– No puedo. Tengo que continuar con el caso de Atlantic City. El marido se marcha a un viaje de negocios y tengo que seguirlo.
– Ni hablar. No pienso pasar un día más en este desván.
– Entonces pasa todo el tiempo que puedas con ella. Te doy permiso -Sean anduvo hacia la puerta, pero, en el último segundo, se giró. Metió la mano en el bolsillo, sacó un fajo de billetes y se lo lanzó a Liam-. Tres mil dólares. Es la mitad de la señal que me han dado. Son tuyos. Pero no la fastidies.
Luego se marchó y cerró la puerta. Liam se quedó quieto, mirando el fajo de dinero que tenía en la mano. Tres mil dólares. No habría pedido un solo dólar por estar con Ellie. Pero tras recibir el dinero, Liam comprendió que no se trataba de un juego. Sean esperaba que la investigase a fondo, aunque ello implicara tener que acabar encarcelando a Ellie Torpe para enfrentarse a los aparatos electrónicos.
Se guardó el dinero en el bolsillo. Hasta ese momento, las mujeres que habían pasado por su vida habían sido conquistas, desafíos y, a veces, amantes. Las había seducido de forma instintiva, espontáneamente. Pero con Ellie Thorpe sería diferente. Seducirla era su trabajo. Un trabajo por el que le habían pagado. Nunca había hecho nada así.
– Supongo que siempre hay una primera vez -murmuró.
Ellie miró el panel de seguridad instalado junto a la puerta del apartamento.
– Creía que me ibas a poner un cerrojo nuevo.
Liam sonrió y le pasó un brazo sobre el hombro con naturalidad.
– ¿Te acuerdas de esa conversación? Sintió que las mejillas se le encarnaban al recordar la cena. Y el rubor aumentó por la presión de la sangre al contacto con Liam. Ellie sabía que no era más que un gesto amistoso, pero el roce del brazo contra la nuca le aflojó las rodillas y la mareó un poco.
No podía negar que se sentía atraída hacia él. ¿Qué mujer no se sentiría atraída? Ese pelo negro que no parecía conocer un peine. Y esos ojos con aquel brillo constante que lo hacían parecer todavía más peligroso. Ellie sabía que no debía sucumbir a sus encantos, pero a veces le flaqueaban las fuerzas.
– Me acuerdo de casi todo -contestó por fin-. Sobre todo, de la jaqueca que tenía cuando me levanté al día siguiente.
Aunque había acabado algo más que achispada, el vino no había afectado a su memoria. Nada más la había ayudado a desinhibirse. Todavía se sentía violenta por las cosas que le había dicho y lo que había hecho. Recordaba haberlo abrazado y pedirle que bailase con ella. Y recordaba que la había levantado en brazos y la había llevado a la cama. Tampoco olvidaba las ganas que había tenido de que la besara. Después, los recuerdos se tornaban imprecisos.
Pero daba igual. Recuerdos o no, al despertar totalmente vestida a la mañana siguiente, había comprobado que no había ocurrido nada. Liam Quinn se había portado como un perfecto caballero. Quizá fuese mejor de ese modo, pensó Ellie. Si tenía que pasar algo entre Liam Quinn y ella, quería estar en plena posesión de sus facultades cuando sucediera.
– No volveré a beber vino. Y nunca aprenderé a usar esto. ¿Qué son todos esos botones y luces?
– Es mejor que un cerrojo nuevo -Liam le entregó el manual-. Es un sistema de seguridad integral. Mantendrá alejados a los ladrones.
Ellie se tragó un gruñido mientras se acercaba al sofá, manual en mano. Cada vez que tenía que programar el vídeo, tenía que pasarse media hora consultando el manual de instrucciones… Hasta había encontrado un libro de autoayuda escrito para las personas con miedo a los ordenadores, los vídeos o los despertadores incluso. Pero no le había servido de nada.
Y a partir de ese momento, un puñado de cables, circuitos y una alarma muy ruidosa la retendrían prisionera en su propia casa. No tenía nada claro que fuese a querer salir de nuevo.
– Pero no necesito un sistema de seguridad. Bastaría con comprarme un perro.
Un perro que ladrara mucho. Pero entonces tendría que alimentarlo y sacarlo a pasear. Ellie suspiró. Lo mejor sería tener a un hombre en casa. Si tuviese a un hombre en la cama todas las noches, podría dormir algo… o quizá no. Sobre todo, si se trataba de un hombre como Liam Quinn. Ellie se obligó a no seguir echando leña al fuego de aquellas fantasías, cerró los ojos y apretó los párpados para expulsarlas de la cabeza.
– ¿Cuánto me va a costar? Ahora mismo no puedo permitírmelo.
Liam miró al técnico de seguridad, que estaba terminando de recoger las herramientas.
– Ed es amigo de mi hermano Conor. Nos instaló este sistema en el pub. El de tu casa nos lo hace como un favor.
– Bueno, aquí están las llaves de los nuevos cerrojos -dijo Ed-. En el manual de instrucciones viene todo muy claro. Es más fácil que programar un vídeo. He cableado todas las ventanas y la puerta, así que si se abre alguna cuando la alarma esté puesta, se disparará. También he instalado sensores de rotura de cristales. La alarma avisará a la compañía de seguridad, que a su vez llamará a la policía.
– Perfecto. Gracias, Ed.
– Sí, gracias, Ed -repitió Ellie.
– No hay de qué -dijo el técnico-. Dame un toque y quedamos para que vengas a hacer esas fotos.
Cuando Ed se marchó, Liam cerró la puerta, se giró hacia Ellie y sonrió.
– ¿Qué fotos?
– Quiere unas fotos de él montando en su nueva moto. Le dije que se las haría.
– Entonces no ha sido gratis.
– Es un buen trato. Y ahora estás segura. Créeme, si alguien intenta entrar, se le quitarán las ganas en cuanto la alarma empiece a sonar.
– No estoy segura de que vaya a saber arreglármelas con todo esto.
– Ven, yo te enseño. Es muy fácil -dijo Liam y Ellie se levantó del sofá y fue hasta la puerta sin apenas convicción-. Solo tienes que cerrar, dar dos vueltas y esperar a que se encienda la luz roja. Luego introduces el código que elijas en el panel. Con ese código activas y desactivas la alarma. Haré una copia de las llaves para dejarla en la compañía de seguridad. Si la alarma salta cuando estás fuera, vendrán a comprobar qué ocurre.
– No sé… Todo esto me asusta un poco.
– Es para que estés a salvo -contestó Liam.
– ¿A salvo de qué?, ¿crees que ese ladrón volverá?
– Lo más probable no. Pero más vale prevenir.
– Eso es verdad -dijo Ellie. Luego, miró el panel de seguridad con cierta desconfianza. ¿Y si se presentaba el ladrón y Liam no estaba allí para protegerla? Porque era evidente que no se había llevado lo que había ido a buscar.
– No tienes que tener miedo de nada -le dijo él tras ponerle un dedo bajo la barbilla y levantarla para que lo mirase a los ojos.
– Lo sé. Gracias.
Liam echó el cuerpo hacia adelante y le rozó los labios con el más delicado de los besos. La había besado como si fuese la cosa más natural del mundo, como si ni siquiera se lo hubiera pensado antes de actuar, movido por el impulso.
– ¿Mejor?
– No mucho. ¿Puedes hacerlo otra vez? – Ellie no se dio cuenta de lo que acababa de decir hasta que sus palabras hubieron salido de la boca.
– Lo intentaré -dijo Liam. La rodeó por la cintura y la atrajo hacia él. En cuanto posó los labios sobre su boca, el corazón de Ellie empezó a latir tan rápidamente, que pensó que sufriría un ataque de hiperventilación.
Por la forma en que la estaba besando, era obvio que Liam tenía mucha experiencia. Ellie trató de no pensar en cuántas mujeres habría besado para que se le diera tan bien, aunque no le quedaba más remedio que aceptar que debían de haber sido muchas las que habrían contribuido a perfeccionar ese talento tan formidable.
Cuando deslizó la lengua entre sus labios, Ellie entendió que la estaba invitando a que abriese la boca. Lo hizo y Liam la besó con más fuerza. Solo entonces tomó conciencia de que no estaba preparada para aquello. Sintió una llamarada de deseo en la boca del estómago. Jamás había sentido una necesidad tan intensa, una urgencia que se agravaba con el sabor y el tacto de Liam.