Выбрать главу

La sonrisa de ella era tan inocente que consideró seriamente que tal vez había cometido un error llevándola hasta allí.

– De verdad -le dijo, mintiendo como un bellaco, poco seguro de poder seguir haciendo el papel de caballero por mucho tiempo.

Respirando hondo para mantener la compostura, analizó sus opciones.

Al inspirar profundamente, percibió el familiar perfume de la excitación femenina y el dilema quedó solucionado.

La señorita, virginal o no, no le rechazaría a esas alturas, o al menos no en serio, sin reparar en lo que él eligiese hacer. Dejando de sentirse afligido por la indecisión, le mostró su habitual sonrisa.

– Si quiere que hoy sea su profesor, ¿por qué no empezamos por la primera lección…? El beso.

– Estoy a su disposición -le contestó ella con una sonrisa automática.

– Qué detalle -le dijo él como si estuvieran manteniendo una conversación de lo más inocente-. Si tiene cualquier pregunta -le susurró, cortésmente-, sólo tiene que preguntar -e inclinándose hacia delante, cogió entre las manos su cara y la besó con castidad.

Elspeth, suspirando contra sus labios, levantó las manos y se las puso en la espalda, y se pegó a él con una ferocidad bastante diferente a ese beso amanerado.

Sus músculos, duros y tensos, eran un potente afrodisíaco para una mujer que sólo había conocido a un marido viejo y repugnante. «Qué afortunada soy de estar aquí», pensó ella como si estuviera soñando. Aquel beso meloso calentaba sus ya sobrecalentados sentidos. Una fuerte embriaguez le consumía los pensamientos. El glorioso Lord Darley la estaba besando realmente. Era como si todos los sueños exaltados de cuando era niña se hicieran realidad. El príncipe real del cuento de hadas acerca del cual cotilleaban todos los periódicos londinenses, el semental de la mitad de féminas del país, estaba en sus brazos.

Estaba esperando con impaciencia recibir la siguiente lección, se decía a sí misma, mientras se retorcía ligeramente contra un indeterminado, pero codiciado anhelo.

– ¿Está preparada para más? -le susurró Julius contra la boca, reconociendo su movimiento febril. Sin necesidad de respuesta, la hizo recostarse con habilidad, le deslizó la mano bajo la falda, le besó la mejilla sonrosada, el cuello pálido y esbelto, mientras su mano avanzaba por su pierna torneada, el muslo cálido y, al llegar a las puertas del paraíso, lo encontró húmedo y listo para ser penetrado-. Veamos si esto le gusta -murmuró Julius al tiempo que le masajeaba la carne brillante y trémula, con una delicadeza magistral, hacia arriba por un lado, abajo por el otro, de aquí para allá, deteniéndose finalmente en el capullo emergente del clítoris.

Podría alguien expirar de puro y violento éxtasis, se preguntó ella, con todos los nervios del cuerpo inundados de aquella resplandeciente embriaguez.

No expiró, por supuesto, pero comenzó a respirar de forma irregular mientras él continuaba encendiendo su sexo meloso, el tejido delgado y vibrante que se henchía por la brujería de sus largos y finos dedos, el nudo tenso de su clítoris estremeciéndose de excitación.

Pronto sus dedos se impregnaron de su líquido perlado, ella gemía, retorciéndose febrilmente contra su mano, los pezones parecían dos picos firmes a través de la seda transparente de la combinación, el rubor de la pasión le sonrosaba la piel. Relajó los dedos un poco, en un intento de llevarla hasta un punto febril… sólo para encontrarse con su membrana virginal.

Allí estaba, no le daba especialmente la bienvenida, pero tenía que vérselas con ella.

– Puede que esto duela un poco.

– No… importa -jadeó ella, sus caderas se ondulaban con una agitación creciente, su mirada, medio desenfocada y asustadiza.

Julius rozó ligeramente la barrera con las yemas. Ella no dio muestras de molestia. Por lo que respecta a su buena disposición… estaba perfectamente claro. Estaba suficientemente lubricada para entrar en combate y más preparada que nunca para renunciar a la virginidad.

Un capricho extraño… la virginidad como incentivo. Lo encontró una transacción perversamente poco atractiva.

Pero no le quedaba otro remedio que precipitarse hacia delante… literalmente.

Decidió no desnudarla, intentar quitarle la ropa a esas alturas era poco práctico. Le subió la falda y las enaguas con un movimiento rápido de la mano, se puso de pie y se colocó entre sus piernas con un refinamiento adquirido en infinidad de tocadores durante un sinfín de años.

A través de la bruma febril de su deseo en celo, ella abrió de repente los ojos y ahí estaba él, descansando suavemente entre sus muslos… ancho de espaldas, músculos poderosos, esbeltez de extremidades largas y belleza morena.

– Iremos despacio -murmuró, con una sonrisa de complicidad que la desarmó por su dulzura-. Deténgame cuando quiera -añadió aquella trivialidad, y sin estar seguro de si sería capaz, pronunció aquel lugar común.

Negó con la cabeza, sin decir palabra… apenas podía respirar. Cerraba los ojos, luchaba contra la histeria que amenazaba con abrumarla, su cuerpo ardía en llamas, con todos los nervios al rojo vivo y a punto de estallar, con los sentidos cayendo en alguna inconsciencia tórrida.

– No te haré daño -susurró Darley, tratando de apaciguarla, desconcertado por la virgen temblorosa que se estremecía entre sus brazos-. Respira profundamente, mi amor. Relájate.

Sus ojos se abrieron repentinamente, las palabras pronunciadas por Darley fueron un bálsamo instantáneo para sus violentas emociones.

– Gracias -le dijo Elspeth con un hilo de voz, apaciguada por aquella voz grave y ronca, por su ecuanimidad. Tomó aire-. Estoy preparada.

Y porque sabía mejor que nadie que en la vida no hay nada seguro y que tal vez nunca más volviera a gozar de un momento de pasión tan glorioso como aquél, miró hacia arriba para contemplar a Darley con los ojos abiertos, muy abiertos.

Él se encontró con aquel azul intenso de sus ojos, ligeramente molestos. Luego ella le dijo: -Quiero recordar cada detalle.

Y lo comprendió.

Incluso lo más inexplicable, se dio cuenta de que esa aventura era algo totalmente singular para él también. Lady Grafton no era sólo una seducción más, aunque el porqué aún no estaba claro. Para él era fundamental hacer que su primera experiencia sexual fuera lo más agradable posible.

No era tarea imposible para un hombre cuyo talento sexual era legendario.

Aunque, lamentablemente, en lo que a mujeres vírgenes se refiere, era tan novato como ella. Impelido por un apremio sexual tal vez más voraz que el de compañera -nunca antes había tenido que reprimir su deseo durante tanto tiempo-, hizo caso omiso de cualquier otra especulación sobre preparativos y, en su lugar, guió la cabeza de su erección hasta la hendidura cremosa.

Sólo para encontrarse con un impasse.

Ella se estremeció mientras le presionaba el himen.

Blasfemó en voz baja, Darley se retiró lentamente.

– No pares -le dijo ella con la respiración entrecortada-. Por favor, no pares.

– Debería -masculló, indeciso.

– ¡No! -exclamó aferrándose a sus hombros-. Haz ahora lo que…

Recurriendo a la sorpresa, se precipitó hacia delante en medio de su frase, abriéndose paso por la fuerza a través del frágil tejido, empujando hacia dentro con rapidez, para descansar un milisegundo después en su pasaje, caliente y sin mancillar.

Ella tembló, de sus ojos brotaron unas lágrimas.

– Lo siento, de verdad que lo siento -le susurró, se sentía como un bruto. Pero no se movió.

– Al menos ya ha pasado -murmuró ella con voz temblorosa-. Y me alegro de que fueras tú.

No supo qué decir. Supuso que debería sentirse agradecido, aunque para él era un honor dudoso.

– Pronto te sentirás mejor -le dijo, sin que le viniera a la cabeza una respuesta menos amanerada en una circunstancia tan incómoda-. O por lo menos espero que así sea -añadió con una pequeña sonrisa.