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Amanda hizo un pequeño mohín al pensar en lo repugnante de pasar un rato con Grafton. Por otra parte, aquella carta blanca monetaria que Julius le estaba ofreciendo era imposible de rechazar.

– ¿Cuánto tiempo deberé estar con el viejo demonio…? ¿Las primeras carreras también o sólo las de la tarde? ¿Os habéis puesto de acuerdo tú y la esposa virginal?

– No tuvimos tiempo… -Darley arqueó las cejas mientras respondía de manera juguetona-… inmersos como estábamos en otras… digamos… actividades.

– Cuando entramos pensé que estaba nerviosa.

– Elspeth no tiene experiencia en los devaneos.

– ¿Elspeth? ¿Pronunciado con una voz tan dulce? -Amanda sonrió maliciosamente-. De verdad, Julius, se podría pensar que ese pequeño encanto ha tocado tu depravado corazón.

– Más bien me ha afectado una zona ligeramente por debajo del corazón -le contestó, con aire divertido-. Y si no nos hubieran interrumpido…

– Por lo visto te salvé de la catástrofe. Grafton te hubiera disparado en el acto.

– Por otra parte, si hubieras aparecido diez minutos más tarde, tal vez habría consumado mis deseos carnales y no tendría que esperar hasta mañana.

– No tienes que esperar -murmuró Amanda con una mirada seductora.

Ya había considerado aquella posibilidad y la había descartado. Preso de un repentino desasosiego -nunca antes en su vida había rechazado sexo-, estuvo a punto de aceptar la oferta de Amanda para apaciguar aquella inquietud.

Pero, como si alguna fuerza externa hubiera tomado las riendas de su mente, se oyó a sí mismo decir:

– Tal vez debería guardar energías para mañana.

– Estás bromeando -Darley podía aguantar días enteros.

– La verdad es que últimamente no estoy durmiendo mucho -una justificación verdadera, pero que no dejaba de ser una excusa.

– Si me relegas -dijo Amanda haciendo un mohín-, debería decidirme a pedir algo más que diamantes.

– Lo que gustes, querida -Pensó en ofrecerle a uno de los mozos del establo, pero en realidad no podía rebajarse a hacer las veces de las funciones de alcahuete-. Aunque debo echarte las culpas de mi fatiga -disimuló Julius-. Anoche me dejaste rendido.

Amanda adoptó una expresión engreída.

– ¿Por qué no lo has dicho antes? Eso es otra cosa.

– Ya sabes que eres el pedacito más caliente a este lado del cielo, sin excepción -le dijo, halagando su ego arrogante-. Y tenlo presente: los años no perdonan.

– ¡Tonterías! Sólo tienes treinta y tres, y eres el mejor semental de Inglaterra -le dirigió una mirada de consideración-. Si lo sabré yo.

«Y tanto que lo debes saber bien», pensó, totalmente al corriente de las licenciosas diversiones de Amanda.

– Tal vez quieras uno de mis caballos de carreras como incentivo -le ofreció, resuelto a llegar a casa lo más rápido posible, deseoso de ultimar todos los preparativos para el día siguiente.

Amanda se dio la vuelta para mirarle fijamente. Julius nunca había regalado uno de sus purasangres.

– Te ha cogido fuerte, querido.

– No creas. Elspeth es como rocío fresco, eso es todo.

– Ten cuidado o caerás en sus redes -se burló Amanda.

– Es sexo -respondió-. Nada más.

– Eso dices -murmuró con aire arrogante-. Con todo, permíteme que discr…

– Mi bayo contra tu rucio. Te apuesto cinco contra uno a que gano yo -prefería no discutir acerca de su interés por Lady Grafton. Mañana haría el amor con ella y pondría punto final a la historia.

– La última vez perdiste.

– ¿Tienes miedo de intentarlo?

Amanda fustigó su rucio, y segundos más tarde corrían a toda velocidad en dirección a Newmarket.

La colaboración de Amanda era esencial en sus planes.

No cabía la menor duda de quién ganaría la carrera.

Por otra parte, él también ganaría lo suyo… aunque su premio sería un tesoro de otra clase.

* * *

Capítulo 7

Elspeth pasó casi toda la noche en un duermevela, diciéndose infinidad de veces que lo más probable es que no pudiera llevar a cabo un plan tan peligroso, recordando que no sólo era su futuro lo que estaba en juego, sino también el de Will. Y no importaba lo mucho que deseara tener una relación con el atractivo marqués: hacerlo podría acarrear consecuencias desastrosas.

El día anterior, por suerte, les habían interrumpido antes de alcanzar un acuerdo firme para una cita, y ahora, a la fría luz del día, sentía un gran alivio por no haberse comprometido con Darley para reunirse con él en algún sitio. Las intrigas amorosas, en realidad, no estaban hechas para ella. Se sentía más cómoda con una vida tranquila, sensata.

Y aunque tenía que soportar la cólera de su marido, él pasaba la mayor parte del tiempo en compañía de sus amigachos.

Cuando Sophie entró en la habitación para llevarle el chocolate y abrir de par en par las cortinas y las ventanas a fin de dejar entrar la luz del día, Elspeth acertó a exclamar con la convincente sensación de haber tomado la decisión correcta:

– ¡Qué mañana más encantadora!

– Eso depende… -murmuró la criada-, dado como tiene el conde la casa de alborotada. Yo misma tuve que prepararle el chocolate. Se está acicalando y está llamando, a voz en grito, a su ayuda de cámara, al cochero y al lacayo que le empuja la silla. Se marcha a las carreras… bien temprano esta mañana.

La gloriosa imagen de Darley se coló al instante en la mente de Elspeth, el pulso empezó a acelerársele y la idea de una vida tranquila y sensata se esfumó como vapor ante un viento huracanado. Miró el reloj que reposaba sobre el mantel. Un millar de atractivas posibilidades se daban empujones en su cabeza para copar el mejor puesto.

– Es temprano -le dijo Sophie, percatándose de la mirada de Elspeth-. Bébase el chocolate mientras le preparo el baño. El conde no tardará en marcharse.

¡El marqués lo había logrado! ¿Acaso era posible?

– ¿Estás segura de que Lord Grafton se va a las carreras? -Elspeth había crecido alejada de la esfera de riquezas y privilegios donde, por lo visto, todos los deseos podían cumplirse.

– Ayer llegó una nota… estaba perfumada, según el mayordomo, y desde entonces el viejo bastardo no habla de otra cosa. Se marcha a las carreras… no cabe la menor duda.

– ¿Han dejado alguna nota para mí…? Quiero decir… Pensé que…

– No ha recibido ningún mensaje -Sophie murmuró, huraña-. Y si quiere mi consejo, que no lo querrá, pero la advierto por su propio bien… manténgase apartada de ese apuesto crápula.

No hacía falta preguntar de quién estaba hablando.

– Lo sé -murmuró Elspeth, arrepentida, aunque no del todo convencida ante el día repleto de libertad que se le abría en el horizonte.

– Parece que no se da cuenta de cuál es la causa de que tenga las mejillas rojas como tomates. Podría decirle lo que está pasando por su cabeza.

Elspeth intentó cortar de raíz aquellos pensamientos.

– Para tu información, no pegué ojo en toda la noche, pensando lo que debería o no hacer. Al final, decidí ser sensata.

– Su padre estaría orgulloso.

– No estoy tan segura. El matrimonio de papá y mamá fue por amor.

– El marqués no tiene planes de matrimonio, cielo -replicó Sophie, brusca-. Y el amor no paga las cuentas, como descubrió tu madre, que Dios la tenga en su Gloria.

La madre de Elspeth había muerto cuando ésta tenía doce años… Sophie estaba en lo cierto, su madre era una santa… siempre haciendo equilibrios para hacer alcanzar el dinero cuando nunca había suficiente. La economía del día a día había recaído sobre las espaldas de Elspeth tras la muerte de la madre. La visión del dinero que tenía el vicario era de una despreocupación bondadosa.