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– Hablando de corredores de apuestas -Amanda le lanzó una mirada de superioridad a Darley-. ¿Qué probabilidades crees tener con la joven esposa?

– Soy un apostador del montón. Sólo pequeñas apuestas. Pero nada arriesgado, etcétera, etcétera. -Se encogió de hombros y dijo-: En cualquier caso, hoy hace un día perfecto para pasear a caballo.

– Así que tu corazón no está involucrado.

– ¿Y el tuyo con Francis? -el novio de Amanda era un prometedor subsecretario de Hacienda.

– Algún día será primer ministro -los dos respondían con evasivas.

– Y tú serás la esposa del primer ministro.

– Eso dice mi madre.

– ¿Será ella feliz, entonces? -Julius había escuchado durante años las quejas de Amanda sobre su madre.

– Más bien el que se alegrará será mi padre. Quiere que mis hermanos se coloquen en cargos lucrativos. Ya sabes a lo que me refiero, Darley. Sólo los hombres acaudalados como tú no consideran el mercado del matrimonio con fines lucrativos. Estoy segura de que Lady Grafton entiende lo que es comerciar con belleza a cambio de dinero. Una pena que no pudiera encontrar a alguien mejor que Grafton -sonrió Amanda-. Considera que… le estarás haciendo un favor.

– ¿Accederá?

– ¿Muestras humildad, querido? -resopló Amanda.

– Ya lo veremos -murmuró Darley-. Todo depende de…

– Del nivel de vigilancia de Grafton, supongo. De todas maneras, creo que no te rechazará.

Amanda no tenía ningún deseo de exclusividad sobre Darley. Sus intereses sexuales eran de lo más variados.

– Podría darse el caso. Lady Grafton no me dio la impresión de encajar con el tipo de mujer mundana.

– Qué encantador -le dijo Amanda con una sonrisa traviesa-. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te las viste con una mercancía virginal, ¿me equivoco, Julius? Me estoy poniendo casi celosa. Tal vez tendría que reconocer el terreno en busca de los jovencitos de aquí, en Newmarket… o de los mozos de cuadra, para el tema que nos ocupa.

Julius podría haberle contestado que eso ya lo había hecho. La predilección de Amanda por los jóvenes fuertes era de dominio público.

– Eres bienvenida a mis caballerizas para examinar a los mozos -le dijo en su lugar, amable, porque no era momento para sacarla de quicio. Y sus mozos podían cuidarse ellos solitos.

– Gracias, así lo haré. Bien, ¿crees que Grafton nos recibirá?

– Buena pregunta -no estaba seguro de cómo reaccionaría.

– ¿Debería utilizar mis encantos con él? -se ofreció a la ligera.

– Te lo agradecería, por supuesto -su frente titiló cual respuesta deportiva al ofrecimiento.

– Es lo mínimo que puedo hacer para corresponder a nuestra última noche juntos, querido. Sin ningún género de dudas, eres el hombre mejor dotado de Inglaterra.

Poco después, Julius y Amanda bajaron de sus caballos frente a la casa y un joven criado les recibió en la puerta.

– El marqués de Darley y Lady Bloodworth -se presentó Julius-. Venimos a ver a Lord y Lady Grafton.

– Iré a ver si mi señor y mi señora se encuentran dentro.

– No hace falta. Somos viejos amigos -Julius no permitiría que le rechazaran, e hizo un ademán al criado para que se moviera hacia delante.

Por supuesto, el criado no tenía alternativa, como bien sabía Julius. Unos instantes más tarde, el lacayo abrió la puerta del salón y anunció sus nombres.

Lady Grafton levantó la mirada de la carta que estaba escribiendo y empalideció.

Amanda, que advirtió la mirada aturdida de la anfitriona, dijo rápidamente:

– Pensé que podría aprovechar la ocasión para saludarla, Lady Grafton. -Se adentró en el salón luciendo una sonrisa cálida en los labios y añadió-: Mi familia posee una mansión en Newmarket. Creo que conoce al marqués -Amanda miró a Julius, que la había seguido por el salón-. Espero que no estemos molestando.

– No… bueno, mi marido está en las caballerizas. Lo mandaré llamar -Elspeth se volvió hacia su doncella al mismo tiempo que se levantaba para recibir a los invitados. Le habían sacado los colores, ahora ya no había rastro de palidez-. Sophie, vaya a buscar a Lord Grafton.

– No hace falta que interrumpa a su señoría -la detuvo suavemente Amanda-. No nos quedaremos mucho rato. Salimos a dar un paseo a caballo y nos encontramos cerca de su casa.

– Estoy segura de que para Lord Grafton será un placer verles -contestó Elspeth, haciendo un gesto a la doncella para que fuera en busca del conde. No podía arriesgarse a que su marido averiguara más tarde que tenía invitados sin su permiso-. ¿Les apetece un té?-. Era imposible evadirse de las buenas maneras, aunque deseaba fervientemente que rechazaran la invitación.

– Sería maravilloso -respondió Amanda sonriendo.

– Sophie, traiga té también -ordenó Elspeth, evitando cruzarse con la mirada del marqués. Podía sentir cómo sus mejillas se sonrojaban de vergüenza. O de excitación. O de algo totalmente diferente.

– Qué vistas tan preciosas -exclamó Amanda mientras paseaba a lo largo de la fila de ventanas con vistas a un paraje bucólico, de prados verdes y caballos paciendo-. ¿Tiene un caballo favorito que le guste montar?

Intencionadamente o no, las palabras de Amanda le provocaron una imagen escandalosamente lasciva. Elspeth, ocupada en desterrar aquellos pensamientos inapropiados, se quedó muda.

Julius, al darse cuenta del silencio excesivamente largo de Lady Grafton, intervino con delicadeza.

– He tratado de persuadir a Lady Grafton para que montara a Skylark.

Amanda se dio la vuelta.

– ¿Skylark? Querida, ¡estoy segura de que le gustará con delirio! Es potente y veloz, pero dócil como un cordero. Cuéntele, Julius, cuando me llevó durante diez millas al galope sin perder el aliento.

– Posee una enorme resistencia. Es una característica de su raza, es un berberisco del Atlas. Disfrutará cuando lo pruebe, Lady Grafton.

Elspeth intentó no malinterpretar los comentarios del marqués. Contrólate, se decía para sus adentros. Sólo estaban hablando de caballos y estaba reaccionando como una adolescente inquieta ante los comentarios más inocentes.

– Si se presenta la oportunidad, estoy convencida de que disfrutaré montando a Skylard, señor. Sin embargo, llevamos una vida tranquila desde que mi marido se puso enfermo. Pero gracias por su ofrecimiento. ¿Por qué no se sientan?-les ofreció con buenos modales, cuando lo que en realidad deseaba era sacar a empujones a los invitados y evitar cualquier complicación. De su marido, o no.

– ¡Oh, mira! -exclamó Amanda, mirando por la ventana-. ¡Qué canasta de violetas más hermosa! ¡Adoro las violetas!

Amanda se las ingenió para dejar a Julius a solas, abrió la puerta de la terraza y salió al exterior para examinar la canasta de sauce de la balaustrada.

– ¿Por qué ha venido? -le musitó Elspeth en el mismo segundo que Amanda cerraba la puerta tras de sí-. Lo siento… qué grosera… por favor, discúlpeme -dijo tartamudeando, sonrojándose violentamente a causa de lo poco elegante de su comportamiento-. No tendría que haber dicho… quiero decir… no sé lo que me ha pasado…

– No pude evitar venir a verla. -Unas palabras sinceras, insólitas en relación con el marqués, para quien el amor no era más que un juego. Y si Grafton no hubiera estado a punto de aparecer de un momento a otro, Julius la habría tomado entre sus brazos y ahuyentado sus temores, cualesquiera que fueran, a base de besos.

– No debería de haber venido. Él puede… bueno… usted no se hace cargo de mi… situación -Elspeth no quitaba ojo de la puerta del vestíbulo, temblaba a ojos vista-. Mi marido… -respiró hondo- es un hombre muy difícil.

– Lo lamento. -Estaba tan visiblemente alarmada que sintió una punzada en la conciencia… algo asombroso viniendo de él. Aquella niña aterrorizada no estaba preparada para implicarse en un juego amoroso. No tendría que haber ido-. Iré a buscar a Amanda y proseguiremos nuestro paseo -le propuso mientras se dirigía a la puerta de la terraza.