Darley frunció el ceño.
– Me temo que un acto así le resultará un poco violento a Elspeth. No mira el mundo con la misma actitud despreocupada que nosotros. Me pregunto si podríamos aplazar el té. Se puede dar el caso de que se encuentre indispuesta ante los amigos de mamá; Elspeth tiene el estómago bastante revuelto ahora mismo.
– Hablaré con tu madre -el duque se encogió de hombros-. Pero te advierto que tu maman está empecinada en clarificar el puesto de Elspeth como miembro de la familia.
– Tal vez en unas semanas -sugirió Darley, desperezándose, comenzando a sentir los efectos de la hora avanzada y de las copas de brandy-. De todas maneras, no podemos hacer nada hasta mañana. Lo discutiremos luego. Llevamos despiertos desde el amanecer… -sus cejas titilaron-. Elspeth me espera.
Su padre sonrió.
– Si me permites decirlo, es gratificante verte tan feliz. En cuanto al divorcio, yo me encargaré de todo. No tienes que preocuparte. Ahora ve. La madre de tu hijo te está esperando.
Y así quedaron las cosas la primera noche en Londres, el té de la duquesa en el aire, la necesidad de acelerar el proceso de divorcio acordado, padre e hijo contentos por tener a toda la familia intacta una vez más… con la última incorporación, y el posible heredero, que traía a la casa de los Westerlands un nuevo motivo de alegría.
Elspeth se incorporó en la cama cuando Darley entró en el dormitorio. Le estaba esperando, incapaz de conciliar el sueño sin tenerle a su lado. Abrumada por la necesidad, a merced de sus emociones quijotescas y caprichosas, su presencia se había vuelto indispensable.
Un reconocimiento chocante de una mujer acostumbrada a hacerse cargo de su vida. Pero allí estaba.
Un hecho incontestable.
Como el bebé.
– Pareces feliz de volver a casa -le dijo Elspeth, sonriendo.
– Lo estoy. ¿Cómo llevas toda esta algarabía? -Darley sabía que últimamente su estado de ánimo era inestable.
– Soy un manojo de nervios, pero estoy contenta de estar de nuevo en Inglaterra.
– Duerme tranquila, querida -le dijo Darley, sentándose para quitarse las botas-. Tienes a todo un pelotón de Westerlands para cuidar de ti, y mi madre, tal vez, es tu más temible paladín -se descalzó una bota y la dejó en el suelo-. Está organizando un té de bienvenida… los reyes están invitados para frenar cualquier rumor.
– ¡Dios mío, no! -Elspeth agitó la cabeza con los ojos abiertos como platos.
La segunda bota siguió a la primera.
– Es lo mismo que le he dicho a mi padre… sabiendo que no te gustaría participar en ninguna recepción por ahora. Hablaré con mi madre por la mañana. Puede organizado para más tarde.
– Perdóname por ser tan asustadiza, pero en realidad no puedo afrontar un acto público. Sé que tu madre lo hace con buenas intenciones, ¡pero el REY! Me voy a poner muy nerviosa.
– Siempre y cuando no le vomites encima… -bromeó Darley, dejando los calcetines al lado de las botas.
– Seguramente lo haga de todas formas. Por favor, por favor, por favor prométeme que harás cambiar de parecer a tu madre.
– Tal vez podamos mantenerla ocupada comprando ropa para el niño -le respondió Darley, se desanudó el pañuelo del cuello y lo lanzó sobre una silla.
– No estoy segura de que eso sea mucho mejor para evitar un escándalo. ¿Podríamos llevarlo un poco más en privado hasta que consiga el divorcio? -le imploró Elspeth-. Sé que a ti no te preocupan los escándalos, pero yo no tengo la piel tan dura.
– Disuadiré a mi madre, intenta descansar -la tranquilizó Darley-. Le encontraremos otra cosa para que se entretenga.
– Eres demasiado bueno conmigo -Elspeth pudo sentir cómo desaparecía la ansiedad.
– Podría serlo más, si quisieras -le dijo Darley con una gran sonrisa, de pie, desabotonándose su chaleco de seda de color ocre.
– Ah, bien -sonrió Elspeth-. Pensé que estarías muy cansado.
– Eso no es plausible si me estás esperando. -Elspeth estaba más apasionada desde el embarazo, su estado parecía aumentarle el apetito sexual. El viaje de regreso habían sido dos semanas de pasión exuberante e ilimitada.
– Te adoro con toda el alma -deshaciendo el lazo del escote de su vestido de noche, le ofreció una sonrisa cautivadora con sus mejillas rosadas-. Infinitamente, desmedidamente, febrilmente -Elspeth le guiñó un ojo-, impacientemente.
Darley se rió.
– Si continúas con este ánimo apasionado, pronto no tendremos ningún motivo para abandonar la habitación -y se afanó en quitarse la chaqueta y el chaleco.
– No lo puedo remediar. Estoy aterrada -se quitó el vestido y apartó la ropa de cama con brío, sin sentir vergüenza por su deseo.
– No me quejo -se quitó la ropa interior y la camisa por la cabeza y las dejó caer al suelo, tirándose inconscientemente el cabello hacia atrás, como hacía siempre-. Estoy más que contento de cancelar mis compromisos para ser tu semental -Darley sonrió-. De hecho… estoy entusiasmado.
– Qué bien… puesto que apenas puedo apartar las manos de ti. Nadie me había dicho que el embarazo te hacía sentir lujuriosa -le hizo un gesto con el dedo para que se acercara-. Necesito acariciarte. No hemos hecho el amor en todo el día… no durante horas, horas y horas.
Habían estado de tránsito y ella se había quedado dormida en la posada, pero Darley prefirió no molestarla. En lugar de eso, se acercó obsequioso a la cama, desabotonándose los bombachos-. Considéreme ahora a su servicio -dijo con una sonrisa, sacándose los bombachos-. Y en el futuro inmediato.
– Precioso, precioso, precioso -susurró Elspeth, con la mirada fija en su majestuosa erección-. ¿Es para mí? -ronroneó.
– Siempre es para ti -murmuró Darley, el hombre que antes pensaba que la fidelidad era algo inconcebible.
Elspeth se corrió a un lado cuando él se metió en la cama, su rápido movimiento provocó un visible balanceo de sus pechos.
– ¿Todo esto es para mí? -preguntó Darley, haciéndose eco de sus palabras, recorriendo suavemente con la punta del dedo la curva generosa de sus pechos cuando se arrellanó en la cama a su lado.
– Después -le dijo haciendo unos pucheros encantadores y contoneando las nalgas-. Primero te quiero yo a ti.
Darley observó cómo se balanceaban sus pechos enormes cuando se movía, su floreciente tamaño sumamente erógeno. El hecho de llevarse el mérito de su deliciosa y madura fertilidad le excitaba sobremanera.
– Tengo que lamer esto primero. Piensa que es práctica para cuando tengas el bebé -se había puesto de moda entre las damas de la alta sociedad dar el pecho a sus bebés.
– No, no, no -protestó Elspeth, con una pequeña mueca-. Te quiero a ti primero.
– Cuando dices a mí te refieres a esto, ¿verdad? -Darley dio un golpecito a su prominente verga.
– Sí, sí, eso.
– Sólo si me dejas lamerte a mí primero. -Darley no sabía si su fogosidad era más una provocación o la demostración de que su falo la mantenía esclavizada-. No me llevará mucho tiempo -le dijo en voz baja-. Después, puedes tenerme dentro de ti toda la noche.
– ¿Toda la noche? -susurró Elspeth. Aquel tentador pensamiento atravesó todo su cuerpo con un calor febril.
– Te mantendré colmada con mi verga hasta que te desmayes de tanto correrte. Luego -le susurró-. Después de que me dejes lamerlas.
– Sí, sí. -¿Cómo podía negarse? Estaba en celo continuo desde que zarparon de Gibraltar, insaciable, lujuriosa, hambrienta de sexo, como si estuviera presa de un filtro de amor ingerido con el embarazo.
– Siéntate aquí -murmuró Darley, alzándola más alto contra las almohadas-. Cinco minutos -le dijo-. Mírame a los ojos.
Elspeth aparto con esfuerzo los ojos de su miembro duro y erguido.