Miró hacia la puerta y se preguntó si debía limitarse a salir. Él no la había visto todavía y podía marcharse de forma inadvertida. Pero se sentía obligada a decirle algo. Debía darle las gracias. Probablemente, le había salvado la vida.
De modo que se situó detrás de él y le dio un toquecito sobre un hombro. Cuando se giró y la miró a los ojos, Ellie notó que el corazón le temblaba. De nuevo, se quedó embelesada con aquel increíble color de ojos, una mezcla extraña de verde y dorado. Tragó saliva.
– Hola -lo saludó.
– ¡Hola! -exclamó sorprendido Liam. Le lanzó una mirada de extrañeza, al igual que antes Erica, y, por un momento, se preguntó si recordaría quién era. Se obligó a sonreír.
– Soy Ellie -explicó-. Eleanor Thorpe. De…
– Ya -dijo él-. Sé quién eres. No es fácil olvidar a la mujer que me ató y me mandó arrestar.
– Lo siento -se disculpó Ellie-. Llamé a la comisaría el sábado por la mañana y me explicaron todo. Que no eras un ladrón ni estabas fichado por nada. Que era verdad que habías ido a rescatarme. Creo que te tengo que estar agradecida.
Liam miró a su alrededor con cierto nerviosismo, luego fijó la vista en el menú que había sobre la encimera. Ellie se preguntó por qué se mostraba tan distante. ¿Se sentía violento por lo que le había hecho?, ¿o simplemente no le apetecía hablar por hablar? La otra noche había estado encantador y, de pronto, parecía como si quisiera estar en cualquier lugar antes que allí, con ella.
– Bueno, tengo que irme.
– Sí -murmuró él-. En realidad no te salvé. El tipo solo querría algo de dinero, joyas…
– No, no, claro que me salvaste -insistió Ellie-. En comisaría me dijeron que era una suerte que hubieses aparecido. Muchos ladrones van armados y, si lo hubiera sorprendido en mi apartamento, podría haberse puesto nervioso y dispararme. Lo cual te convierte en… un caballero de brillante armadura.
– No, no, para nada.
Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Por fin, Ellie resolvió que había llegado el momento de despedirse.
– Bueno, me voy -dijo encogiéndose de hombros-. Gracias de nuevo.
– No hay de qué.
Ellie echó a andar hacia la puerta con paso indeciso. Luego paró. ¿Estaba tonta? No tenía ni un amigo en Boston y Liam Quinn era la primera persona interesante que había conocido allí. Aunque fuese un hombre y se hubiese jurado prescindir de ellos durante al menos un año, al menos podía intentar ser su amiga.
Ellie se giró, volvió hasta él y respiró profundamente antes de hablar:
– ¿Te gustaría cenar conmigo? -le preguntó sin reparar siquiera en que le estaba hablando a la espalda. Lo rodeó para que pudiera verla-. ¿Te gustaría cenar conmigo?
– ¿Yo?
– Siento que debería hacer algo por ti. En señal de agradecimiento.
– En realidad no fue nada.
– ¿Te caigo mal por alguna razón? -preguntó ella con el ceño fruncido.
– No te conozco -se limitó a responder Liam.
– Pero te noto incómodo. ¿Es porque te até? Si hubiera sabido que querías ayudarme, no lo habría hecho -Ellie se aclaró la voz-. No soy de esas mujeres que se sienten obligadas a dominar a los hombres. Te pegué en la cabeza porque tenía miedo y te até porque no quería que te escaparas.
– Entiendo.
– De acuerdo. Quería que quedase claro – Ellie tragó saliva y sonrió-. Encantada de volver a verte. Suerte con tus fotos.
Ellie se dio la vuelta con la sensación de que acababa de hacer el ridículo. Sabía suficiente de hombres para intuir cuándo alguien no estaba interesado en ella. Y Liam Quinn no podía haberse mostrado más indiferente. Tal vez irradiara algún tipo de aura extraño que los hombres encontraran repulsivo. Según el autor de “Lo que de verdad piensan los hombres”, el libro que había leído tras romper con Ronald, las mujeres que no estaban interesadas en una relación emitían señales sutiles de indiferencia que solo podían captar los hombres.
– ¿Ellie?
Se paró, giró la cabeza hacia Liam.
– ¿Sí?
– Me encantaría cenar contigo. ¿Cuándo?
– ¿Qué… qué tal esta noche?
– Perfecto. ¿A qué hora?
– ¿A las siete te va bien?
– Te veo a las siete -contestó Liam al tiempo que asentía con la cabeza-. Sé dónde vives.
Ellie sonrió y salió del café a toda velocidad, antes de que Liam cambiara de opinión. Por primera vez desde que estaba en Boston, tuvo la sensación de que podría gustarle vivir ahí. Había hecho un amigo y, aunque era el hombre más atractivo que jamás había visto, solo iba a disfrutar de su compañía, no a embarcarse en una aventura.
Ya en la calle, miró hacia atrás con la esperanza de verlo una última vez. Pero cuando se giró y siguió camino a casa, se chocó contra un hombre en la acera. Ambos pararon. Ellie se quedó de piedra.
– ¿Ronald?
– ¿Eleanor?, ¿qué haces aquí?
– ¿Yo? Ahora vivo aquí -contestó Ellie mirando a la cara del hombre que había sido su amante. Estaba muy cambiado. Llevaba el pelo mucho más largo de lo que recordaba y parecía haberse dado reflejos. Y no llevaba gafas. Y estaba moreno-. Casi no te reconozco. ¿Qué haces en Boston?
– Es increíble. Eres la última persona que esperaba encontrar hoy.
– ¿Entonces no has venido a verme?
– No, ni siquiera sabía que estabas aquí. He venido a ver a un compañero de la universidad. Vive a un par de manzanas de aquí. Me iba a tomar un café antes -contestó Ronald-. Pero quizá el destino haya querido que nos crucemos. He pensado mucho en ti últimamente. Me preguntaba qué tal te iba -añadió mientras le pasaba la mano a lo largo de un brazo.
– Me va bien -contestó Ellie con sequedad.
La sorprendía, pero no sentía la menor atracción hacia él. Al romper se había preguntado si sería capaz de superarlo. Al menos ya sabía la respuesta.
– Deberíamos vernos -sugirió Ronald-. ¿Qué haces esta noche?
– Ronald, he empezado una vida nueva – Ellie suspiró-. Lo que teníamos no funcionó y he seguido adelante. Creo que tú deberías hacer lo mismo. Me alegro de haberte visto, pero ahora tengo que irme.
La agarró por la muñeca y la obligó a parar.
– Venga, Eleanor. No seas así. Todavía podemos ser amigos.
– Fuiste tú quien cortó conmigo, Ronald. Me pediste que te devolviera el collar de perlas que me compraste por mi cumpleaños. Y luego te plantaste en la oficina con tu nueva novia cuando no había pasado ni una semana. No creo que podamos ser amigos.
– ¡No digas eso! -exclamó enfurecido-. No hay ninguna razón por la que no podamos…
– ¡No! -atajó Ellie, tratando de soltarse.
– ¿Algún problema?
Ronald miró hacia arriba, dejó caer el brazo. Ellie nunca se había fijado en lo bajo y escuálido que era Ronald. Comparado con Liam Quinn, parecía un gnomo.
– Estoy bien -dijo ella.
– Ten… tengo que irme -dijo Ronald-. Nos vemos.
Se escabulló y Ellie lo miró mientras doblaba la esquina más cercana. Luego se giró hacia Liam.
– Gracias.
– ¿Quién era ese tipo?
– Nadie.
– Parecía enfadado contigo -Liam la miró como si no la creyese.
– No, apenas nos conocemos.
– ¿Qué quería?
– Nada -Ellie sonrió-. Saludarme. Estoy bien, de verdad.
– De acuerdo -cedió Liam-. Entonces hasta esta noche.
Lo dejó alejarse en sentido contrario y se encaminó hacia su apartamento. Contuvo las ganas de mirar atrás, pues no quería parecer tan ensimismada con él. Pero acabó girándose para buscarlo de nuevo con la mirada. Había desaparecido. Ellie sonrió. Al menos, esa vez sabía que su caballero de brillante armadura volvería.