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– ¿Sean es tu compañero de piso? -preguntó Ellie.

– Compañero de piso y hermano -Liam dio un sorbo de cerveza-. Tenemos una casa en el barrio de Southie, cerca de donde crecimos. Mi padre tiene un pub allí y mis hermanos y yo lo ayudamos cuando podemos.

– ¿Tienes más de un hermano?

– Somos siete -Liam asintió con la cabeza-. Conor, Dylan, Brendan, Brian, Sean y yo. Y una hermana, Keely.

– ¿Eres el pequeño?

– De los chicos sí. Keely es la benjamina. ¿Dónde está tu familia?

– No tengo, aparte de mi madre -dijo Ellie tras suspirar-. Y ni siquiera sé dónde está. Se marchó cuando tenía tres o cuatro años. Nunca conocí a mi padre. Me educaron mis abuelos y murieron cuando yo estaba en la universidad. Así que estoy sola.

– Parece que tuviste una infancia dura -comentó Liam.

– No creas. En realidad fue maravillosa. Mi abuela era bibliotecaria y siempre que no había colegio estaba con ella. Me encantaban los libros. Me siguen encantando. Existe una respuesta para cualquier pregunta en algún libro. Solo tienes que encontrarlo -Ellie se paró, consciente de lo tontas y simples que debían sonar sus palabras.

– ¿A qué te dedicas? -preguntó Liam. Ellie agarró un puñado de pasta y lo soltó en el agua. Luego removió con una cuchara de madera.

– Ahora mismo no hago nada. Estoy buscando trabajo. Acabo de venir de Manhattan.

– ¿Y allí qué hacías?

– Trabajaba en un banco. Soy contable.

– ¿Por qué Boston?

– Tenía que irme de Nueva York. No podía seguir trabajando ahí.

– ¿Por?

Ellie no tenía ganas de entrar en una conversación sobre sus problemas con los hombres; sobre todo, cuando pretendía impresionar a Liam.

– La verdad es que no me apetece hablar del tema. Es parte del pasado. He venido a empezar una nueva vida -dijo y trató de cambiar el rumbo de la conversación-. No creía que fueses a aceptar mi invitación a cenar. Pensé que quizá estaba siendo demasiado directa.

– ¿Y eso es malo? A mí no me importa.

– A algunos hombres sí. Siempre he tenido problemas con eso. Nunca me he comportado como realmente soy con los hombres con los que quedo… aunque esto no es una cita, claro. Pero siento que contigo puedo ser yo misma. Me salvaste la vida.

– Hablando de lo cual, he notado que no tienes un cerrojo decente en la puerta. Y podías poner unas cadenas en las ventanas que dan a la entrada de atrás. Si quieres, puedo pedir un par de cosas en la ferretería.

Ellie asintió con la cabeza, agradecida por el ofrecimiento. ¿Cómo era posible que un hombre como Liam Quinn siguiera soltero? De pronto, la asaltó un pensamiento: ¿y si no era soltero? ¿Y si tenía novia? Claro que entonces no habría aceptado su invitación a cenar. Por otra parte, ¿se habría sentido obligado a aceptarla?

– Lo más probable es que solo estuviese buscando dinero -continuó él-. No guardarás mucho dinero en casa, ¿no?

– No tengo mucho dinero en ninguna parte -contestó Ellie-. ¿Empezamos con la ensalada mientras se hace la pasta?

Se giró para sacar los platos de la nevera, los puso en la mesa del salón y Liam le corrió la silla para que tomara asiento. Luego se acomodó frente a ella.

– Creo que deberíamos brindar -dijo tras agarrar la botella de vino y servir a Ellie-. Por el ladrón que hizo que nuestros caminos se cruzaran.

– Y por el caballero de blanca armadura que acudió en mi auxilio -añadió ella con una risilla.

La expresión de Liam se alteró ligeramente y, por un segundo, Ellie pensó que había dicho alguna inconveniencia. Pero luego Liam sonrió e hizo chocar su copa contra la de ella.

Ellie dio un sorbo, mirándolo por encima del borde de la copa. El líquido corrió con suavidad por la garganta, le calentó un poco la sangre, ayudándola a relajarse. Pero sabía que no debía tomar más de una copa. Ya le estaba costando bastante mantener las distancias. Sobre todo, estando bajo los efectos de Liam Quinn.

Capítulo 3

– ¿Más vino? -Liam agarró la botella y llenó la copa de Ellie sin esperar a que respondiera, Estaba guapísima bebida. Tenía la cara sonrojada, los ojos encendidos y no dejaba de inclinarse hacia adelante sobre la mesa, ofreciéndole una vista generosa de sus pechos, bajo el escote pronunciado del jersey.

– No debería beber más -dijo ella con una risilla-. Mi límite son dos copas.

Liam tuvo la delicadeza de no señalar que había alcanzado su límite hacia tres horas. La botella estaba vacía y lo más probable sería que Ellie Thorpe despertara con una resaca de campeonato al día siguiente.

Por lo general, no le gustaba aprovecharse de una mujer que había bebido de más. Pero esa noche no tenía la cabeza en el sexo… aunque no podía negar que había pensado en levantar a Ellie y llevársela al dormitorio. Le resultaba muy atractiva la forma en que una mujer se comportaba cuando no tenía conciencia de su sexualidad.

Su sonrisa, el modo de estirar la mano para tocarlo cada dos por tres, la manera de pasarse la lengua por los labios después de un sorbo de vino… todo en conjunto lo estaba volviendo un poco loco. Pero Ellie actuaba con absoluta inocencia, sin advertir el efecto que estaba provocando en él,

Liam la miró meter el dedo en el pastel de chocolate que había servido de postre y luego llevárselo a la boca. No pudo evitar imaginar lo que esa boca podría hacer por él, lo que esos labios harían sobre su cuerpo, el sabor de su lengua, Tragó saliva. Estaba siendo una prueba demasiado dura. Sabía lo suficiente de mujeres como para tener la certeza de que podría acostarse con Ellie esa noche con que se lo pidiera.

Pero antes de dar ese paso tenía que resolver un par de cosas… y eso si llegaba a darlo. Toda vez que había conseguido achisparla, necesitaba hacerla hablar. Sobre su trabajo en el banco. Sobre Ronald Pettibone. Y sobre los doscientos cincuenta mil dólares que Sean sospechaba que había robado.

– Háblame de tu trabajo en Nueva York. ¿Qué le llevó a dejar una ciudad con tantos atractivos para venir a Boston? -preguntó con naturalidad.

– No quiero hablar de Nueva York -contestó ella-. Tengo malos recuerdos de un hombre muy malo. O de cuatro o cinco hombres malos… he perdido la cuenta.

– ¿Y el tipo de esta mañana? -preguntó Liam, incapaz de contener la curiosidad. Había notado algo entre los dos, algo que sugería algún tipo de relación anterior. No había parado de preguntarse quién podría ser aquel hombre. Lo había mirado con atención, pero no se parecía a la foto que tenía de Pettibone-. ¿Era uno de los hombres malos?

– Era… No es nadie -contestó Ellie con el ceño fruncido. Luego esbozó una sonrisa perversa-. ¿Los hombres de Boston son mejores? Dime que sí, por favor.

– No lo sé. Quizá tengas que contarme un poco más de los de Nueva York para poder comparar.

– ¿De quién quieres que te hable? Si te cuento, ¿prometes ir a Nueva York y pegarles una paliza a todos?

– Lo pensaré -Liam rió-. ¿Por qué no me hablas del hombre por el que decidiste marcharte?

– Ese era Ronald -dijo arrugando la nariz-. Ronald Pettibone. Y te digo una cosa: no sé por qué siempre me fijo en tipos estúpidos. Mejorando, lo presente, por supuesto.

– ¿Qué te hizo?

– Hizo que me enamorara de él. Después me convirtió en algo que nunca he querido ser. Y luego me dejó tirada. Y luego tuvo la cara de pedirme que le devolviese todos los regalos que me había hecho.

Liam la miró a la cara. No parecía una delincuente en absoluto. Pero sí parecía una mujer capaz de hacer cualquier cosa por amor. Y, a veces, esa clase de mujer podía ser más peligrosa que una con tendencias delictivas.

– Cualquier hombre que te deje tirada tiene que ser un estúpido.