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El inglés era a todas luces su segunda lengua, pero cuando supo que Darley venía de parte del general, una sonrisa sustituyó su recelo inicial. Chasqueó los dedos y le pidió que trajera jerez a una mujer joven, que apareció por una puerta interior.

– Nuestro jerez autóctono es formidable -dijo esbozando una sonrisa que arrugaba su bronceada cara-. Cuéntenme qué tipo de alojamiento sería el más apropiado para ustedes.

Darley le explicó los requisitos que andaba buscando, mientras bebía aquel formidable jerez, refiriéndose a Elspeth y a Will como viejos amigos de la familia, y ofreciéndole unas pinceladas de su viaje a Tánger.

– Me gustaría una casa alejada de la ciudad para nuestros enfermos. Necesitan aire fresco y reposo.

– Y también necesitará pastos para los caballos. Hmm-Barlow deslizó el dedo por la página de un libro mayor, que había estado escudriñando-. Permita que le sugiera una propiedad cercana a Punta Europa. Un grande de España construyó allí la casa el siglo pasado, pero se ha conservado en perfecto estado. En los días despejados se goza de una espectacular vista de África, los enfermos tendrán tranquilidad y brisa marina saludable. Hay pasto para los caballos en esta época del año, pero si son berberiscos del Atlas, ya estarán familiarizados con el estilo de pasto de nuestro verano.

– ¿Hay carretera? -preguntó Darley-. Tenemos que transportar a los hombres en camilla.

– Hay una camino estrecho, pero utilizable. No deberían tener problemas.

– Parece muy adecuado. Lo tomamos. ¿Nos puede enviar allí personal de servicio enseguida, así como abastecer la casa con todo lo necesario? Malcolm se encargará de negociar el tema económico -Darley dejó el vaso de jerez sobre la mesa y se apoyó en el escritorio para estrechar la mano del señor Barlow-. Muchas gracias. Espero que abandonemos el barco dentro de una hora.

– Muy bien, señor. Lo tendré todo preparado para cuando vengan.

– Gracias de nuevo -dijo Darley, levantándose e inclinando la cabeza hacia Malcolm-. Le veré en el puerto.

Todo estaba solucionado, excepto por los detalles mundanos que Malcolm podía manejar con su habitual destreza. Darley salió de la pequeña oficina con un estado de ánimo excelente.

Las cosas no podrían haber ido mejor.

Habían encontrado al hermano de Elspeth y pronto se restablecería.

Gibraltar era el remoto e ideal lugar para disfrutar de la encantadora compañía de Elspeth.

Y como para poner la última guinda de perfección, los caballos marroquíes estaban preparados y listos para ser transportados desde Tánger.

La diosa Fortuna era favorable.

* * *

Capítulo 34

En las dos semanas siguientes todo fue como la seda. Darley interpretó el papel de caballero -sólo se permitía ver a Elspeth discretamente por las noches-, los dos hombres convalecientes se sentían mejor, más fuertes a medida que iban transcurriendo los días, los nuevos caballos disfrutaban del aire fresco y del pasto, y tal como le habían dicho, las vistas eran inmejorables.

La casa estaba construida en la cima norte de Punta Europa, un lugar que los griegos habían designado como una de las Columnas de Hércules. La costa africana, así como las vistas panorámicas del océano, eran visibles desde los miradores. La brisa marina moderaba el calor del verano, el pino real autóctono y los olivos silvestres conferían una apariencia romántica al escarpado paisaje. El personal que había reclutado Mr. Barlow era excelente, la comida era ideal para el restablecimiento de los enfermos… fruta fresca y verdura, buen vino, guisos locales y pescado de todo tipo.

El pequeño grupo pasó los días de reposo jugando a las cartas, leyendo, nadando en la Bahía de los catalanes cuando Will y Henry pudieron hacerlo, haciendo una larga sobremesa tras la cena cada noche, con discusiones en torno a la política, los caballos y las carreras, o bien haciendo planes para el día siguiente, disfrutando de la compañía en grupo.

Fueron unos días de tranquilidad y revitalización.

Un paraíso bucólico de buen compañerismo y satisfacción.

Era una monotonía encantadora… y perfecta.

Y así podría haber continuado si una mañana Darley no hubiera recibido una nota del general Eliot que reclamaba su presencia con la mayor brevedad posible.

– Iré contigo -le dijo Elspeth-. Will necesita más cataplasma para las heridas de las piernas.

– Al general le apetecerá tomar un trago. Ya sabes cómo son los comandantes de guarnición cuando están lejos de casa. ¿Te importa? -había algo en el vocabulario de la nota que había suscitado la desconfianza de Darley. En especial las palabras asunto grave.

– No, claro que no. Si te retiene mucho tiempo, cenaremos sin ti.

– La cortesía no exigirá que esté allí más de dos horas -dijo Darley-. Llegaré a casa a tiempo para la cena. Dime el nombre del cataplasma. Pasaré a buscarlo.

Partió poco después, montado a lomos de uno de sus nuevos caballos de Berbería, con la lista de Elspeth en el bolsillo y un fuerte presentimiento en el pecho. El general le condujo a su oficina cuando llegó y dijo sin rodeos a su ayudante:

– No quiero ser molestado.

Cuando el subalterno salió de la habitación, el general fue hasta la puerta de la oficina contigua y la cerró.

– La gente podría escuchar -comentó enigmático el general mientras tomaba asiento al lado de Darley-. Supongo que le apetecerá un brandy. A mí, ciertamente, sí.

Ni las acciones ni los comentarios consiguieron aligerar la preocupación de Darley.

El general sirvió dos vasos de brandy, ofreció uno a Darley, y levantó el suyo:

– Por el rey -brindó el general, se lo bebió de un trago y volvió a llenarlo.

– Quizá deberíamos hablar del asunto grave al que aludía en su nota -propuso Darley. La incomodidad del general sólo aumentaba su desasosiego. Además, cualquiera que fuese el problema, prefería afrontarlo sobrio.

– Ha sido publicado en The Times… -el general se trincó el segundo brandy y llenó hasta arriba otro vaso.

– El asunto al cual hacía referencia… -especificó Darley, esperando que el general lograra mantener la coherencia el tiempo suficiente para explicar el motivo de la citación.

– Sí -el general bufó, indignado-. Una despreciable tema de habladurías -gruñó y se bebió de un trago el tercer brandy.

La cara del general reflejaba su aversión a la rumorología. A Darley, personalmente, le importaban bien poco los chismes, pero puesto que esta vez había alguien más involucrado, no podía hacer caso omiso a la ineludible curiosidad de su camarada.

– ¿Tiene usted el… artículo… o la noticia? ¿O el periódico?

– Vino esta mañana en la saca de correo. Pensé que querría verlo de inmediato. Aquí lo tiene -Eliot alcanzó un ejemplar de The Times que había sobre una mesa cercana y se lo extendió a Darley con una mueca de disgusto-. Página seis, sección de Sociedad, segundo párrafo.

Estaba claro que lo había leído más de una vez. Darley busco la página indicada, encontró la sección de Sociedad y leyó:

Ha trascendido la noticia de la inminente demanda de divorcio de Lord Grafton contra Lady Grafton. Se rumorea que también podría abrirse un proceso judicial contra Lord Darley. El presidente del Tribunal Supremo Kenyon ha declinado ofrecer declaraciones. Lord Grafton, en cambio, no se ha mostrado tan poco dispuesto. Según las últimas informaciones, Lady Grafton y Lord Darley se encuentran actualmente fuera del país.

Darley dejó a un lado el periódico, se inclinó y comprobó la fecha. Era un ejemplar de hacía doce días. Levantó su vaso y vació el contenido.