Elspeth respiró hondo, apartó un instante la mirada para abarcar el paisaje escarpado, bañado por el sol, deseando que pudieran quedarse en aquel paraíso aislado.
– Siempre tuve claro que no podría irme tranquila -dijo Elspeth en voz baja, soltando su mano de la de Darley, apretándolas fuerte para controlar el miedo.
– No es una catástrofe, mi amor. -Darley habló calmado, consciente de su agitación-. Te garantizo que esta situación se puede solucionar -y cuando los buenos abogados o el dinero no funcionaban, tenían otros medios para meter a Grafton en cintura, pensó Darley. El conde era todo menos un santo. No había necesidad de andarse con miramientos-. Deja que me encargue de todo.
Elspeth hizo una pequeña mueca.
– Como con todo lo demás.
– Tú misma dijiste que era mucho más fácil para un hombre abrirse camino en la vida. Déjame ocuparme de todo.
Como cualquier otra mujer, Elspeth tenía escasa protección legal. El mundo estaba dirigido por hombres, las leyes las escribieron pensando en ellos… en especial hombres de cierta clase social. Podría contar con el apoyo de Will, pero él podía ejercer todavía menos influencia que ella, ya que no tenía ni un penique. Por otra parte, Darley siempre conseguía que aceptara con facilidad.
– Esto también te implicará a ti. ¿Lo entiendes? -dijo Elspeth con un leve suspiro.
Darley sonrió.
– Dudo que puedan manchar más mi reputación.
Elspeth arqueó ligeramente las cejas.
– No estoy muy segura. A ti también te pueden llamar a declarar.
– Dejemos que lo hagan.
Darley estaba completamente desconcertado. Ella admiraba su serenidad. Aunque un título y una gran fortuna aliviaban las incertidumbres de la vida. Pero a excepción de entregarse a la inexistente misericordia de Grafton, no sabía qué otra opción le quedaba. Enfrentarse a una demanda de divorció costaba mucho dinero.
– Siento como si contrajera una gran deuda contigo…
– Tonterías -le interrumpió Darley-. Todo el mundo estaría dispuesto a ayudarte -y sonrió-. Aunque me encanta que me hayas honrado con tu amistad.
Qué agradable su ilusión de amistad, qué halagadora… y experimentada. Qué atrayente.
Si al menos no fuera tan adorable.
O quizá si ella tuviera unos principios férreos.
Elspeth suspiró otra vez, vencida por todos los frentes… por el amor, el miedo a las represalias de Grafton, por su pobreza desalentadora.
– Tenemos que contárselo a Will -le dijo Elspeth, rindiéndose a lo inevitable-. Lo nuestro… la demanda de divorcio.
– Por supuesto -dijo Darley con una exquisita moderación.
– Me asusta más su reacción que todo lo demás.
– Le salvaste la vida, querida. Dudo que discrepe con nada de lo que hagas.
Ella hizo una pequeña mueca.
– A las mujeres no se les permiten las mismas libertades que a los hombres. No estoy segura de cuan liberales sean sus actitudes.
– Él te adora. Es obvio. Te preocupas demasiado. Se lo diremos después de la cena, esta noche. Será comprensivo, te lo aseguro.
– ¿Tenemos que volver? -sus dudas eran evidentes.
– Es decisión tuya.
– ¿De verdad?
– Sí. -Se reclinó, extendió los brazos a lo largo del respaldo del banco, contento con el rumbo de los acontecimientos. La posibilidad de conseguir la libertad de Elspeth era extremadamente gratificante-. Tú decides, así que ya me dirás lo que quieres hacer.
– ¿No te importa que nos quedemos aquí?
– No.
– Tal vez algún día sí te importe.
Darley se encogió de hombros.
– Tal vez. Si llega ese día, lo afrontaremos. Por el momento, soy totalmente imparcial. La decisión está en tus manos.
¿Acaso podía ser más considerado? Recordó de nuevo por qué era el favorito de todas las bellas mujeres de la alta sociedad. Era encantador, amable, el hombre más generoso que había conocido… y la amaba demasiado. En especial cuando él era el hombre menos indicado para ofrecer algo más que placer pasajero. No es que esperara que fuera a hacer una excepción con ella.
Agradecida por todo lo que había hecho y estaba haciendo por ella, se puso en guardia para no hacerse falsas ilusiones. Darley no estaba interesado en las cosas permanentes. Sólo porque hubieran compartido la misma cama no era razón suficiente para diferenciarla del resto de mujeres con las que había hecho el amor.
– ¿Por qué no lo decidimos después de hablar con Will? -dijo Elspeth, procurando ser tan educada como él-. Quizá mi hermano nos pueda proponer algo.
– Perfecto -sonrió Darley-. Ya lo verás. Todo tendrá un final feliz.
Capítulo 35
Henry Blythe era un año más joven que Will, el tipo de muchacho que disfrutaba viviendo la vida al límite. Y ahora que se había restablecido, había tomado la costumbre de ir a acostarse temprano con una de las criadas locales.
Will se abstuvo de embarcarse en actividades amorosas como las de su amigo, y no por falta de interés por las jóvenes criadas sino porque su corazón pertenecía a Clarissa Burford, de Yorkshire. No estaban comprometidos, pero llegaron al acuerdo de que, a su regreso de la India, se casarían.
Poco después de la cena, cuando sirvieron el oporto, Henry se disculpó, al igual que Malcolm -era muy extraño que un escocés no bebiera- y los tres restantes se retiraron con el oporto a la sala de estar.
Al principio, la conversación fue un poco inconexa. Elspeth estaba visiblemente nerviosa mientras Darley deseaba sentarla en sus rodillas y confortarla. Como aquello no era posible, participó en la conversación por los dos, intercambiando datos con Will sobre los sementales de primera clase de Inglaterra.
Yorkshire tenía una alta cuota de excelentes ejemplares, dada la afición en el norte a las carreras, aunque los que se hallaban repartidos por Londres y sus alrededores eran también de primera categoría.
– Estaba pensando que cuando volvamos a Inglaterra podría intentar dedicarme a la doma -dijo Will-. No creo que el ejército acepte mi reincorporación debido al estado de mi pierna… o, al menos, no por el momento. En el futuro tendré problemas para montar a caballo -lanzó una mirada su hermana-. Pensé que tal vez podría dirigirme a Lord Rutledge. Él sabe lo que puedo hacer.
Elspeth sonrió.
– Me gusta la idea -sobre todo porque Lord Rutledge vivía en el sur.
– Bien -se arrellanó en la silla y respiró tranquilo después de recibir su aprobación-. No sabía cómo ibas a sentirte si me trasladaba a vivir tan lejos.
Darley y Elspeth intercambiaron una mirada.
– ¿Qué? -preguntó Will-. O mejor dicho, ¿por qué no dices lo que quieres decirme, hermanita, y te estás quieta? Llevas toda la noche nerviosa como un gato.
Los amantes volvieron a cruzarse las miradas.
Darley ya hubiera intervenido si no estuviera preocupado por si hacía bien en entrometerse.
– Díselo tú -murmuró Elspeth.
Con sensación de alivio, el marqués sonrió a Elspeth, reconfortado. Luego se volvió hacia su hermano.
– Debe de saber que tengo a su hermana en gran estima.
Will reprimió una amplia sonrisa.
– He tenido esa impresión.
– Y ella, naturalmente, estaba preocupada por su estado de salud o, de lo contrario, ya lo hubiéramos hablado antes.
– Entiendo -Will le dirigió a Elspeth una mirada comprensiva-. No tienes que estar nerviosa, hermanita. Todo lo que hagas me parece bien. En verdad podrías bailar con el mismo diablo que yo te aplaudiría. Te debo la vida -le dijo dulcemente-. Y nunca lo olvidaré.
– Se la debes a Julius más que a mí -aseveró Elspeth-. Sin su ayuda, no creo que el rescate hubiera tenido éxito.
– Estoy en deuda con usted, por supuesto -hizo notar Will, alzando su copa a la salud de Darley-. Sé lo mucho que ha hecho por nosotros. Y si ayuda a que la conversación sea más fácil, estoy al corriente de vuestra relación -sonrió Will-. El ir y venir de puntillas por la noche no ha pasado desapercibido. Te deseo todo lo mejor. A los dos… -hizo una breve pausa-, en todo -al corriente de la reputación de Darley, no esperaba la publicación de los edictos matrimoniales.