertemente que temió que él lo oyera por encima del ruido del motor. Podía haberle dicho la verdad, por supuesto. Y lo haría antes de marcharse del colegio. Se lo diría y disfrutaría de la cara que iba a poner.
Pero de momento haría su papel; le había prometido a Lucy que su madre estaría allí y no iba a traicionar esa promesa.
– Puede que tenga algo que ver con esa amenaza de llamar a la prensa amarilla para contarle mi pasado oculto -dijo ella por fin.
– Bueno, ya lo has dicho, Brooke. La sinceridad siempre es buena.
– ¿De verdad que me odias tanto?
Fitz la miró por un momento sin querer o, tal vez, sin poder responder. Luego los claxons de los coches de detrás hicieron que avanzara.
Siguieron en silencio un rato hasta que los nervios pudieron con ella y lo miró para decir algo.
– ¡Espera! -dijo él-. Pararemos dentro de unos minutos. Entonces podremos hablar.
Un kilómetro más adelante él detuvo el coche delante de un pub.
– Ven, será mejor que comamos algo antes. Va a ser una tarde muy larga.
– Yo no…
¿Cómo iba a poder tener hambre con el nudo de nervios que tenía en el estómago?
Pero Fitz ya había salido del coche y le había abierto la puerta.
– No tengo hambre -dijo.
– No hagas esto, Brooke. No quiero tener una pelea en un aparcamiento público.
– ¿Y tú te crees que yo sí?
Él respiró profundamente.
– No te odio. Debería hacerlo, pero no.
Luego hizo una larga pausa y Bron lo miró sin poder evitarlo.
– Creía que te odiaba, hasta ayer -continuó él-. Como siempre, te has salido con la tuya, Brooke, así que ya puedes brindar y disfrutar a gusto de tu victoria.
Luego la tomó de la mano y la hizo bajar del coche. Pero había un problema, que no se apartó.
Se quedaron allí por un momento, Bron apoyada contra el todo terreno y Fitz demasiado cerca de ella. Era como una reposición de la escena de la cocina, él la iba a volver a besar, pensó ella.
Pero entonces él levantó la mano hasta su rostro y pareció dudar cuando vio una fina cicatriz que ella tenía bajo la ceja izquierda.
– Lucy tiene una cicatriz como ésta -dijo él pensativamente.
– Tal vez sea hereditaria -logró decir ella.
– Ella tenía seis años, me iba a dar una taza para que la lavara y tropezó. Había tanta sangre…
Bron recordó el accidente que le produjo la cicatriz a ella, con un cristal, el pánico de su padre, la tranquilidad de su madre, la forma en que la vendó y la llevó a que la curaran. Pensó que debía ser muy difícil hacer de padre y madre al mismo tiempo.
– ¿Seis años? Definitivamente es hereditaria -dijo ella con la voz llena de emoción-. ¿Vamos?
Eso lo dijo con la misma voz tranquila de su madre mientras miraba hacia el pub como si no quisiera nada más en el mundo que un sandwich y un refresco.
Era pronto y el pub estaba casi vacío. Bronte no había pensado en lo que podía hacer su parecido con su hermana, pero tal vez Fitz sí lo había hecho, ya que la llevó a un rincón tranquilo, bastante lejos del bar antes de ir a pedir unos sándwiches, una copa de vino blanco para ella y un café para él.
Ella habría preferido otro café, pero él no se lo había preguntado. Y, por supuesto, Brooke habría querido un vino.
– ¿Qué estás haciendo ahora, Fitz? -le preguntó para hablar de algo neutral.
– Sigo haciendo películas, pero nada que te pueda interesar a ti, Brooke. Uno no se puede ir por ahí de aventuras cuando se tiene una niña que cuidar. Pero por supuesto que tú sabías eso. Siempre lo has sabido.
– ¿Qué clase de películas?
– ¿No lo sabes? -dijo él y se encogió de hombros-. ¿Por qué ibas a saberlo? de dibujos animados, Brooke. Yo quería… necesitaba trabajar desde casa y, cuando un amigo me vino con la idea de unas series para niños en la televisión… Bueno, era algo que hacer.
¿Hasta que Brooke volviera y él pudiera seguir con su propia vida fuera cual fuera? Pero ella no había vuelto.
– Si sigues haciéndolo es que deben tener éxito. ¿Podría verlos? -dijo ella animadamente. Él pareció como si fuera a sonreír.
– No sé, Brooke. ¿Cuánta televisión para niños sueles ver?
Ella se había hartado a ver televisión mientras cuidaba a su madre.
– Te sorprendería.
Él se encogió de hombros.
– El Ratón Einstein fue el primero, luego siguieron Ginger y Fudge, el Balón de Bellamy.
Ella lo miró fijamente. ¿Ese hombre hacía esos deliciosos dibujos animados?
– ¿No? -le preguntó él malinterpretando su silencio-. Tal vez hayas visto Los Moggles. Son lo último…
– ¿Los Moggles? ¿Son tuyos? Pero son preciosos…
– ¿Te gustan? Bueno, tal vez si tienes suerte, tal vez alguien te ponga uno en el calcetín estas navidades.
– ¿Un Moggle?
– Los estamos fabricando y, seguramente salgan al mercado antes de Navidad junto con el libro.
– ¿Lo estás haciendo tú mismo? ¿Y sigues teniendo tiempo para hacer películas? ¿Tienes tiempo para vivir? -él la miró enfadado.
– Si me estás preguntando si tengo tiempo para Lucy, la respuesta es que lo busco.
– No, no, de verdad -dijo ella poniéndole una mano en el brazo y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo retiró rápidamente-. De verdad que estoy impresionada.